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RELIGIÓN

Juan Pablo II beatifica a tres jesuitas españoles

Juan Arias

En el Vaticano fue ayer un día de gran fiesta para la Iglesia católica española, con motivo de la proclamación por el papa Juan Pablo II de tres nuevos beatos jesuitas, dos sacerdotes -los padres Diego de San Vítores y José María Rubio- y un hermano lego, Francisco Gírate, apellidado el portero santo, nacido en una modesta familia de campesinos en un caserío cerca de Loyola en 1857. De él ha escrito el enfermo padre Pedro Arrupe, ex general de la orden de jesuitas, que era "un santo sin ñoñerías ni ingenuidades, aunque siempre acogedor y sencillo". Y cita Arrupe un testimonio de los jóvenes cuando el lego, hoy.beato, era portero de la universidad de Deusto: "El hermano finuras es un santazo pero es también un vivo". El hermano Gárate falleció en su portería en 1929.

El padre Diego de San Vítores nacido en Burgos en 1627, es un mártir de 1672 que sólo ahora llega a la gloria de los altares. De familia noble, se educó en Madrid e ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús a los 12 años, con el deseo prematuro de ir a las misiones de Oriente, lo que consiguió en 1668. Murió de un lanzazo en la misión por él fundada en la isla de Guam, una de las islas Marianas del. Pacífico, por Matapan, una especie de hechicero, primero convertido a la fe y después renegado. El padre San Vítores quiso bautizarle a su hija y Matapan se enfureció y acabó matándolo mientras el jesuita lo perdonaba y gritaba: "Sólo Dios es la cabeza de esta tierra".El segundo jesuita, sacerdote beatificado ayer por el papa Juan Pablo Il es el famoso y popular padre José María Rubio y Peralta. Aunque nació en Daltas, provincia de Almería, en 1864, fue conocido por su trabajo apostólico en la capital de España, donde está considerado como "el apóstol de Madrid". Se trata de una beatificación más bien reciente ya que el padre Rubio falleció el 2 de mayo de 1929 en Aranjuez.

El Gobierno de Felipe González, tratándose de tres beatos españoles, ha enviado a Roma una amplia delegación para presenciar la solemne ceremonia de la basílica de San Pedro. La delegación estuvo presidida por el ministro de Administración Territorial, Félix Pons; por el embajador cesante ante la Santa Sede, Nuño Aguirre de Cárcer, a quien el Papa ahora que deja la embajada de Roma lo ha premiado con la gran cruz de Pio IX; el director general de Asuntos Religiosos, Jesús Ezquerra; el presidente del Parlamento de Andalucía, Antonio Ojeda; el consejero de Presidencia de la comunidad de Madrid, Javier Ledesma; el consejero de Presidencia y de Justicia del Gobierno vasco, Juan Ramón Guevara, y los alcaldes de Burgos y Bilbao, José María Peña y José Luis Robles.

7.000 peregrinos

Más de 7.000 peregrinos españoles, en su mayoría jóvenes de los colegios católicos estuvieron ayer presentes a la ceremonia de beatificación en la basílica de San Pedro y después en la plaza con gritos de viva el Papa y los nuevos beatos. Durante la homilía de la misa, Juan Pablo II afirmó que los tres nuevos beatos son testigos ante el mundo "de la vitalidad de la fe católica en España" y que los tres supieron dar un testimonio "de generosa apertura a Dios". Refiriéndose al famoso padre Rubio, Juan Pablo II aprovechó para exaltar su labor dentro del confesionario y su capacidad de formar, dijo el Papa, '»,seglares comprometidos, presentes como cristianos en los ambientes pobres y marginados de la periferia del Madrid de primeros de siglo".Por la tarde, el embajador Nuño de Cárcer quiso volcarse en su último acto como representante español ante el Vaticano invitando a la embajada a miles de españoles que se mezclaron jubilosos con solideos episcopales, birretas cardenalicias y blasones de la vieja nobleza romana que siempre ha estado muy ligada a la que es la embajada más antigua de Roma y ciertamente la más bella, situada en la céntrica plaza de España, cerca de la fantástica escalinata de Trinitá dei Monti.

Durante la ceremonia de la embajada ante la Santa Sede, varios grupos folclóricos llegados de las diversas regiones de los nuevos beatos se exhibieron con gran maestría ante seglares y eclesiásticos que habían abarrotado la sede diplomática.

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