La cultura española, en Europa
HOY SE inaugura en Bruselas, con la asistencia del Príncipe de Asturias y de los reyes de Bélgica, el festival Europalia 85, dedicado a España. Hasta el 24 de diciembre, varias ciudades belgas constituirán el escenario de exposiciones, conciertos, representaciones teatrales, conferencias y mesas redondas, bajo el denominador común de acercar a los demás europeos el pasado y el presente de nuestra cultura. Europalia nació en 1969 como una iniciativa privada -financiada complementariamente con fondos públicos de los países invitados- para situar al alcance de los belgas el patrimonio artístico y la creatividad cultural de las naciones de la Europa Occidental. Italia, Holanda, el Reino Unido, Francia, la República Federal de Alemania y Grecia utilizaron ya la oportunidad de esa cita, aprovechada no sólo por los ciudadanos belgas, sino también por muchos visitantes de otros países, para conocer mejor y poder apreciar en su justa medida las contribuciones de las diversas culturas nacionales a la civilización europea. En vísperas de nuestra integración en la CEE, la negativa de España a aceptar la invitación hubiera significado un rebrote de ese síntoma de aislamiento castizo que todavía explica que muchos españoles digan que viajan a Europa cuando cruzan la frontera.Las críticas suscitadas por la ayuda presupuestaria concedida por el Ministerio de Cultura para la preparación de Europalia suenan a demagogia. Tampoco se sostiene en pie la tentativa de descalificar el festival de Bruselas con el argumento de que nuestra acción exterior en otros dominios es hasta tal punto escasa que su financiación exigiría un esfuerzo no sólo preferente, sino también exclusivo. La idea de que habría que aplazar cualquier iniciativa sensata -y Europalia lo es- para hacer acto de presencia en otros países hasta disponer de una infraestructura cultural exterior semejante a la de Francia o el Reino Unido es una invitación al aplazamiento indefinido o una coartada para la pereza. Es cierto que el Estado debe asumir la tarea de crear réplicas españolas a instituciones tan eficaces como la Alianza Francesa o el British Council y que el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Ministerio de Educación y el Ministerio de Cultura tendrían que coordinar sus actividades y recibir del Ministerio de Hacienda los fondos presupuestarios suficientes para establecer planes a largo plazo, más allá de las rentabilidades políticas que cabe obtener en el espacio de una legislatura.
La inexistencia en España de una infraestructura estable especializada en esas tareas, la necesidad de contar con las preferencias del país anfitrión y con los criterios de los organizadores, la premura de los preparativos, la modestia del presupuesto y las limitaciones derivadas de los propios planteamientos -en parte comerciales- del festival desaconsejarían, por lo demás, la injusticia de contrastar los logros concretos de Europalia 85 con las expectativas irrealistas dictadas por el deseo. No resulta fácil llevar a cabo un programa de 30 exposiciones, reflejo de los aspectos mas significativos de la cultura histórica de un país milenario, y combinar adecuadamente tradición y modernidad, invariantes e innovaciones, valores por encima de las disputas y caminos creativos abiertos hacia el futuro.
Aunque el contenido del programa de Europalia 85 sea desigual en importancia y calidad, los organizadores han conseguido cierta armonía en el conjunto de la muestra (artes plásticas, arquitectura, diseño artesanal e industrial, fotografía, bibliofilia, cartografía, música y teatro) y una amplia atención, aunque no siempre equilibrada, a su dimensión histórica. Algunos echarán de menos ciertos nombres o considerarán insuficientemente representada a la cultura española de estos últimos años. Otros descubrirán cierta desarticulación global en la oferta presentada a los belgas o lamentarán el excesivo espacio dedicado a imágenes tópicas o folclóricas. Pero, en líneas generales, Europalia 85 ayudará a nuestros vecinos europeos a conocer mejor el pasado y el presente de un país que, a partir del 1 de enero de 1986, será formalmente miembro de pleno derecho de las instituciones políticas, jurídicas y económicas encargadas de proyectar hacia el futuro un legado común de cultura y civilización al que España ha contribuido decisivamente. Por tanto, el festival que hoy se inaugura en Bruselas merece el apoyo de quienes realmente están implicados en la difusión de la cultura española.
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