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Gran participación de público en la Quincena Musical de San Sebastián

La Quincena Musical de San Sebastián celebra su 46ª edición, lo que quiere decir que es, con bastante diferencia, el festival Musical más antiguo de España. A lo largo de su vida, la quincena ha pasado por etapas de distinta brillantez y hasta de cierta decadencia. Este año quizá pueda señalarse como el de mayor participación del público, que algunos días llena simultáneamente tres locales: el teatro Victoria Eugenia, la sala del Ayuntamiento y la basílica de Santa María.

Especial mención merecen las estructuras sonoras del grupo Baschet que se están exponiendo en el palacio de Miramar, o el curso de interpretación musical, con profesores de la categoría de Pedro Corostola, Andrés Isoir, Elspeth Iliff, aparte los especialistas del barroco. En los cursos de verano, y en torno a la conmemoración de Bach, protagonizada por el organista José Manuel Azkue, los profesores Juan Ignacio Tellechea, Francisco Esnaola, Hubert Meister, Heinz Schüzte e Ignacio Cacho estudian el tema La Reforma y la música.En el renovado teatro Victoria Eugenia y a sala llena -incluido el ensayo general público- se ha -interpretado por dos veces. El Mesías, de Haendel. Con el Orfeón Donostiarra y un grupo de excelentes solistas invitados actuó la Grande Écurie et la Chambre du Roy, de París, con su maestro titular, Jean Claude Malgoire.

Malgoire, que ya hace unos años grabó en disco su versión de El Mesías, es uno de los nombres más conocidos entre los especialistas de interpretación barroca; sus conceptos responden a una serie de líneas maestras establecidas desde hace algún tiempo con valor casi doctrinal, lo que en ocasiones puede desembocar en excesiva evidencia erudita.

Por otra parte, la figura del maestro francés, tan interesante por tantos motivos, no me parece, a la hora de la práctica, la de un director demasiado atractivo, sino la de un profesor que toma la batuta con afán historicista y voluntad, muy de agradecer, de limpiar El Mesías de cualquier escoria romanticista y espectacular. Términos que no deben confundirse ni siquiera avecindarse, pues la ver dad es que el espíritu del barroco tendió con frecuencia a la espectacularidad. Pero en El Mesías habita lo que, forzando los conceptos, podríamos denominar espectacularidad interior; es como una gran fiesta religiosa, más musicalizadora de los textos que, salvo en algunos pasajes, buscadora de un teatro para el templo. Las directrices de Malgoire son acertadas en ese sentido, pero las soluciones, por insistencia en ciertas fórmulas de ejecución, habrían caído en monotonía a no ser por el trabajo del Orfeón Donostiarra, e n formación reducida que no sobrepasa las 50 voces. Ya he escrito en ocasiones recientes que el orfeón alcanza hoy el más alto nivel que pueda desearse. Es imposible encontrar algo análogo en España y muy dificílmente en Europa. La reciedumbre de las voces vascas, sin perder la bella consistencia de su timbre, se ha flexibilizado al máximo, se ha llevado a cabo un largo trabajo en cuestiones básicas como el estilo y la dicción, se ha unificado la técnica vocal y logrado virtuosismo y musicalidad.

Ha sabido el director del Orfeón Donostiarra, Antxon Ayestarán conseguir tales méritos y hacer cantar a su coro -después de estudiado el fraseo, las articulaciones y la dicción más aptas, para Haendel- con plena naturalidad. Algunos tiempos, fueron llevados por Malgoire con gran viveza pero las voces del orfeón respondieron con agilidad de gran orquesta especializada y con entonación excelente a pesar de tener que acomodarse a un diapasón bastante bajo que el habitual practicado por los instrumentos barrocos.

Preciosa de técnica y de estilo la soprano Colette Alliot-Lugaz y magnífico el contratenor Charles Brett, cuya arias respondieron muy bellamente al pensamiento y la expresión barrocos; equilibraron el cuarteto el tenor Martin Hill y el bajo Gregory Reinhardt. Con este Mesías se reinaguró el teatro Victoria Eugenia, una de las más hermosas salas españolas, que después de una larga reparación aparece externa e interiormente con resplandor en su mixtura estilística unificada por el justo característico de comienzos de siglo que definió tantos otros teatros europeos.

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