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El Papa exaltó en Zaire el martirio y la castidad

Juan Arias

La etapa zaireña de Juan Pablo II concluyó ayer. El Papa llegó anoche a Nairobi, donde clausurará el 432 Congreso Eucarístico, Intemacional con una llamada a la defensa de la familia. En su última jornada en Zaire visitó Lubumbashi, la capital de la región de Shaba, la antigua Katanga, zona minera declarada independiente por Moisés Tshombé tras una intervención de las tropas de la ONU entre 1960 y 1963. El 61% de los 500.000 habitantes de Lubumbashi es católico. El Papa ha aprovechado su etapa zaireña para exaltar la castidad y el martirio.

En Lubumbashi, el Papa celebró la misa de la nueva beata, la virgen y mártir Clementina Anuarite. De este modo se puede decir que las 48 horas pasadas por el Papa en el país más rico en diamantes del mundo han estado impregnados por la exaltación a la castidad. Ya en Kinshasa el papa Wojtyla no sólo dedicó toda la homilía de la misa a can tar las glorias de la joven asesi nada por defender su virginidad, sino que sobre ella versó el discurso dirigido al episcopado de Zaire y a los sacerdotes y religiosos. Y es que en la nueva beata zaireña el Papa polaco ve reunidos dos valores que él ama y admira: la pureza y el martirio.Woityla ha visto siempre el ideal de la vida cristiana en clave de heroísmo, y éste lo siente tangible en la elección voluntaria de la virginidad y de la castidad, incluso matrimonial, y de la entrega de la vida misma por defender la fe católica.

Precisamente en Lubumbashi donde ayer estuvo Juan Pablo II, las monjas realizan un rito muy sugestivo y lleno de simbolismo cuando hacen su voto perpetuo de castidad, que consiste en pincharse con una aguja la yema del dedo para sacarse unas gotas de sangre que después mezclan con el vino consagrado, que según la doctrina católica se convierte en sangre de Jesucristo. Dichas go tas de sangre simbolizan, tanto la heroicidad de una castidad para toda la vida como la disponibilidad al martirio real.

Mientras el valor de la pureza tiene poca resonancia entre los africanos, iniciados en la actividad sexual desde la infancia y donde las mujeres son maduras para la maternidad desde casi niñas, "sí lo tiene el de la virginidad". Y ello porque dicha condición es la mejor, propiedad de la mujer. Es lo que ofrece para poder casarse, cosa fundamental para asegurarse no sólo la subsistencia, sino también su serenidad y seguridad en la sociedad.

El Papa, sin embargo, ha querido presentar el ejemplo heroico de la beata Anuarite como una de las glorias de la Iglesia, que puede contar con un ejército de mujeres dispuestas a renunciar a un hombre, una familia y unos hijos propios, cosa esta última esencial en África, donde la mujer estéril es aborrecida y el hombre sin hijos es un don nadie. Esta renuncia la hacen las mujeres cristianas, según el Papa, para dedicarse con mas ahínco a los demás, a los más necesitados. Así, presentan la Iglesia ante la sociedad como algo superior, heroico, que ninguna otra institución podrá ser capaz ni de imitar ni de superar.

En su anterior viaje a Zaire, en 1980, el Papa pagó un precio alto: cuando se le prohibió visitar los barrios más miserables; cuando al menos 14 personas murieron aplastadas Por la marea humana que se precipitó para situarse.cerca del altar y verle mejor; cuando el presidente, Mobutu Sese Seko, le prohibió ir a rezar ante los restos mortales de las víctimas y dar el pésame a las familias de las víctimas, y cuando tuvo que aceptar que el nuncio celebrara, de prisa y corriendo, el matrimonio del presidente Mobutu con la mujer con la que convivía y de la que esperaba un hijo.

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Un alto precio

Esta vez le dejaron, eso sí, atravesar una parte de uno de los barrios más miserables de Kinshasa: kilómetros de miseria inconcebible donde la gente se hacina, sentada al borde de las cloacas abiertas, tan malolientes que los periodistas tuvimos que cerrar las ventanillas de nuestro autobús a pesar del calor que nos achicharraba porque era imposible soportar el hedor que llegaba de aquellas cloacas destapadas al borde de las chabolas miserables.Pero el Papa tuvo que mantener silencio, sin nombrar durante la misa a ¡as víctimas de aquel mismo lugar de hace cinco años. Ni un recuerdo, ni una oración piadosa para no herir al presidente Mobutu, presente en la misa y que. prefiere olvidar aquel terrible incidente ocurrido en 1980.

Tuvo que soportar el bochorno de que el presidente no invitara a los embajadores, como estaba previsto en el programa del Vaticano. Una afrenta tal que la Secretaría de Estado prefirió cargar con la,culpa afirmando que se había tratado de un mal entendido entre el Vaticano y la nunciatura de Kinshasa.

Es verdad que Juan Pablo II Condenó en su discurso, sin la presencia de los embajadores, los atropellos contra los derechos humanos y contra las injusticias que producen miseria y humillación. Pero en un momento tan delicado para Suráfrica, tuvo el Papa que silenciar la cuestión, precisamente ante un personaje como Mobutu, que tiene buenas relaciones oficiosas con Suráfríca, cuando en días pasados condenó duramente la segregación racial.

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