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Historia de un rescate

Me encontraba en la colonia Roma, en la calle de Niños Héroes, sacando fotografías, cuando llegó una patrulla de rescate francesa con sus perros amaestrados. De ese grupo, un doctor iba pidiendo a gritos alguien que hablara francés. A partir de ese momento, de forma espontánea, me convertí en su intérprete.

Al parecer, en la parte posterior de un edificio de nueve plantas, que había quedado totalmente destruido, alguien había observado señales de gente atrapada. Nos encaminamos allí, y por un hueco de 1,5 metros de ancho por 70 centímetros de altura, aproximadamente, se introdujo un joven mexicano que había escuchado voces, dos miembros de la patrulla con un perro y yo.

Había dos caminos: uno, a la derecha, donde, después de atravesar una zona inundada con 1,5 metros de agua, se llegaba a una rejilla imposible de traspasar. Por el lado izquierdo había otro, que terminaba sobre un enorme montón de escombros y mesas aplastadas de lo que debía haber sido un restaurante.

Uno de los franceses gritó, y del otro lado se escuchó una voz tenue. Los franceses pidieron unos alicates para cortar la rejilla. Había electricidad, lo que hacía mucho más arriesgada la operación de rescate. Salimos fuera y, mientras el perro descansaba y bebía grandes cantidades de agua, se solicitó la presencia de alguien que conociera el edificio. Allí mismo se encontraba un ingeniero, que mostró un plano hecho por él sobre la marcha, donde explicaba las características del edificio y la situación de los atrapados. Al parecer, dentro del ascensor se encontraban siete personas, y en el restaurante, cuatro.

Un hijo en el ascensor

El capitán de rescate francés preguntó cuánto tiempo tardarían cavando desde el techo para llegar al ascensor. Se calculó que serían tres horas de trabajo ininterrumpido. Por el lado del restaurante se calculó que sería una hora u hora y media.Mientras se pedía que se cortase la electricidad en la zona, el capitán francés optó por seguir el camino del restaurante, lo que suponía detener la labor de rescate del ascensor. El ingeniero insistió, nervioso, que en el ascensor había más personas, pero que de todas maneras la decisión que tomase el capitán sería la aceptada. Así se hizo. Más tarde supe que en el ascensor se encontraba atrapado el hijo del ingeniero, que acató de un modo ejemplar la decisión de los expertos.

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De nuevo, nos introdujimos en el hueco y comenzaron las labores de rescate. Para ello se pidió que los civiles se alejasen de la zona y se quedaran exclusivamente en la boca del hueco dos personas, a las que yo transmitía desde dentro el equipo y necesidades que requerían los franceses. Cuando empezaron a taladrar el muro, cayeron algunos cascotes.

Los franceses me pidieron que yo también saliese de allí, porque aumentaba el riesgo de resultar herido. Obedecí sus órdenes y salí fuera. El silencio en la zona era impresionante, sobrecogedor. Era fundamental para que los equipos pudiesen trabajar en mejores condiciones.

Aplausos

Calculo que allí habría unas 600 personas trabajando. Los franceses iban y venían, pedían linternas, botas altas de goma y diferentes utensilios para su trabajo. Uno de ellos, al salir y quitarse el casco, resultó herido en la cabeza al desprenderse un cascote. Mientras tanto, hablé con el ingeniero y le pregunté que si era cierto que su hijo se encontraba entre los atrapados del ascensor. Me confirmó la noticia y, al mismo tiempo, me dijo que lo importante era rescatar con vida a quien fuera.Después de aproximadamente unas cuatro horas se pudo rescatar con vida a un hombre de unos 45 años, herido levemente, aunque con síntomas agudos de deshidratación y fuerte crisis nerviosa. La gente que se había congregado en los alrededores comenzó a aplaudir y a abrazarse como si el rescatado fuese uno de los suyos.

José Luis Tomé es un periodista español que trabaja para la televisión mexicana Imevisión.

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