Estreno veneciano de 'Réquiem por un campesino español'
Primer pase de la película de Francesc Betríu Réquiem por un campesino español, según la novela homónima de Ramón J. Sender, y ambiente de desconcierto a causa de las resonancias de una polémica en España sobre el cambio de título. Se exhibió ayer también la película Shoah, de Claude Lanzmann, que retoma el tema del genocidio judío desde una interesante y meditada perspectiva.
Durante los días previos a la proyección, los periodistas italianos han.intentado situar al filme de Betriu y al cineasta, desorientados por los ecos de una polémica sobre el cambio de nombre de la película que les ha llegado de España.El director cambió el título de la película convirtiéndolo en Réquiem por un campesino, pero el Instituto Nacional de Cinematografía amenazó con retirar la subvención para su presentación en Venecia si se eliminaba el término español. Restablecido el título original las aguas volvieron a su cauce.
Mejor hubiera sido que la película diera pie a analizar los problemas reales de un cine al que aún le es dificil encararse con su historia de una manera nueva, que lucha con el lastre de sentirse obligado a enfrentarse con las versiones oficialistas del fascismo, que cree en la necesidad de ofrecer la otra cara de la misma moneda cuando otras naciones (la Mostra dedica una sección al 50º aniversario del final de la II Guerra Mundial) hace tiempo que han escapado de una dialéctica entre verdad y mentira, entre buenos y malos.
Réquiem por un campesino español muestra hechos que el cine español nunca había podido filmar: desde la actuación colaboracionista de un sacerdote en un proceso de represión hasta ciertos detalles de la vida cotidiana durante la guerra, como son las secuencias de los paseos organizados por falangistas o la manera como éstos conseguían imponer sus himnos patrióticos.
Y si algo hay que reprocharle a Betriu es que la película sea demasiado fiel a la letra de la novela, que su planteamiento de cómo abordar el pasado es muy clásico -eso al margen de que las imágenes sean nuevas -
Pero se trata de un cineasta seguro, que planifica con un cartesianismo implacable, que no duda en estilizar o en servirse de la elipsis cuando ésta es necesaria para resumir o sugerir lo que todos sabemos. En conjunto, tanto Los paraísos perdidos como Réquiem por un campesino español, cada una a su manera, son dos cintas muy dignas y honestas, una buena muestra de nuestro cine.
La otra cinta a concurso en la jornada de ayer fue la yugoslava Zivot je lep (La vida es maravillosa), fábula simbólico-realista que se diría hija de un cruce entre El ángel exterminador y Alarma en el expreso. Aquí el tren se detiene debido a los problemas laborales de los ferroviarios y todo el pasaje queda encerrado en un bar. Aunque un reciente premio en Cannes haya, relanzado el cine yugoslavo, Zivot le jep sólo es apta para sociólogos interesados por el postitismo.
Si hace dos años la Mostra se apuntó un gran éxito presentando -Heimat, de Edgar Reitz, un filme de más de 15 horas en el que se contaban 60 años de historia alemana, esta edición ha encontrado en las 9 horas de Shoah un equivalente. Su director, Claude Lanzmann, insiste en una temática que se diría acabada para el cine (el holocausto judío durante la II Guerra Mundial) y logra plantearla de manera distinta, de forma que obligue a reconsiderar lo dicho y visto hasta ahora, evitando los peligros de la conversión de un genocidio en espectáculo y una concepción de la historia como concatenación de causas y efectos que se explican coherentemente.
Shoan es el montaje de una serie de entrevistas con gentes que vivieron el horror de los campos de exterminio: supervivientes, verdugos o personas que habitan y trabajaban cerca de ellos, vecinos de Treblinka o de Auschwitz.
Estos testimonios hablan a menudo desde el lugar mismo del crimen y vuelven a visitar, acompañados por la cámara, espacios muy abandonados, monumentos y algo que se quiere fechar.
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