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De la política

En un sentido, la política es fácil. No todo el mundo es capaz de hablar con conocimiento de causa de cálculo tensorial, mecánica cuántica o biología molecular -o de tantas otras cosas: leyes macroeconómicas o escalas dodecafónicas-, pero prácticamente todo el mundo puede -y suele- hablar de política. "El ser humano es un animal político" es una mala traducción de una célebre frase de Aristóteles, pero es una buena, aunque incompleta, definición de lo que mi amigo Jesús Mosterin llama "los humanes".En otro sentido, la política es muy difícil. No se sabe nunca a qué atenerse respecto a ella. Para empezar, no se sabe bien en qué consiste, aunque se presume que consiste en muchas -y muy diversas- cosas que afectan a todos los miembros de una comunidad y, a la postre, a la humanidad entera. Sobre todo, no se sabe siempre bien qué hay que hacer en materia política, donde los factores son incontables y donde no parece haber reglas. Sólo se sabe que una buena decisión política puede ser altamente beneficiosa y una mala decisión política puede ser catastrófica; pero aun esto se sabe, por así decirlo, al revés. que una decisión política sea juzgada mala o buena depende casi enteramente de si resulta, respectivamente, catastrófica o beneficiosa.

La política es especialmente dificil para quienes están más volcados a ella; esto. es, para los políticos. Éstos no se limitan a hablar de política (aunque parece ser lo único que hacen o pueden hacer), sin o que tienen que hacerla. Tienen que proponer medidas políticas, convencer a los escépticos de que son mejores que las de sus contrincantes, luchar para conseguir el poder que les permita adoptar tales medidas y, en último término, lo más dificil de todo: mandar o gobernar. Para todos estos efectos tienen que poseer una intuición u olfato que les permita distinguir entre lo que proponen hacer y lo que puedan oportunamente hacer. A lo que proponen hacer lo llamaré, para abreviar, programa; a lo que puedan hacer lo llamaré, también para abreviar, la realidad.

Si la política que los políticos practican consistiera únicamente en hacer -o deshacer- programas (ideologías, plataformas o como quiera llamérselos), la cosa no ofrecería grandes dificultades. El político propondría un programa o se adheriría más o menos fielmente a uno de los ya existentes. Al alcanzar el poder trataría de poner el programa en ejecución, esperando que con ello se resolvieran los problemas planteado!, pues ésta era justa y precisamente la razón por la que el programa había sido confeccionado o adoptado. Más aún: si algo fallara, se atribuiría a que el programa no se había podido realizar o a que se había podido llevar a cabo sólo a medias. Siempre cabe culpar a la oposición.

Muchos, posiblemente todos los políticos saben que los programas son meros bosquejos que tienen que modificarse de acuerdo con las situaciones y las circunstancias (lo que llamé antes la realidad). Por eso se los llama justamente políticos (lo que para algunos quiere decir personas hábiles o diestras y para otros quiere decir simplemente tipos sumamente, y hasta peligrosamente, astutos). Es muy común, pues, que un político actúe, ya en la oposición, pero sobre todo en el poder, en forma tal que pueda darle todas las vueltas necesarias a cualquier programa. El político se hace entonces cada vez menos ideólogo y cada vez más pragmático y hasta casuista. Ello explica el conocido fenómeno de que un político de derechas pueda hacer en ciertos momentos una política de izquierdas (que no se le permitiría al izquierdista) y que un político de izquierdas pueda hacer en ciertas ocasiones una política de derechas (que el derechista tendría dificultad en imponer).

Cuando un político abandona algunos puntos que parecían esenciales de su programa originario, los partidarios, los hombres de partido, los duros, lo acusan de traición o, como mínimo, de blandura, y, por supuesto, no les falta razón. Por otro lado, cuando un político se empeña en llevar a cabo a rajatabla un programa determinado, sean cuales fueren las consecuencias, los pragmatistas y los realistas lo acusan de inflexibilidad o, como mínimo, de testarudez, y, por descontado, tienen asimismo razón.

Como es difícil admitir que ambos tengan razón, según Aristóteles decía, al mismo tiempo y en el mismo respecto, hay que encontrar una salida a esta situación incómoda.

La única salida es ésta: el programa y la realidad son dos términos límites entre los cuales tiene que moverse el político.

Un político sin ningún programa no tiene más remedio que hacer una política rabiosamente al día, y esto tiene un inconveniente: el de que la realidad -la realidad política y social de una comunidad- es algo que no existe solamente al día o para un día, sino algo que se proyecta hacia el futuro, a veces un futuro relativamente lejano.

Un político puede tener éxitos espectaculares y fulminantes, pero éstos pueden convertirse en fracasos si todo se sacrifica a lo más inmediato. Lo que se llama " un programa político" es, en el fondo, un modo de tener en cuenta lo que puede ocurrir, así como lo que es deseable que ocurra, a largo plazo. Una realpolitik auténtica es una que no es sólo actual, sino también, en cierta medida, ideal.

Un -político con un solo -o principalmente- programa, un ideólogo en el peor sentido de esta ambigua palabra, tiende a pensar tanto en el futuro que acaba por escapársele el presente.

A fuerza de tratar de evitar el pragmatismo y el casuismo, se entrega por entero a las calendas griegas, en las que todo va a resolverse porque se ha eliminado idealmente toda posible resistencia. La propia realidad se convierte en programa, que es una de las maneras como se convierte en irrealidad.

¿En qué medida, cuándo y cómo puede el político pasar sin tregua del programa a la realidad y de ésta a aquél? Ésta es la esencial y fundamental dificultad de la política, lo que hace de ésta algo incomparable con el cálculo tensorial o la mecánica cuántica, algo que todos tenemos de alguna manera que hacer, pero que sólo muy pocos al canzan a hacer con un tino que bien podríamos calificar de ejemplar.

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