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Falkland gana, Malvinas pierde

Primero las sobrevoló, luego las defendió y hace pocas semanas ha procedido a inaugurar oficialmente el aeropuerto que permite el aterrizaje de aviones de gran porte. Con ello, el príncipe Andrés reafirmaba con el peso de su pasado guerrero, y sobre todo del de su nombre de familia real, el compromiso de seguir manteniendo a las Malvinas dentro del imperio.Yo estuve en esas islas cuando todavía no existían para la mayoría de los habitantes del mundo, es decir, cuando no se habían asomado a los titulares de los periódicos, a la radio ni a la televisión. Corría -como decían los escritores del siglo XIX- el año 1972, y la única muestra de irredentismo argentino de entonces había sido el intento de 20 porteños de aterrizar por sorpresa en las islas y declararlas reincorporadas a la madre patria. Fueron detenidos sin violencia, retenidos sin esfuerzo y puestos en el primer barco que iba a Buenos Aires.

Aparte de ese incidente, no había nada que recordara al viajero la proximidad geográfica del río de la Plata. Vi en el cierre de un garaje un "¡Viva Argentina.!" tachado prontamente, y a su lado, un "Queremos seguir siendo británicos" que nadie tocaba.

La comparación con Gibraltar que se ha hecho varias veces es desafortunada. Los llanitos dicen "zomo británico" en una contradicción lingüístico-patriótica, mientras que los habitantes de las Malvinas hablan como si realmente fueran de las Falkland, en un inglés que si tiene algún acento es el escocés; igual que el aspecto del terreno: sus colinas áridas y los rebaños de corderos recuerdan las famosas Highland, como es británico el té servido a las cinco y las menudas casas de pequeño jardín y visillos en las ventanas. Todo está unido por un larguísimo cordón umbilical y patriótico a la lejana Gran Bretaña. Es una fidelidad basada en el orgulloso pasado y en la orgullosa raza. Allí no manda la geografía, sino la historia.

La gente también es británica en su comportamiento. Esos seres, que no ven jamás un turista -los barcos pasan lejos y de largo-, lo reciben sin el menor ¡ah! u ¡oh! Son amables, pero no se deshacen por complacerles; le venden lo que tienen, sin intentar engañarles. Como todo inglés trasplantado, no cree que el hecho de estar a miles de kilómetros de su tierra de origen les obligue a cambiar de actitud ante sí mismos o los demás. Su vida, aunque con mejor clima -ni el frío ni el calor son excesivos-, podría ser la misma que en Escocia, tanto en el trabajo como en la diversión. Su Falklánd Island Monthly Review publica noticias entrañablemente ingenuas, de puro sabor local: reparto de premios en la escuela presidido por el gobernador; concurso de belleza; excursión de unos estudiantes a una isla cercana, donde "comieron con excelente apetito"; relación de pruebas deportivas, etcétera.

La tierra es triste; la cosecha, mínima. .¿Tú crees que las Malvinas valen una guerra?", me preguntaba un amigo al estallar las hostilidades. "No valen ni una riña callejera", le contesté. Pero esa rifia llegó realmente a mayores, con sangre derramada estúpidamente. Fue una guerra en que era difícil tomar partido entre un Galtieri queriendo hacer olvidar con luchas externas la opresión interna de los argentinos y una Thatcher queriendo ocultar el paro británico con el ondear de las banderas imperiales. Sí, era dificil tomar partido; lo único a favor de Gran Bretaña era que el primer tiro no lo disparó ella, y en la vida internacional, como en la callejera, el agresor es siempre culpable. Por lo demás, no valía la pena nada..., a no ser que exista, como dicen muchos, una gran baza económica oculta (petróleo bajo el Atlántico sur) y otra baza estratégica importante: el observatorio que estas islas representan para vigilar los movimientos de buques soviéticos que, tras rodear el cabo de Hornos, se encaminan a tierras africanas-marxistas, como Angola.

Si las islas son pobres en estética y crematísticamente, el mar que las circunda es rico en hermosura y en productividad. Está la ballena, pescada para producir carne, aceite y otros derivados, que constituyen buena parte de los ingresos de la isla, y la estética, representada por el cariñoso pingüino (anuncio del Polo Sur ya cercano) o los esbeltos delfines. Allí aprendí la vida familiar de esos mamíferos. Supe que la pareja en ellos es monógama y perenne; que la hembra -algo que supongo que irritará a las feministas- nada siempre cerca del macho, pero siempre también retrasada en medio metro, y que los delfines de las Malvinas son tan inteligentes y juguetones como los detodo el mundo.

Ahora hay un nuevo aeropuerto o, mejor, una nueva, larga y ancha pista en el aeropuerto de Mount Pleasant. Defender las islas contra un posible enemigo va a costar, según el Gobierno, 750 millones de dólares, cifra que ha dejado atónitos incluso a conservadores británicos. El escudo de las Falkland-Malvinas tiene ahora un cordero (su economía principal) y un bergantín (su enlace con el mundo exterior). Ahora tendrá que añadirle un gran avión de transporte si quiere ser fiel a su actualidad. Pero pocas veces el futuro ha Bamado a la puerta de quien menos lo necesitaba ni de quien menos le importaba. Al empezar la guerra recordé a una pareja norteamericana que había ido a vivir a Port Stanley precisamente porque no había forasteros ni demasiado movimiento, un lugar donde se podía pensar y meditar, olvidado del mundo.

( ... ) Pero el mundo decidió de pronto ocuparse de él.

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