La deuda interminable
JUSTAMENTE TRES años después de aquel verano de 1982 en el que México, uno de los países más endeudados de la Tierra, suspendiese pagos unilateralmente, la posibilidad de un crack financiero mundial motivado por el gigantesco endeudamiento externo del Tercer Mundo vuelve a tomar cuerpo. Durante este período, la banca internacional y los países acreedores, creyeron tener un respiro, que se manifestó en el moderado optimismo de las asambleas generales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.América Latina es una de las regiones más afectadas por este problema. Un 40% de la deuda total, 360.000 millones de dólares (más de 60 billones de pesetas), se concentra en la zona. Los dirigentes políticos de los países latinoamericanos, cada vez con mayor unanimidad, se dan cuenta de la imposibilidad matemática de pagar los créditos y están intentando llegar a acuerdos que acolchonen una situación caracterizada por la tendencia a una moratoria general de pago que pondría en cuarentena el sistema financiero internacional.
De esta unanimidad surgió el llamado Consenso de Cartagena (conjunto de los 11 países latinoamericanos más endeudados). El Grupo de Cartagena ha pedido reiteradamente una negociación política para hacer frente a la quiebra técnica de la región. La respuesta de Estados Unidos fue, en 1984, una subida inmediata de los tipos de interés, lo que se consideró una provocación. Este año, la cumbre de Bonn de los 15 países más ricos de la Tierra dio la callada por respuesta en un primer momento; cartas individuales o buenas intenciones después. Otros países acreedores -y entre ellos España, como ayer mismo recordó el ministro de Hacienda, Carlos Solchaga- pueden estar en buena disposición negociadora, pero no pueden permitirse, por su propia situación económica, alegrías en los plazos de cobro.
El fracaso del diálogo pedido por los deudores ha llevado a una coyuntura explosiva, inmediatamente aprovechada por el líder cubano, Fidel Castro, para levantar la bandera de la deuda. Partiendo del hecho de que el endeudamiento exterior es imposible de pagar sin que los países en vías de desarrollo entren en un círculo consistente en producir para pagar, sin poder desarrollarse y reducir distancias respecto al mundo industrializado, Castro ha convocado en Cuba a un impresionante número de técnicos, economistas y políticos, en un contexto determinado por la necesidad de que exista una condonación bilateral de los pagos.
Así pues, en estos momentos se distinguen tres posturas claramente diferenciadas, y cada una de ellas con sus matices. Estados Unidos se niega a negociar con el conjunto de países latinoamericanos y prefiere la negociación bilateral con cada uno de los países deudores. Esta posición responde mejor a los deseos de la Administración Reagan de diferenciar claramente a los amigos de los enemigos, pero en el terreno económico es difícilmente defendible. Todos están con el agua al cuello; una medida como la adoptada hace poco por la OPEP de reducir el precio del petróleo empeora los compromisos de países como Venezuela o México, que podían confiar en esta materia prima para mejorar su relación real de intercambio.
La segunda postura, la negociadora, localizada en el Grupo de Cartagena, también ha perdido su fuelle ante el silencio de hielo de Occidente. Por otra parte, sus propuestas nunca se han concretado sustancialmente en el terreno técnico, al estar pendiente una negociación política previa. La reunión de este fin de semana entre los presidentes de Colombia, Belisario Betancur; de Uruguay, Julio María Sanguinetti, y de Panamá, Nicolás Ardito Barletta, en la misma ciudad que dio origen al grupo, parece estar dedicada a reforzar esta opción.
Por último está la posición abanderada por Fidel Castro, cada vez con más adeptos, al menos en el plano teórico, que afirma que la deuda externa no sólo es impagable matemáticamente, sino que además nadie se atreverá a cobrarla por la fuerza ante la posibilidad de que se despierte una creciente solidaridad en los países de América Latina que actúe como aglutinante de casi todos ellos, independientemente de las ideologías de sus respectivos regímenes.
Las diferencias que separan a los defensores de cada una de las posturas de los países deudores quedan marcadas estos días de forma precisa. La reunión presidencial de Cartagena de Indias, la convocatoria de Fidel Castro en La Habana y la soledad -al menos por el momento- del joven Alan García muestran hasta qué punto los compañeros de cuitas están aún muy lejos de llegar a la unidad de criterios. Economía y política se funden en un todo muy difícil de deslindar.
Porque es evidente que toda postura de fuerza que intenten tomar los países latinoamericanos se va a encontrar con la firme y enérgica oposición de los acreedores, y muy concretamente con la Administración Reagan. Para Estados Unidos, el tema de la deuda no es sólo económico, sino que se inscribe en las complejas relaciones políticas con sus vecinos del Sur. Washington no puede ceder en este tira y afloja, máxime cuando su rival en el cuadrilátero -o por lo menos su abanderado- es el mismísimo Fidel Castro. De ahí parte la enérgica decisión de Estados Unidos hacia Lima. Las declaraciones del nuevo presidente peruano, Alan García, de que sólo destinará el 10% del valor de las exportaciones de Perú al pago de los créditos debía tener, de acuerdo con esta posición estadounidense, una respuesta rápida y contundente. Alan García sabe ahora lo que tiene enfrente, y quizá ello le ayude a saber quién tiene al lado o, cuando menos, a quién no debe sumarse.
El sistema financiero internacional ya no es tan primario como el que existía en 1919, una fecha en la que muchos países de América Latina declararon la moratoria de sus deudas. Aunque se ha sofisticado mucho, sin embargo no debería ser aplicado de forma inflexible Por los países ricos, y sí acudir al diálogo con los deudores para hallar fórmulas que solucionen este grave problema. En el transcurso de los próximos meses se pueden ver las consecuencias de una quiebra generalizada de muchos países, que no por anunciada deja de ser menos angustiosa, y cuyos efectos finales podrían rondar la catástrofe.
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