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FERIA DE BILBAO

La sangre de un torero

ENVIADO ESPECIALEl primer toro hirió a Luis Miguel Calvo cuando daba estatuarios. El novillo no le levantó del suelo, pero el pitón había hecho carne sobre la cicatriz de una reciente cornada, y ni se inmutó. Siguió tan estatuario como antes, acentuando la pinturería de su toreo, templando, pues, los redondos y naturales, y recurriendo a la fantasía de un exquisito toreo de repertorio. La sangre le discurría por la taleguilla, que centelleaba al sol de Bilbao, y su padre, que va en la cuadrilla, salió a ponerle un torniquete.

Tampoco entonces se miró Calvo la herida; sólo miraba al toro, o se miraba a sí mismo, para componer las suertes con la técnica que mandan los cánones y la majeza que reclaman las estampas clásicas de la tauromaquia. Una vez dio muerte al toro se marchó a la enfermería andando, los médicos detrás. No hizo ademán de sentirse herido y apenas trascendió en la plaza que llevaba una cornada.

Plaza de Bilbao

18 de agosto. Primera corrida de feria.Novillos de Ribeiro Telles, bien presentados, mansurrones y manejables. Luis Miguel Calvo: dos pinchazos (aplausos; herido de pronóstico reservado). Andrés Caballero: estocada caída (petición y dos vueltas); bajonazo (silencio); bajonazo (oreja). Rafael Gago: estocada (ovación y salida al tercio); estocada delantera (vuelta).

Así de enteros y auténticos necesita la fiesta que sean los toreros aunque otros más extrovertidos tampoco le vienen mal, porque éste es un espectáculo donde la diversión cuenta tanto como la pureza de las suertes. Uno de esos toreros extrovertidos es Andrés Caballero (Andresín, para el mundillo), que corre y gesticula, prende banderillas a la velocidad del rayo, capotea a ritmo de gorrión, acelera los pases de muleta. Pero, aun acelerado, encela las embestidas, porque liga los muletazos, lo que no deja de ser sorprendente a la velocidad que los ejecuta.

Para el espectáculo, los momentos más importantes en su actuación fueron cuando gritaba órdenes, se apresuraba por todos los terrenos, tiraba besos al público, intentado seducir al tendido mirándolo de abajo a arriba, hasta la bandera (por cierto española, en tanto la ikurriña la flanqueaba). Para la técnica que escudriñan sesudos analistas del arte de torear, los momentos más importantes fueron cuando ligaba esos redondos inciales y se hacía. con el toro, en el sentido de que si el toro había carecido de fijeza, ahora se embebía en la franela de Andrés Caballero (Andresín, para los amiguetes) con la codicia del avaro.

Ocurría también que, a partir de ahí, todo era lo mismo. Fuera del derechazo y los pases de pecho, el extrovertido novillero no tenía más repertorio. Al terminar su última vuelta al ruedo se tiró de bruces a besar la arena, que este hombre, lo que hace, lo hace de verdad. Se le pusieron las boqueras negras, porque la arena del ruedo de Bilbao es así de graciosa.

Rafael Gago estaba a medias entre la solemnidad del torero herido y el alboroto del triunfador. En realidad aún no ha asimilado las normas sobre terrenos y distancias, y aunque apuntaba estilo bueno, no podía construir con unidad las faenas. Banderilleó aquejado de notoria vulgaridad, no más acentuada que la de sus compañeros, si bien Andrés Caballero (Andresín, en el barrio) ya tiene sus mañas y quiebra al hilo de las tablas con el auxilio de un peón que, desde la barrera, arroja grosero capote para avisar al toro a la salida de la reunión. Se las sabe todas. Las tablas que le faltaron a Luis Miguel Calvo le sobran al torero extrovertido y veloz.

Toritos de Domecq

La corrida de Juan Pedro Domecq, anunciada para mañana en Bilbao, podría ser rechazada por la autoridad y los veterinarios, pues es muy escasa de trapío y además tiene síntomas de alarmante merma de facultades. Los diestros de este cartel son Niño de la Capea, Tomás Campuzano y Espartaco. En cambio, la de Murteira Grave -que han de lidiar hoy Ruíz Miguel, Pepe Luis Vargas y Víctor Mendes- tiene presencia, que aún se hace más llamativa, por contraste, al lado de los menguados toritos de Domecq. La seriedad de que goza la Feria de Bilbao reclama un escrúpulo estricto en la selección y reconocimiento del ganado que vaya a saltar al ruedo de Vista Alegre.

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