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Melancolías sobre la información

¿Sabemos o podemos saber en realidad lo que está ocurriendo, pongamos por caso, en Nicaragua? En una misma página del diario Le Monde del pasado 9 de abril, en su sección Débats, Monsieur Jaulin, un profesor de la universidad de París VII, y un teólogo luterano muy conocido, Georges Casalis, escriben sobre el tema. "Las intenciones piadosas no son suficientes. Los sandinistas quieren destruir la identidad de los indios", dice el primero. "No traicionaremos la libertad. La realidad es la guerra global impuesta a un pequeño pueblo", dice el segundo. Aquél, Monsieur Jaulin, firmó una llamada para que el Congreso de Estados Unidos renovase la ayuda norteamericana a los contrarrevolucionarios en armas contra el Gobierno sandinista, y su artículo es la justificación de esa su postura; mientras que Georges Casalis escribe que la lucha de los sandinistas "es también la nuestra. No podría ser traicionada sin que la humanidad entera fuese alcanzada en el corazón de sus esperanzas". Y, sin duda, la honestidad intelectual y moral está en las dos plumas. Pero, ¿entonces?Desde luego, cabe una cierta explicación inmediata: el amor de uno y otro de estos dos hombres hacia ciertos aspectos singulares de la realidad nicaragüense hace que cada uno por su lado descubra situaciones que permanecen ocultas o cegadas para el otro. O quien dice amor, dice repugnancia o miedo. Pero el lector de este singular débat, en que cada cual mira en una dirección sin que haya no ya lucha o discusión, sino ni siquiera mero contacto de las dos posiciones intelectuales, y aun estando situados probablemente los dos en el mismo plano de exigencia moral, ¿a qué carta se queda? ¿Tendrá que decidir según sus simpatías o inclinaciones para ponerse de un lado u otro, o tomará la muy prudente medida de quedarse al margen de la cuestión, renunciando, por lo demás, a saber la realidad de lo que en ese país sucede y de lo que tanto uno como el otro de esos testigos nos asegura que tiene que ver con la dignidad y la libertad humanas, y, a fin de cuentas, con el destino de una colectividad entera?

Y, sin duda, las cosas han sido siempre un poco o un mucho así en la historia; pero también es cierto que de las dos versiones que había de una realidad cabía de algún modo integrar una visión más completa, que no quería decir siempre "equidistante", que es como en nuestro tiempo, al igual que en el proverbio escolástico -in medio consistit virtus-, se supone que está la verdad. Sólo que en el mismo proverbio se hablaba de que, en cualquier caso, esa virtud estaba en el medio sólo si los extremos eran viciosos, y nuestra opción moderna por la equidistancia se debe, sin duda alguna, mucho más, o exclusivamente, a la comodidad y al espíritu de indiferente distanciamiento o de agnosticismo como método de abordar precisamente aquellas cuestiones esenciales que tienen que ver mucho o todo con nuestra existencia, su sentido y su destino. Mas a lo que iba es que, ¿acaso nos es posible saber, a fin de cuentas, lo que sucede en cualquier parte del globo y qué es en realidad lo que allí se juega? Ya ni siquiera hay dos versiones de los hechos sobre las que ejercitar nuestra capacidad de integración, sino que hay 20, 50 o 1.000 versiones; y, exactamente como a medida que las comunicaciones fueron más abundantes y fáciles, nuestra capacidad andarina fue menguando -50 kilómetros a pie en la Edad Media constituían una jornada de camino normal, mientras ahora 10 kilómetros es asunto de privilegiados atletas-, a medida también que los medios de comunicación se han tornado igualmente abundantes y rápidos sabemos menos noticias netas y nos enfrentamos a un mosaico de ellas que puede ocultarnos la misma realidad. No podemos asimilar semejante aluvión, poner coherencia en sus

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diferencias y contradicciones, y, por tanto, mucho menos hacernos una idea, valorar y juzgar. Ni obrar en consecuencia.

Desposeídos así de todo juicio y encomendado éste a los expertos, la historia pasa a nuestro lado con sus horrores que quizá nos parezcan grandezas, o viceversa. Y además quedamos muy pagados de nuestra ponderación y neutralidad. Ni siquiera tenemos que lavarnos las manos, porque no tenemos conciencia de que las tengamos sucias. Asumimos toneladas de nocionística de diversos colores y nos amodorramos con la abundancia: lo blanco y lo negro, la paz y la guerra, la libertad y la intolerancia nos aparecen como conceptos intercambiables. ¿Qué pasa en realidad en Nicaragua, en China o en el archipampanato de las Indias?

Desde luego, lo sabemos en nuestros adentros o lo intuirnos muy certeramente, pero no podemos fiamos de estas aprensiones, y por eso buscamos noticias e informes y testimonios. Pero, ¿es ya posible comunicar la realidad, siquiera parcial y aproximativamente? ¿Tienen que ver con la realidad las palabras habladas o escritas y los fantasmas electrónicos de la pequeña pantalla? Mucho es de temer que la verdadera realidad no importe, sino que la realidad que cuenta es esa realidad construida con palabras e imágenes que sustituye a la realidad; y que ya no tendremos otra.

Como los habitantes de la caverna platónica sólo vemos sombras, pero vivimos y morimos al ritmo de ellas o por ellas: un destino singular en toda la historia y verdaderamente melancólico. ¿Inevitable?

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