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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra de las edades

UN EXTENSO informe del Instituto de la Juventud acerca del grupo de edad comprendido entre los 15 y los 29 años (EL PAIS, 11 de junio) confirma un conjunto de intuiciones o de impresiones bastante generalizadas. Bloqueo, aislamiento, marginación, desapego, inactividad y dependencia son los grandes rasgos que definen a este sector social. En todos los tiempos y países se ha advertido siempre una presión de los maduros para retrasar la entrada en la vida activa de los jóvenes y para expulsar hacia el retiro a sus mayores. Pero quizá nunca el grupo comprendido entre los 30 y los 50 años ha ejercido el poder que le otorga su situación con tanta energía e implacabilidad como en las sociedades contemporáneas, de las que el caso español es un temible ejemplo. La avidez de ese grupo puede ser, más que fruto de la mera codicia o de la autodefensa, una necesidad de demostrarse su propio valor y una desconfianza hacia los demás. También lo está pagando caro: convertido en el núcleo de la población activa, sufraga en gran parte la subsistencia de los otros.

Aunque la prolongación de la vida humana haya dividido de otra manera las cifras de las tres edades, hoy existe conciencia de adultos en gentes que, sin embargo, aparecen como jóvenes que no terminan de ingresar en la vida activa. Y es muy de temer que para muchos de ellos no habrá ya suficientes oportunidades: se han asentado en la margínación con una adecuación psicológica que puede incluso ser cómoda. Algunos esfuerzos legislativos para incorporarlos al trabajo se realizan con un efecto de salto sobre la tercera edad. Empresas de número elevado de empleados se apresuran a despedir a los mayores para acudir al empleo juvenil: las ventajas fiscales y la movilidad contractual que obtienen les compensan de las indemnizaciones que están obligadas a pagar. A cambio, los nuevos empleados, expuestos a la revisión de los contratos y al regreso al paro, tienen un concepto distinto del trabajo: proyectan sobre sus estrenados puestos laborales el desapego o la indiferencia que parecen caracterizarles. Lo peculiar de la situación es que la clásica guerra de generaciones se está realizando entre la primera y la tercera edad, mientras la segunda aparece intacta o como mera participante en calidad de padres o de hijos.

Algunos conceptos abstractos planean en el informe. Las ideas acerca de si la expansión de libertades ha sido o no excesiva, las consideraciones sobre la condición de multi-informada de esta juventud, la muerte de las ideologías, el olor nuclear a fin de mundo, la provisionalidad de las verdades, la percepción de todo esfuerzo como inútil o la conquista de los placeres sin necesidad de pagarlos son materias especulativas que están siendo analizadas en todo el mundo. No deja de resultar paradójico que la abrumadora información sobre esos problemas y la voluntad retórica de superarlos coexista con la mas absoluta incapacidad a la hora de buscar una salida operativa.

Tal vez esas respuestas no existan o no puedan ser engendradas por ningún poder orgánico. La idea de que la capa de edad de dominio de la sociedad se extendiera desde los 20 a los 60 años parece interesante; pero no se adivina cómo podría aplicarse esa solución. Y, mientras, ese sector instalado en la vida productiva, aunque sienta la satisfacción de su seguridad, se muestra cada vez más agotado por el peso de la política fiscal, por la responsabilidad de los demás y por la alimentación no recompensada de aquellos a los que descalifica como inútiles porque no desea compartir con ellos la utilidad.

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