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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La columna

Visible seis días por semana en la última página de EL PAÍS y dotada a veces de especial poder entrativo. Ningún culto hispano -azul, verde, rosado o rojo, unitarista o autonomista- debiera dejar de leerla. Sus 300 palabras se tragan rápido. Columna visceral e intelectual. Sólo falta en ella la coral Umbral, metida por hojas interiores, salvo domingos. Desde esta tira de buen periodismo, el autor de turno vierte ácido más o menos cáustico, según sea la carga de su libido desplazada o el estro satírico del momento. Tres nombres lo vierten a grandes dosis: Vicent, Montalbán y Cueto. Verdú, más que ácido corrosivo, genera, ahora bisemanalmente, la radiograria del yanqui desde sus dotes observadoras y psicológicas. Su letra te dice, mejor que viéndolo, qué tiene, cómo es y actúa el poderoso usista.A la columna o nido de avispas llegó Fernando Castelló provisto de intensas e inmensas ganas de gustar a lectores. Un caso tan escaso en posmodemismo periodístico que acaso sería único de no existir el famoso fabricante de la Fábula del falo. Castelló hasta utiliza la graciosidad del uno barojiano, heredado por Umbral, y desea tanto impactar que inventa palabras. Creó lovado (del inglés love) en alarde hibridizante. Insólito y pasmoso participio. Creativo dado a españolizar lo foráneo y a enriquecer el castellano, Castelló sabe que sin artificio sale inestética y se sabe a prosa paleozoica, jamás a tiempos del MX, SIDA y vídeo. Sin innovar, imposible calar. Nada raro, pues, que en esta loada y leída columna se vaya tras la belleza oculta por lo nuevo.

Sus autores buscan más calar mediante cierto aderezo sintáctico y lingüístico -prefijando, sufijando y neologizando a veces- que por el mensaje. Porque un mensaje sin envoltura entrante, por relevante que sea, te deja frío, no impactado.

El informado Juan Benet debiera saber esto. E igual García Márquez, ex articulista de EL PAÍS. Y todo un vasto etcétera. Ya contó Conte que nuestra letra se niega a evolucionar, a seguir la marcha del tecnicismo industrial, siempre progresivo y perfeccionista. Y Conte nos cuenta cuentos. Dijo una verdad insufrible para posmodernos. Hay que palmear al quinteto de la última página. Sabe a presente y por eso sube su fama. Resulta un consuelo saborear cierta estilística cuando incontables van asidos aún al enletrado marca medievo.-

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