El drama boliviano
LAS ELECCIONES que acaban de celebrarse en Bolivia han sacado a la luz las consecuencias de la historia dramática que este país ha vivido en las últimas décadas. Con una voluntad democrática fuertemente arraigada entre la inmensa mayoría de la población, con unos sindicatos obreros con una capacidad organizativa y combativa excepcional (sobre todo en las zonas mineras), Bolivia es indiscutiblemente un país de izquierdas. En 1952, con la reforma agraria y la nacionalización de las principales minas, inició una revolución democrática que levantó grandes esperanzas y despertó cierto orgullo nacional entre una parte considerable de la ciudadanía. Esa etapa fue interrumpida por una serie de golpes militares, de signo progresista al principio, hasta que en 1971 el general Hugo Bánzer impuso el retorno a los métodos de represión brutal y liquidación de las libertades que suelen caracterizar a las dictaduras basadas en la fuerza de las armas.Cuando hace tres años Hernán Siles Zuazo ocupó la presidencia de la República, apoyado en una coalición de partidos de izquierda, se abría una nueva oportunidad histórica de reemprender el camino abierto en 1952. Es obligado reconocer que el presidente Siles ha respetado los derechos humanos; otro rasgo importante de estos tres años es que el Ejército ha respetado la legalidad democrática. Sin embargo, no se puede disimular la triste realidad: la presidencia de Siles Suazo presenta en lo fundamental un balance de fracaso. La economía, con una inflación galopante, bordea el caos. La cocaína sigue siendo la principal fuente de divisas. Los gestos de buena voluntad no pueden ocultar una total incapacidad de gobernar el país. En este fracaso de una etapa democrática ha desempeñado un papel decisivo la división de los partidos y de los hombres representativos de una política de reformas sociales y culturales y de respeto y ejercicio de las libertades. Un personalismo exacerbado ha enfrentado entre sí a las principales figuras de la democracia boliviana.
Para salir de la crisis, Siles Zuazo convocó elecciones anticipadas; y en la preparación de éstas, hemos asistido a un hecho sin precedentes: el general Bánzer, el dictador que enterró las libertades en su etapa de gobierno, se convirtió en el candidato con mayor respaldo popular; los sondeos anunciaron su victoria arrolladora. Tal perspectiva significaría un fracaso particularmente grave para la democracia boliviana; porque no sería ya un golpe militar el que la derrotase; de las urnas mismas saldría la aceptación de un retorno a métodos dictatoriales; el nombre mismo del general Bánzer es más expresivo que todos los programas que pueda exponer.
En el trasfondo de las elecciones bolivianas se dibuja cierta debilidad intrínseca de la democracia en las condiciones de países poco desarrollados, que de hecho no controlan su economía; les presiona de un lado la deuda exterior, de otro la demanda de reformas sociales profundas de masas ingentes condenadas a la miseria. El caos económico puede alimentar actitudes políticas contrarias a la democracia. En Bolivia, por otra parte, la fuerza del sindicato es muy superior a la de los partidos; en esas condiciones, la democracia no puede basarse exclusivamente en las elecciones (con censos mutilados, además) del presidente y del Congreso.
Con todo, a falta de que concluya el recuento, los resultados iniciales de Bánzer parecen moderarse a medida que llegan los votos de las zonas rurales; el candidato de centro-derecha, Paz Estenssoro, está recogiendo un número de votos no muy inferior al del primer candidato. En esas condiciones, corresponderá al Congreso elegir al futuro presidente. Cabe, pues, la posibilidad de un reagrupamiento de fuerzas democráticas y reformistas para impedir el retorno de Bánzer, para elaborar una plataforma común entre los partidos democráticos que permitiese superar divisiones y personalismos. Sin embargo, el futuro sigue muy incierto; porque incluso una solución en el seno del Congreso no garantiza que no intervengan después factores de fuerza y choques violentos.
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