La locura como amenaza
En mi opinión, su editorial La locura como amenaza tiene la virtud de tratar un tema complejo de una forma arbitraria y precipitada. Nadie que esté medianamente atento a lo que ha venido ocurriendo con la atención a los enfermos mentales puede afirmar, como se dice, que esta sociedad no sabe qué hacer con sus enfermos mentales", "que se ha salido de la etapa de los manicomios, ( ... ) que predomina el tratamiento en régimen abierto y el derecho a la libertad del enfermo mental". Afirmaciones tan inexactas revelan un desconocimiento inexcusable o una malevolencia inexpicable. Mientras que en los años sesenta y setenta disminuía ostensiblemente en la mayoría de los países europeos la población internada en los hospitales psiquiátricos, en nuestro país crecía, y apenas ha habido una acción sostenida dirigida a disminuir la población de los internados en dichos hospitales.El tratamiento en régimen abierto, como dice el editorial, no es algo de lo que haya que lamentarse; es algo que hay que conseguir porque las necesidades de los usuarios así lo reclaman. La mayoría de los problemas psiquiátricos se debe y se puede resolver con formas de tratamiento que no requieren del internamiento. La hospitalización es un instrumento técnico que tiene sus indicaciones y que ha de contemplarse dentro del conjunto de medidas que comprende el proceso terapéutico. Y ahí es donde se sitúa hoy el problema en nuestro país: en la carencia de una red de servicios ordenados e integrados, descentralizados y diversificados, de tal manera que puedan ofrecer respuestas adecuadas a las diversas necesidades que en su evolución presentan los enfermos psíquicos. No es un problema, como quiere apuntar el editorialista, de filosofía social confusa, sino de falta de directrices claras, de un ordenamiento racional de las medidas, de un aprovechamiento y dotación de recursos. Este fenómeno es, si se quiere, más grave en una comunidad como la madrileña, en la que diversas personas, con conocimiento del tema, coinciden en afirmar que existen recursos humanos suficientes para asegurar una asistencia de alto nivel; pero las dificultades de coordinación, el mal entendimiento de las áreas administrativas, la incapacidad para modificar comportamientos estancos y para ordenar con arreglo a unos criterios actuales generan situaciones de desamparo o de oferta solapada e ineficiente.
Me parece muy difícil de seguir la pirueta lógica que hace el editorialista para explicar, a partir de un hecho doloroso, que no se contextualiza adecuadamente, los males de nuestra asistencia psiquiátrica. Su lamento porque aún no haya una verdadera definición de lo que es el enfermo mental o porque no se puede reducir la conducta humana a términos geométricos es comprensible, pero no podemos imputar esta deficiencia a nuestro "patrimonio intelectual". Son lagunas ligadas a los límites de ciertos conocimientos, a la complejidad de la conducta humana, que difícilmente va a tener una formulación matemática como parece desear el cronista.
Sin embargo, con ese afán por anticipar con exactitud y rigor la potencial peligrosidad de los enfermos psiquicos resurge uno de los viejos prejuicios que han servido para la exclusión y estigmatización del enfermo psíquico, para entorpecer su mejor conocimiento y para contribuir a que muchas veces se cumpla aquello que dice temerse. Uno no puede dejar de leer en su argumentación una propuesta de recuperación de la ley de Peligrosidad Social para los enfermos mentales.
El problema de nuestra asistencia psiquiátrica no radica en que no se hagan los internamientos debidos, porque de esta forma de intervención aún se abusa; tampoco se debe a filosofías Sociales extravagantes ni a discursos antipsiquiátricos que identifiquen la locura con la disidencia, porque esta ideología no ha tenido ni tiene relevancia en los medios profesionales de salud mental.
El problema tiene que ver con la modernización de formas de intervención y estructuras asistenciales desfasadas y arcaicas, impropias de un Estado que se esfuerza por renovarse y reformarse.-
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