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Pira

Rosa Montero

Ahí están, en primera página de los periódicos, con sus nombres y apellidos, reas del descomunal delito de pretender que se respeten sus derechos.No son suficientes, por lo visto, las habituales congojas del aborto; la soledad de la decisión, el temor físico, el revuelo de los fantasmas interiores. Hay que aplicar un castigo ejemplar y convertir a las cumplidoras de la ley en delincuentes. Las muy locas osaron operarse sólo porque podían gestar un hijo subnormal o morir en pleno parto. 0 sea, nimiedades: algo turbio tendrán estas mujeres, algún tizne moral oculto y hondo. Qué pena que no sean heroinómanas, como un periódico se apresuró a decir; pero, en fin, siempre queda el recurso de exponer sus entrañas en la prensa, de vocear su identidad, de convertirlas en las abortistas más célebres de la pequeña historia. Se ve que el secreto profesional no se cumple con todos los pacientes.

De los médicos, claro está, no se ha publicado casi nada. Con ellos sí que ha funcionado la reserva. No se conocen sus nombres, no se sabe quiénes han dicho que sí y quiénes que no al asunto. Faltaría más: los pobrecitos están tan desprotegidos y angustiados. Incluso hay algunos que, sumidos en una tribulación profunda, se han negado a practicar la operación para no ser ellos los primeros. Es éste, como se ve, un fino escrúpulo. Y qué decir de esa atroz duda: ¿Me negaré al aborto en la SS y lo practicaré privadamente en mi consulta? En fin, que los doctores andan con la conciencia en carne viva.

Lluch se ha comprometido a un riguroso control sobre el aborto. Pero su control parece estar limitado a las mujeres. "Que la ley no sea un coladero", dice Lluch, y centra así el asunto en sus verdaderas dimensiones: las perseguidas son ellas, siempre ellas. La entrada en funcionamiento de la ley se ha convertido en un acto público de relajación, pira de herejes. Me pregunto cuántas mujeres habrá que no se atrevan a ejercer su derecho por miedo a pasar por tal suplicio. Ahí han quedado expuestas las tres primeras, con la coroza penitencial convenientemente calada hasta las cejas.

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