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Tribuna:Los cuadernos de Velintonia
Tribuna
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Poetas y poetisas

29 de agosto de 1951A veces me pregunto sobre la raíz de esa curiosidad insaciable que Aleixandre muestra sobre la vida de cada nuevo amigo, la vida espiritual tanto como la material, la familiar tanto como la amorosa. El joven poeta que llega a Velintonia 3 deslumbrado de antemano por su fama, cuando entra en el gabinete donde recibe Vicente, con muchos libros y algunos cuadros -entre ellos una preciosa acuarela de Eduardo Vicente-, muy pronto se siente sorprendido y halagado por esa curiosidad suya que intenta conocer todos los caminos y meandros de la trayectoria vital del poeta recién llegado. Pienso en lo poco andaluza que es esa característica de Vicente. El andaluz no suele sentir curiosidad por la vida de los demás, y todo lo más se interesa por los acontecimientos de una familia, sobre todo si son poco ortodoxos. Pero su indiferencia fatalista por lo que ocurre a su alrededor alcanza también a la cotidianidad del prójimo, incluso del amigo. Vicente, en cambio, suele inquirir de sus amigos, cuando tiene ya alguna confianza con ellos, detalles exactos sobre su vida y la de sus familiares, sus gustos y aficiones, sin olvidar sus experiencias poéticas y amorosas. Esta curiosidad, que nos choca al principio y que podría molestarnos si viéramos en ella sólo un objetivo literario, es puramente humana, un afán de conocimiento, de comunicación, que en él ha sido siempre una constante. Esa palabra, comunicación, es palabra clave en su vida y en su poesía. No olvidemos que Aleixandre definió muy pronto, en 1945, la poesía como comunicación. Definición que influyó en no pocos jóvenes poetas, aunque algunos se negaran a aceptarla (el grupo catalán, por ejemplo, Barral, etcétera).

Tan poco frecuente como esa curiosidad por la vida y milagros de sus amigos es el prurito de Vicente por la precisión y la exactitud. Su asombrosa memoria, que no he visto superada por nadie, es quizá la que ha desarrollado en él ese gusto, casi una manía, por los detalles exactos. Recuerdo que la primera vez que fui a verle a Miraflores de la Sierra, en el verano de 1939, recién terminada la guerra civil, me escribió antes una carta en la que me detallaba con minuciosidad cómo podía llegar yo a su casa de Miraflores -que era un chalé llamadado Vistalegre-: la gestión para adquirir el billete del autobús llenaba una cuartilla; el precisar el camino que debía seguir para encontrar el chalé, otra. Yo me maravillaba de cómo no ahorraba ningún detalle, por ocioso que pudiera parecer, acumulando toda clase de datos sobre la situación de la casa, los horarios en que él recibía a sus amigos, la temperatura que hacía en Miraflores, etcétera.

10 de octubre

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Primer encuentro con Jorge Guillén, uno de los pocos poetas del veintisiete a quien no conocía antes de la guerra. Confieso que me ha sorprendido. No creía yo al autor de Cántico tan irónico y jovial. Ceno con él y con su hijo Claudio, muy joven y tan cordial como su padre, aunque algo tímido; Jorge ríe con ganas, no elude los tacos cuando son oportunos, y hasta sabe burlarse con ingenio de poetas y críticos, remedando su estilo. No se muerde la lengua cuando se trata de hablar de aquellos a los que no quiere: Cernuda, por ejemplo, y Bergamín. En cambio, habla muy bien de Salinas, por supuesto, su gran amigo, y también de Moreno Villa, de Prados, de Altolaguirre, incluso de Pedro Garfias. No, claro, de Juan Ramón, de quien ha recibido últimamente -me dice- ataques venenosos.

20 de octubre

La escritora argentina Carmen Gándara (ha hecho bien en quitarse el de la), colaboradora de la revista Sur y una de las fundadoras de Realidad, la revista que dirigió Francisco Ayala en Buenos Aires y en la que colaboré con alguna crónica anónima, nos visita en la tertulia de ínsula. La acompañan Carmen Laforet y Lilí Álvarez, las dos muy admiradas por mí: la primera, por su novela Nada, que ganó el primer premio Nadal, en 1944; la segunda, por haber sido una gran tenista, mi deporte favorito. Hablo con ella de tenis, y se asombra mucho de que yo, un poeta, hubiese ganado 20 años antes un modesto campeonato de juniors en Alicante, en 1930.

Es curioso que la vieja Euro

Pasa a la página 14

Poetas y poetisas

Viene de la página 13 pa, en ese trío femenino que apareció por la tertulia de Insula, quedaba representada por la ingenuidad y el talante naturalmente sencillo de Carmen Laforet, mientras que Carmen Gándara, que representa a un país joven, Argentina, se mostraba como la archiculta, la fémina intelectualizada, según modelo Victoria Ocampo, que bordea lo esnob. Su novela Los espejos, de la que me ha dedicado un ejemplar, prueba su complejidad intelectual con Mallea y Virginia Woolf como modelos. Vicente, que había acudido ese día a la tertulia, me dijo al salir que la única que le había interesado de las tres era Carmen Laforet, por su sencillez y simpatía y porque le había gustado mucho su novela Nada.

22 de octubre.

El affaire Juana García Noreña, premio Adonais 1950 con su libro Dama de soledad, vuelve a tener actualidad. Habían corrido rumores por los mentideros literarios madrileños de que el libro no era de Juana García Noreña -seudónimo de Angelines de la Borbolla-, sino del poeta José García Nieto, que había formado parte del jurado.

El asunto ha sido comentado hasta la saciedad en las tertulias literarias, sobre todo en la del café Gijón, cita permanente de los poetas. El rumor se apoya en que en uno de los poemas del libro, el titulado 'La otra muerte', figura un acróstico con el nombre de García Nieto.

Pero, en mí opinión, ese acróstico no prueba nada, pues podría ser un homenaje de la autora al director de Garcilaso. Por otra parte, me cuesta creer que una muchacha de 20 años -preciosa, por cierto- haya querido figurar como autora del libro, no siéndolo, y que hubiese recibido tan campante no sólo las 3.000 pesetas del premio, que yo mismo, como di rector de Adonais, le entregué, sino los varios homenajes e invita ciones que, sin dudarlo un instan te, aceptó. Por ejemplo, dio un re cital de la obra premiada en el círculo Medina, en el que yo la presenté, y en el que Juana recitó de memoria casi todos los poemas del libro. Por otra parte, Pepe García Nieto ha publicado una carta en la revista Correo Literario, que dirige Leopoldo Panero, afirmando rotundamente que el libro Dama de soledad no es de ninguna manera suyo, sino de Juana García Noreña, que lo presentó al Premio Adonais. He hablado del asunto con Gerardo Diego y con Vicente. Gerardo cree firmemente que el Ebro es de Juana, a la que ha conocido en el Gijón, pero Vicente no está tan seguro.

25 de noviembre

El affaire Juana García Noreña ha tenido un final novelesco. En la tertulia del café Gijón, el más famoso mentidero madrileño, corre la especie, probablemente falsa, de que Juana se ha dejado seducir por una amiga suya, poetisa y bastante mayor que ella, A. de la T., quien la ha contratado como su secretaria y se la ha llevado a su casa de Cuéllar, donde viven juntas. Ya la llaman la castellana de Cuéllar, remedando el título de la conocida novela histórica de Espronceda.

30 de noviembre

Té en Velintonia en honor de la poetisa Ernestina de Champourcin, que acaba de llegar de México tras un exilio de 25 años. Su marido, el poeta Juan José Domenchina, sigue todavía. en México, y pienso que el viaje de Ernestina a España es un viaje de exploración para saber si el regreso de Juan José -como ella le llama- puede tener luz verde y no le va a traer problemas. Domenchina fue durante años secretario de Azaña, y en la guerra civil dirigió en la zona republicana una revista de propaganda en la que colaboró Antonio Machado.

Vicente, con su insaciable curiosidad, le pregunta por los poetas exiliados en México, uno por uno, y Ernestina le da detalles de sus vidas y amores, y nos cuenta divertidas historias de Juan Ramón. Se habla después del epistolario amoroso de Machado a Guiomar, que acaba de publicar Concha Espina.

Hay unanimidad en cuanto a la absurda novela romántica que. se ha inventado doña Concha sobre las cartas, y Vicente confiesa que le ha divertido, por lo cómico, el personaje de don César, inventado de cabo a rabo por la imaginación de la novelista. Se comentan las cartas amorosas de don Antonio, y en contra de lo que se ha dicho por algunos -que quizá no las han leído-, no cree Vicente que esas cartas de amor de Guiomar (Pilar de Valderrama) empequeñezcan la figura de Machado. Por el contrario, piensa que esas cartas lo que revelan es una verdadera pasión, y esa pasión da una nueva medida, más honda, de la capacidad amorosa del corazón del poeta.

Ernestina nos pregunta sobre la personalidad de esa misteriosa dama, Guiomar, que sin duda era una mujer culta, pues en más de una carta Machado le habla de su labor literaria e incluso le consulta sobre algún punto. En todo caso, comenta Vicente, con la publicación de esas cartas se derrumba la absurda leyenda de un Antonio Machado eternamente fiel a su amor primero, a su esposa casi niña, Leonor, muerta a los tres años de la boda. "Siempre pensé", añade, cuando leí en la Revista de Occidente las Canciones de Guiomar que ésta no era, como algunos creían, una invención del poeta, sino una realidad, una musa de carne y hueso, como diría Rubén".

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