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Las otras vidas posibles de Julio Caro Baroja

Si se seleccionan al azar 24 personas, la probabilidad de que dos de ellas celebren el mismo día su cumpleaños -es decir, que hayan nacido el mismo día y mes del año- es mayor del 50%. Hago gracia al lector de su sencilla demostración matemática, pero le animo a que compruebe por sí mismo esta curiosa paradoja eligiendo al azar 24 presidentes de EE UU, o 24 artistas, o 24 de sus amigos y conocidos. Pero si en estas listas incluyera por casualidad a Julio Caro Baroja y a mí, entonces esa probabilidad seria del ciento por ciento, porque ambos hemos nacido un 13 de noviembre; él, en 1914, y yo, dos años después. Al hablar sobre Caro Baroja es inevitable que resuene siempre el eco de su tío Pío Baroja, y más en mi caso, en que la amistad de mi padre con Baroja estuvo siempre al fondo de mi vida, aunque tuviera, como todas las amistades entre intelectuales, sus Guadianas temporales. Mi padre estimaba mucho a don Pío no sólo como novelista, sino también por su divertida personalidad, nunca exenta de curiosos contrastes entre su alma, generosa, y su carácter, más bien egotista. Esa larga amistad llevó al trato entre ambas familias y a que su sobrino Julio y yo fuéramos amigos desde niños. Solía ir yo los sábados por la tarde a su casa de la calle de Mendizábal -destruida en la guerra civil-, donde las familias Baroja centraban sus actividades de ocio y de negocio; entre ellas, la imprenta y editorial- de Caro Raggio, el padre de Julio, cuyo catálogo, por cierto, hecho más por amor que por beneficio, no ha tenido todavía un comentario digno de su importancia. Aparte las tareas de la imprenta, que nos divertían mucho a Julio y a mí, nos apasionaba presenciar el teatrillo de aficionados, instalado en una de las grandes salas de la casa madrileña, donde se daban obras escritas muchas veces, y hasta representadas, por el propio don Pío. Algún verano pasé temporadas con Julio en el casón solariego de Itzea, del que guardo el recuerdo infantil de su inmensidad, de sus amplias estancias, algunas misteriosas, y de su jardín y de su huerta, y sobre todo de su gran biblioteca, con su enorme chimenea central, junto a la cual solía estar don Pío escribiendo o leyendo. También recuerdo sus visitas a nuestro domicilio veraniego de Zumaya; una de ellas, vestido de príncipe -o al menos así quedó en mi memoria para asistir a un baile de disfraces en casa del pintor Zuloaga. Don Pío quedará en mi recuerdo, no obstante su fama de huraño, como un hombre afable, amigo de los pequeños, a quienes sabía encandilar con las historias que les contaba.Esa relación mía con Julio desde la infancia, el haber nacido en familias de similar condición liberal e intelectual, y quizá la afinidad que deparen las misteriosas conjunciones astrales bajo el mismo signo de Escorpión del día de nuestro nacimiento, hacen que nuestras opiniones sobre cosas y personas sean muchas veces convergentes -aunque nuestros destinos y capacidades hayan sido tan diferentes- y que me sienta justificado para decir algo sobre nuestro sabio amigo. Julio Caro es etnógrafo, antropólogo, historiador, escritor de pluma satírica y graciosa, ameno conferenciante, pintor muy estimable y varias cosas más. Pero yo no voy a valorar sus sabidurías y destrezas, que ya existen gentes en el mundo de la cultura con autoridad para hacerlo. Me he limitado a ser admirado lector de sus libros y editor de algunos de ellos, cabiéndome la satisfacción de haber publicado uno de los mejores, Las brujas y su mundo, traducido después a varias

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Las otras vidas posibles de Julio Caro Baroja

Viene de la página 11 lenguas, sin duda porque las hechiceras pululan e interesan por doquier. Las brujas, el análisis cultural de los pueblos, los moriscos, los temas lingüísticos, los judíos, la evolución de la agricultura, los grandes conquistadores, etcétera, constituyen un acervo intelectual impresionante que siempre supo exponer con esa prosa suya tan clara, amena y sugerente.Mas no voy a hacer la biografía de Julio Caro Baroja, entre otras cosas, porque la ha escrito él mismo en su maravillosa historia de Los Baroja. Voy a esbozar más bien, siguiendo a Ramón Gómez de la Serna, su superbiografía, es decir, aquellos acontecimientos que le pudieron suceder y no le sucedieron, pero debieron sucederle, aquellas vidas posibles que no llegó a vivir. La superbiografia es imaginaria, pero no arbitraria. No puede imaginarse cualquier cosa. En el caso que nos ocupa, por ejemplo, es evidente, para quien le conozca o haya tratado, que Julio nunca pudo ser un Don Juan, o un bizarro general, o un astuto político. La superbiografía de Julio Caro trasciende la biografía real de su persona y pretende dar algunos rasgos de las vidas que pudo tener y no tuvo, quizá por lo henchida de quehaceres que estuvo la suya real. En ciertos casos, esas vidas posibles se corresponden con las tentaciones de la juventud, y quizá se le alegren las pajarillas si acierto evocárselas. Pues la vida, por muy lograda que esté, como la suya, guarda siempre alguna cicatriz de las renuncias y el arrepentimiento de no haber hecho algo que se pudo hacer.

El novelista

Imaginemos que don Pío Baroja no hubiera existido. Toda la familia de Julio, igual, menos don Pío. El mismo ambiente en Madrid y en Vera, pero el gran novelista no pesa sobre Julio, quien, por el contrario, siente brotar de su pluma relatos apasionantes. Como es aficionado a la historia, escribe una serie de novelas históricas, y muchos de los que en sus trabajos reales han sido sólo aludidos se convierten en protagonistas formales: Lope de Aguirre, el juez Pierre de Lancre -que tanto persiguió a los embrujados-, la figura trágica de Jovellanos, etcétera. También le tientan los retratos de mujeres, especialmente las románticas, y si en la vida real su tío trazó la imagen trémula de Mari-Belcha, Caro Baroja, en esta vida posible suya de narrador, hizo la gran novela de la muchacha vasca, bella, católica y temperamental, que -era la gran obra que faltaba en la novelística vasca.

Sus trabajos científicos le lle- van por campos y caseríos y le proporcionan una serie de asun tos detectivescos. Animado por el éxito de sus otros libros, crea la figura de un médico rural na varro que se enfrenta a misterios, crímenes, robos y extraños acontecimientos entre las nieblas de los Pirineos. El caso más famoso fue el que publicó sobre la desaparición de una rica hispanista norteamericana en un aquelarre reconstruido con fines científicos en las renombradas cuevas de Zugarramurdi.

El editor

Siempre le tentó serlo, pero la dura experiencia de su padre le hizo ser cauteloso. No hubiera sido nunca exclusivamente editor, por ser oficio este de publicar lo que escriben los demás que requiere una humildad no frecuente en personas, como nuestro amigo, que tienen mucho que decir por sí mismas. Reeditó obras muy valiosas, algunas de las cuales sin él se hubieran perdido para siempre, como el manuscrito de un jesuita aparecido en un viejo archivo de Oñate que aclaró por fin el origen del euskera.

El compositor

Con esa facilidad para las artes que siempre tuvieron los Baroja, no podían faltar en Julio destrezas musicales. Julio toca muy bien la flauta de madera, aunque no gusta de mostrarlo, pero una de sus vidas posibles ha sido la de compositor. Compuso, a la vez, música popular y música erudita, pero, cuando se sintió más cerca de la gloria fue al dirigir la Orquesta de la Suisse Romande, invitado por su amigo Ansermet, trayendo al áspero mundo de nuestros días las dulces y olvidadas melodías románticas.

El esposo

El haber estado siempre tan pendiente de su tío Pío no hizo fácil la posibilidad de su matrimonio. La vida de Julio casado hubiera transcurrido por otros derroteros. Yo conozco una mujer, hoy ya detrás de la ventana, que descubrió muy temprano la valía y bondad de Julio. Lo malo es que tenía ambición social y le hubiera llevado a la política, cosa tan ajena a él. Pero ésta no fue una vida posible, sino una vida frustrada,

Señor de Itzea

Es en Itzea donde confluyen la vida real y las vidas posibles de Julio. En aquella casa hidalga recalaban siempre los Baroja a la hora de trabajar, de descansar o de guarecerse de los demás.

Igual hubiera recalado Julio en sus vidas posibles. No hacer nada por obligación, escribir cuando se está en temple, pintar cuando hay ganas, charlar con los amigos, oír música en las horas vagas, andar y ver este pícaro mundo, son los grandes placeres de nuestro amigo. Hombre ejemplar, uno de los últimos sabios que nos quedan -sabio porque sabe algo de todo y todo de algo-, que desde su señorío de Itzea, a la vera del Bidasoa, ha sabido dar brillo propio al ilustre apellido de los Baroja.

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