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Conversación en Jerusalén

Poco después de las matanzas en los campos de refugiados de Sabra y Chatila se produjo una manifestación de protesta que reunió en Tel Aviv a 400.000 ciudadanos, algo más de una octava parte de la población judía de Israel. Para comprender las dimensiones colosales de esa congregación progresista es necesario imaginar una manifestación que reuniera en cualquier gran ciudad de España a cinco millones de españoles. A la cabeza de la organización de esa manifestación de protesta contra la demencial política de Sharon y Beguin en Líbano (ese Gobierno perdería poco después las elecciones) se encontraban el movimiento Paz Ahora (movimiento israelí, uno de cuyos lemas establece que "la paz es preferible al territorio de Israel indiviso") y el partido socialista unificado (Mapam). Invitado por Mapam y acompañado por mi mujer y por mi hija, viajé a Israel, donde permanecí ocho días, a finales del mes de marzo. En la extensión de un artículo de periódico no cabe ni siquiera un telegrama de mis experiencias y reflexiones de aquellos apretados días. Sólo quiero contar, y desde luego resumidamente, una entrevista. Se produjo en la mañana del miércoles 27 de marzo y tuvo lugar en la Jerusalén antigua, en un despacho de un agencia de prensa palestina.Me acompañaron en esa entrevista, obviamente no clandestina, pero sí sorprendente, mi hija Guadalupe y tres militantes de Mapam: un escritor de origen argentino, una joven israelí que se había ocupado de establecer el contacto con los periodistas de la agencia de prensa palestina y un miembro de un kibutz, judío de origen norteamericano, que resolvería, con su servicio como traductor, mi desconocimiento del idioma inglés, en el cual me hablaron el director y el subdirector de la agencia. Eran dos hombres de unos 40 años de edad, uno de los cuales, en la primera etapa de nuestra entrevista, habló largamente, con voz sosegada y mirada atenta, y ligeramente extrañado de que yo no tomase notas. Cuando vio que, por el contrario, en un determinado momento cerré el bloc y le miré con amabilidad y decisión, interrumpió su discurso, que hasta ese instante había sido digamos oficial, es decir, propagandístico, y manifestó estar a mi disposición, si yo deseaba preguntar. Abrí de nuevo el bloc y a partir de ese instante tuvimos una conversación fluida, relajada y, para mí, extraordinariamente interesante.

La escena era curiosa. Estábamos en una pequeña y cómoda habitación de trabajo, dentro de una casa a la que habíamos llegado dando vueltas y más vueltas por las calles abigarradas de la Jerusalén antigua. Sobre una pared del despacho había una enorme fotografía a color, enmarcada y llena con dos figuras: el papa Pablo VI y Arafat. Junto a esa foto, a la que no logré atribuir otro sentido que el de que pudiera servir de captación de cristianos para el movimiento palestino moderado, estábamos dos poetas dirigentes de una agencia de prensa y editores de un boletín de propaganda palestina en la misma Jerusalén, tres judíos militantes de un partido socialista y democrático (uno de ellos, poeta y traductor; otro, trabajador de un kibutz y de origen estadounidense; y el otro, una muchacha, creo recordar que ya nacida en Israel), más un poeta español y su hija. Las preguntas y las respuestas e produjeron sin la más mínima autocensura y con lenta, casi solemne seriedad, excepto en un momento en que, mostrando a mi interlocutor palestino mi paquete de cigarrillos Winston, le pregunté qué le parecía estar charlando con un hombre que fumaba tabaco norteamericano. El director de la agencia, que hacía ya una hora que fumaba sus cigarrillos norteamericanos, con rapidísimos reflejos encajó el golpe, sonrió, aspiró una honda bocanada de su cigarrillo y respondió: "¿No le parece que hay que quemar al imperialismo?". Reímos todos, incluso cuando le respondí: "Lástima que no tengamos también cigarrillos soviéticos".

A lo largo de esa charla, que duró un par de horas, comprobé que, no sólo en lo esencial (la paz), sino en cuestiones algo menos inverosímiles, todos en esa habitación habían echado a andar hacia objetivos semejantes. Primero: judíos y palestinos (me refiero a aquellos judíos y a aquellos palestinos) trabajaban hacia un primer logro común: el establecimiento de fronteras estables y mutuamente convenidas. Segundo: mutuo reconocimiento de los pueblos palestino e israelí. Tercero: mutuo reconocimiento de los derechos históricos de ambos pueblos y decisión de llegar a acuerdos tan extremadamente complicados sólo mediante la negociación y el diálogo. Cuarto: el triple problema religioso de Jerusalén no es un problema religioso, sino político. La distinción es importante. La administración de Jerusalén puede ser cooperativa por parte de las tres religiones, con autoridad y administración compartidas. "¿Por qué sacrificar nuestros pueblos? ¿Para defender qué intereses?". Les pregunté si no se sentían meros peones en un tablero de ajedrez infernal. Con airada pesadumbre manifestaron no desconocer que las ilusiones de unos y de otros están siendo manipuladas por los intereses geopolíticos y económicos de los dos grandes bloques. La Unión Soviética no tolera una posible occidentalización de los países árabes, y Norteamérica es incapaz de modificar su política de exportación de guerras en la región de Oriente Próximo. "Es una conspiración contra el destino de los pueblos. Aquí hay lugar para todos y puede haber entendimiento. Es difícil, pero es desesperadamente necesario, y esperanzadamente necesario". "Sin embargo, nuestras posibilidades reales son muy escasas. ¿Quién monopoliza esta área? La URSS ayuda a los enemigos de Norteamérica y ésta apoya e incluso crea en la región nuevos conflictos bélicos". "Los dos grandes imperios parecen cómplices entre sí, contra todos nosotros". Deliberadamente omito qué frase entrecomillada pronunciaban los palestinos y qué otra frase los israelíes. Recuerdo que pregunté a todos ellos si podía citarlos por sus nombres. Con emocionante coraje me dijeron que sí. Pero prefiero silenciar esos nombres. Antes de trasla-

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Conversación en Jerusalén

Viene de la página 9 darnos a almorzar (lo hicimos todos juntos en un restaurante árabe, en donde nos sirvieron con una exquisita abundancia y en donde los palestinos me hicieron preguntas sobre la actualidad de la poesía española), les pregunté cuánto duraría la guerra en Oriente Próximo si las ideas que acabábamos de intercambiar fuesen mayoritarias. Me respondieron: "Media hora".

Hoy recuerdo aquella reunión con admiración por aquellos seres magníficos y con indignación y pesadumbre porque sé que su coraje y su bondad son solamente un testimonio, obstruido, casi paralizado por la rapacidad y la monstruosa testarudez de la guerra de bloques. Hoy recuerdo también un acontecimiento que sucedió en la universidad de Halfa. En el pasado año, un miembro del Parlamento israelí perteneciente a un partido de extrema derecha se presentó fuertemente escoltado en esa universidad, con el propósito de pronunciar una conferencia. Ante un multitudinario auditorio de jóvenes estudiantes, judíos de la más diversa procedencia geográfica, árabes y cristianos, hostiles al conferenciante, aquel individuo comenzó y concluyó su conferencia con esta frase: "Buenos días, estudiantes israelíes y perros árabes...". El aula hirvió, se confundieron y crecieron juntos los gritos de protesta, volaron los brazos de las sillas y otros objetos inconformes, intervinieron los miembros de la seguridad para rescatar a tan fino orador... y se abrió un proceso contra los más violentos de entre los estudiantes, que no habían sido solamente los árabes, sino también judíos y cristianos. Me contó este suceso una muchacha, hija de un líder árabe cristiano, en el transcurso de una cena con su padre y con el secretario de relaciones exteriores de Mapam. Esa muchacha es abogada, y se encarga de la defensa de varios procesados en aquel incidente. Me dijo que hay abogados árabes, cristianos y judíos ocupados en la defensa de los procesados judíos, árabes y cristianos, de un modo general e indistinto. Añadió que los jóvenes de la universidad de. Haifa aún siguen abochornados e indignados contra aquel conferenciante a quien no consintieron proseguir en el uso de la palabra.

Ahora, meses después de aquel viaje a un país apasionante, sigo en la Prensa las noticias de los combates, el terrorismo, las represalias, la arrogancia, la miseria, la demencia, el espanto, y tengo la sensación de que el Oriente Próximo (pero también el resto de la Tierra) está apresado en una trampa. Entre tanto, y en medio del conflicto, algunos seres lúcidos y valientes se reúnen para sufrir y proyectar y dar la cara, y para pronunciar conjuntamente una palabra subversiva: paz.

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