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Tribuna:Prosas testamentarias
Tribuna
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¿Olvidar el pasado?

Aconsejó Óscar Wilde preferir las mujeres con pasado y los hombres con porvenir, pero no dijo nada acerca de las mujeres con porvenir y de los hombres con pasado. Acaso se le hubiese ocurrido completar su sentencia diciendo que no debe confiarse mucho en el porvenir de los hombres y de las mujeres que, teniendo un pasado, hacen todo lo posible por olvidarlo, o al menos por ocultarlo. En todo caso, ésa es mi personal opinión frente a la actitud femenina que traslucen nuestras revistas del corazón y la actitud masculina que manifiestan algunos de nuestros políticos.Escribió Ortega que el recuerdo es la carrerilla que se toma para saltar hacia el porvenir. Yo he dicho más de una vez que la historia escrita es un documentado recuerdo de lo que fue al servicio de una razonable esperanza de lo que acaso sea. En nuestra vida individual y en nuestro existir colectivo vivimos hacia el futuro, somos constitutivamente futurizos, como ha propuesto decir Marías; pero nuestro avance hacia él sería un loco salto en el vacío o hacia el tremedal si no lo emprendiésemos contando con lo que hemos sido -por tanto, no tratando de olvidar o de ocultar nuestro pasado- y proyectando sobre esa base algo de lo que podemos ser. Sólo así podrá ser fecundo nuestro presente y sólo así no será pura buena suerte o pura mala suerte lo que nos suceda.

Obviamente, nuestro pasado personal y nuestro pasado colectivo pueden ser gustosos y enojosos. Son gustosos cuando nos parece que casan bien con lo que somos y con lo que queremos ser. Son enojosos cuando sucede lo contrario. Ambas posibilidades llevan en sí algún peligro: aquélla, porque puede deslizarnos hacia el narcisismo; ésta, porque puede inclinarnos hacia la ocultación. Cierto narcisismo, en parte sincero, en parte táctico, hay en los autores de memorias, cuando las escriben para convencer al lector de que ellos lo hicieron siempre bien y de que si las cosas en torno se torcieron fue por culpa de los demás. Como también lo hay, respecto de la vida colectiva, en aquellos que sólo saben ver el pasado de su nación como una hermosa serie de gesta Dei per francos, de gesta Dei per hispanos o de lo que resulte sustituyendo a Dios por la razón, la justicia, el espíritu o cualquier otra solemne consigna. Y cierta y más que cierta voluntad de ocultación opera en quienes sistemática y apresuradamente, así en su vida personal como en la vida colectiva, quieren entregarse a la cómoda fórmula del borrón y cuenta nueva. Nada más fácil que descubrirlos en nuestro mundo si uno quiere entender lo que ve.

¿Qué hacer, pues, para eludir el riesgo del narcisismo y el de la ocultación? Daré mi receta. Dejaremos de ser narcisistas ante nuestro pasado, por muy placentero que nos sea, comprobando que algo habrá en él que deba desplacernos, pensando que lo que en él nos place acaso provenga de ser tuertos en país de ciegos -poniéndonos, en consecuencia, ante el reto de ser ambividentes en país de tuertos- y, sobre todo, buceando en esos penúltimos trasfondos de nuestro ser -me resisto a creer que ellos sean lo último del hombre- en que con el deseo, con un cobarde deseo, todos estamos siendo más o menos canallas. Sólo contemplando una parte de su realidad, el lindo rostro, en su caso, pudo ser narcisista Narciso. Sólo mirando sesgada y benévolamente su pasado puede ser narcisista quien se decida a ponerlo negro sobre blanco.

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Párrafo aparte merecen la procura del olvido y la voluntad de ocultación. Ante lo que en el pasado colectivo sea enojoso o perturbador -el régimen nazi en Alemania, los aspectos no bélicos de nuestra última guerra civil en España, la reciente guerra sucia en Argentina- no son pocos los que cómodamente optan por el olvidémoslo y los que, cosa más grave, practican el ocultémoslo; conducta poco digna y a la larga poco eficaz, porque sólo sobre un cabal conocimiento del pasado es posible la eficacia. Frente a ella, y tanto por cumplir la exigencia de la dignidad como por seguir el camino de la eficacia, hay que atenerse, aunque no sea cómodo observarla, a la que presiden el conocimiento preciso, la crítica, una crítica responsable, el arrepentimiento, un arrepentimiento no masoquista, y la formulación de un proyecto capaz de aunar lo que en el pasado sea aceptable y lo que de él no parezca serlo. En su hermoso ensayo Arrepentimiento y renacimiento mostró Max Scheler cómo del arrepentimiento puede renacerse a una vida nueva. ¿No fue esto, precisamente esto, lo que entre nosotros hicieron los más responsables críticos de nuestra historia, desde Costa y Unamuno hasta Ortega y Américo Castro? Ojalá el cincuentenario de nuestra última guerra civil dé lugar, frente a ella, a una conducta semejante.

La misma pauta debe regir la conducta ante el pasado personal, cuando algo en éste nos resulte enojoso o perturbador: conocimiento riguroso, autocrítica, arrepentimiento sincero, tácito o expreso proyecto de una vida nueva. Alguien preguntará: conocimiento, ¿para quién? En quienes no pretendan actuar sobre la vida colectiva, sólo para sí mismos. El resultado del examen de conciencia debe quedar recluido, en tal caso, en la intimidad de cada cual. Entre otras cosas, porque sólo a los husmeadores de vidas ajenas importa la actitud del vecino ante su pasado. Pero ese conocimiento debe ser expreso y público cuando el descontento de sí pretenda influir con su palabra o con su acción, acaso con ambas, sobre el pensar y el vivir de las gentes que le rodean.

Tal es el caso del político que con ánimo de gobernarles pide el voto de sus posibles electores; tal el del comentarista -político, intelectual o moral- de los hábitos y los eventos de la sociedad en que vive. Uno y otro están moralmente obligados a decir: "Hice y fui esto y lo otro, y por tales y tales razones soy ahora como soy y hago lo que hago". Más aún: a decirlo para todos, aunque alguno les tache de exhibicionistas. Relegar al olvido lo enojoso de uno mismo o esforzar se por ocultarlo quebranta en tal caso las normas del decoro y acrece el nunca evitable riesgo de la ineficacia.

Completemos, pues, a Óscar Wilde: no debe confiarse mucho en el porvenir de los hombres que, teniendo un pasado, hacen todo lo posible por olvidarlo y ocultarlo. Las mujeres con pasado no necesitan reglas. De ordinario, saben administrarlo muy bien.

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