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Crítica:ÓPERA / L'ELISIR D'AMORE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El elixir maravilloso del doctor Kraus

Cuando Adina, coreada por segadores y aldeanos, cantó anteayer en el Liceo, en su primera intervención, aquel pasaje de L'elisir d'amore que reza "Elisir di sí perfetta, / di sí rara qualità, / ne sapessi la ricetta, / conocessi, chi ti fa!" ("Ojalá conociera la receta, ojalá supiera quién fabrica un elixir tan perfecto, de tan extraordinarias cualidades") más parecía referirse a la prodigiosa fórmula vocal del doctor Kraus -doctor honoris causa de la lírica por refrendo unánime de públicos operísticos- que al filtro que dio a Tristán el amor de Isolda.El tenor canario, efectivamente, se encargó de levantar una representación que, por lo demás, hubiera pasado bastante inadvertida: cuando en el segundo acto -convertido en tercero por un cambio de escena excesivamente largo- atacó Una furtiva lagrima, plato fuerte indiscutido de la obra, el silencio de la sala fue de aquellos que se mastican. Luego, el delirio sin precedentes: si el cronómetro no nos falló, fueron casi nueve minutos de aplausos, pataleos y vítores que cesaron sólo cuando consiguieron su objetivo: Alfredo Kraus que, según ha comunicado la oficina de prensa del teatro, no bisaba desde 1966, accedió a la repetición de la segunda mitad del aria.

L'elisir d'amore

G. Donizetti.Alfredo Kraus, Sona'Ghazarian, Roberto Coviello, Carlos Chausson, Mi Antonia Regueiro. Director musical: Biran Salesky. Director escénico: Luciano Alberti. Orquesta Sinfónica y Coros del Gran Teatro del Liceo. Teatro del Liceo, 10 de junio de 1985.

Bisar o no bisar: para algunos hacerlo es flagrante falta de profesionalidad, para otros un deber de divo insoslayable cuando ha conseguido poner a sus pies a la audiencia. Por lo general, nos contamos entre los primeros, pero esta ,vez nos sumamos a los que aplaudieron la excepcionalidad concedida por Kraus. Si, resumiendo críticas recogidas en los más alejados rincones teatrales del mundo, hubiera que señalar una única característica del tenor canario, ganaría por varios cuerpos la de su profesionalidad. Así pues, parece difícil argumentar el bis por una supuesta falta de profesionalidad. Más bien nos inclinamos a pensar lo contrario.

La única joya aislada

El segundo acto de L'elisir tiene una virtud muy destacada: la de ser breve. Tal como es carece de interés sin llegar a molestar, más largo sería decisivamente tedioso. Si juzgaramos toda la obra por su segunda parte, ese record Guiness que figura en las historias del género, según el cual música y libreto fueron escritos en apenas dos semanas, sería muy, pero que muy atendible. Aparte de la banalidad en la resolución del intríngulis, hay partes excesivamente infladas, como ese la o dúo entre Adina y Dulcamara. Única joya aislada es precisamente el aria Una furtiva lágrima, por el pegadizo lirismo romántico del que hace gala. Así pues, ya tenemos una primera razón, de orden estructural, no necesaria pero sí suficiente para insistir en el pezzo. Pero hay varias otras, ceñidas a las circunstancias específicas de la representación de la otra noche. El director Brian Salesky no gustó nada y así lo dejaron claro los silbidos y siseos que predominaron sobre los poco convencidos aplausos cuando el maestro apareció en el segundo acto. Llevó la música con lentitud exasperante, arrastrando cuanto debía ser puro ritmo. Y desconcertó, claro: el coro no se lució, como sin duda habría podido hacer a tenor de lo que llevamos escuchado durante la presente temporada muy probablemente por no coincidir con el carácter que la batuta insensatamente pretendía dar a la partitura. La conclusión del primer acto, brioso pasaje de rossinianas dimensiones, acabó bien por milagro. Si Salesky pudo salir a saludar a espectáculo concluido sin recibir las quejas públicas fue porque a su lado un cierto tenor que había drogado al público con su elixir, le cogía la mano.Los demás solistas, no fueron brillantes. Sonia Ghazarian, que posee una bella voz pero no lo suficientemente ligera para las características de Adina, compensó este y algún que otro defecto de afinación con una interpretación llena de desparpajo, moviéndose por la escena con gestos de inteligente picardía. A Carlos Chausson no le conviene el papel de Dulcamara: ahí se precisa un bajo buffo de aquellos de armario torácico y profundidad de registro; de lo contrario, el personaje queda reducido a su mitad. Con gracia se movieron también Roberto Coviello y Mª Antonia Martín Regueiro, sin que sus interpretaciones de Belcore y Gianetta respectivamente vayan a marcar ningún hito.

Se suele decir que en una velada operística sólo cabe un triunfador. Como ocurre con casi todos los tópicos a veces es cierto y otras no: anteayer lo fue. La ciencia metafísica del doctor Kraus fue un elixir auténtico, que nada tuvo que ver con los potingues adulterados que el charlatán Dulcamara pretende colocar a los crédulos aldeanos.

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