Cultura y proteccionismo
LA ECONOMIA de mercado hace que la mayoría de las obras culturales se distribuya como productos a los que se asigna un precio. Los poderes públicos y el mecenazgo privado pueden contribuir a vigorizar el marco en el que surgen los impulsos creativos, y también ayudar con su propia demanda o dando a conocer la existencia de autores y de obras cuyo dominio permanecería de otra forma circunscrito a grupos restringidos. Pero nada de eso anula el hecho de que los bienes culturales circulen en la moderna sociedad de masas como bienes mercantiles.El libro es quizá el ejemplo más ilustrativo de esa combinación de valores de uso y valores de cambio que ofrece la cultura contemporánea. Hasta la aparición de los medios audivisuales, la letra impresa fue el vehículo privilegiado para la transmisión del conocimiento y de las obras del pensamiento. El desarrollo de una industria y de un comercio directamente relacionados con la impresión, la distribución y la venta de libros ha lido a la vez una actividad mercantil y un hecho cultural. En estos días, las ferias del libro de Madrid (en el parque del Retiro) y de Barcelona (en el paseo de Gracia) no sólo significan una buena oportunidad para que editores y libreros hagan negocio, sino que también proporcionan a los lectores la-posibilidad de asomarse al mundo de la creación materializado en las páginas de esos miles de volúmenes.
Ahora bien, la industria española del libro no se limita a satisfacer la demanda de nuestro país, sino que también se proyecta hacia los países de lengua castellana del continente americano. Nuestros editores desempeñan también el doble papel mercantil y cultural de mantener vivo un importante renglón exportador de nuestra balanza comercial y de contribuir a que las sociedades latinoamericanas tengan a su disposición, en el idioma que les es común, una impresionante representación bibliográfica de todos los campos de la creación y del conocimiento. La crisis económica por la que atraviesa la inmensa mayoría de esas repúblicas, ahogadas por una pavorosa deuda exterior y castigadas por la inflación y por las devaluaciones, limita seriamente las potencialidades del mercado exterior para los libros impresos en España. Pero cuando esos factores son reforzados por los efectos perversos de las prácticas proteccionistas estatales, las dimensiones propiamente culturales de la labor editorial quedan injustamente sacrificadas a criterios estrechamente mercantiles.
México ha adoptado tan severas medidas proteccionistas contra la importación del libro español (en beneficio de su industria gráfica y papelera) que hace peligrar seriamente la presencia en ese mercado de nuestra produción editorial. Esa medida, perjudicial también para los lectores mexicanos, no se inspira en una concepción autárquica de la cultura. De un lado, México no pone trabas a la importación de libros procedentes de otros países. De otro, los catálogos españoles ofrecen una gran variedad temática e ideológica, incluyen obras de los grandes autores mexicanos contemporáneos -desde Octavio Paz, Juan Rulfo y Carlos Fuentes hasta José Emilio Pacheco y Juan García Ponce- y se alimentan en apreciable medida de traducciones de otros idiomas. Se trata, pues, de una decisión económica, adoptada para favorecer intereses sectoriales locales -cuyo legítimo amparo podría obtenerse, sin embargo, mediante medidas positivas de fomento- y para restringir las importaciones.
Sin embargo, la balanza comercial entre México y España arrojó en 1983 un salvo favorable a México superior a los 1.500 millones de dólares, mientras que la cifra máxima de exportación de libros españoles ascendió en 1981 a sólo 85 millones de dólares. Las autoridades comerciales mexicanas no sólo han fijado un techo máximo de 20 millones de dólares para la importación de producción editorial española durante 1985, tope espectacularmente insuficiente, sino que además han adoptado cláusulas restrictivas hasta tal punto duras (se condicionan los permisos de importación a una actividad exportadora paralela y se establece el límite de 2.000 ejemplares por título importado) que ni siquiera podrá, cubrirse normalmente ese cicatero cupo. Si la perspectiva de una comunidad latinoamericana de naciones, cimentada en la lengua, la cultura y la historia, es algo más que una invocación retórica, las trabas a la circulación del libro dentro de nuestra área idiomática, adoptadas desde criterios proteccionistas, constituyen un gravísimo atentado contra su futuro.
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