Cumbre de una actriz
En 1950, la carrera cinematográfica de Bette Davis peligraba. Sus violentas divergencias con el director Edmund Goulding durante el rodaje de Amarga victoria levantaron la memoria del carácter tempestuoso, e indómito de la actriz. Ésta, a principios del verano de 1950, acababa de cumplir 40 años, la edad comenzaba a ponerle nerviosa, su matrimonio estaba destruido y los guardianes de la domesticidad de Hollywood se habían propuesto apagar humos en la volcánica diva.Estaba a punto de ingresar en la nómina de otra película doméstica de la Warner cuando Darryl F. Zanuck, de la 20th Century Fox, reclamó a Bette para que susitituyera a Claudette Colbert, que había caído enferma, en el reparto de una prometedora película intelectual del joven Joseph L. Mankiewicz. La fiera Bette bajó la guardia y aceptó -cosa meritoria desde su engolado carácter- el papel de sustituta de una actriz que consideraba inferior a ella. Este insólito acto de humildad no sólo salvó su carrera, sino que la llevó a la cumbre.
Eva al desnudo
Título original: All about Eve. Dirección y guión: Joseph L. Mankiewicz. Fotografía: Milton Krasner. Música: Alfred Newman. Producción norteamericana de Darryl F. Zanuck para la 20th Century Fox. Año 1950. Intérpretes: Bette Davis, George Sanders, Anne Baxter, Celeste Holm, Gary Merril, Hugh Marlowe, Thelma Ritter, Gregory Ratoff, Marilyn Monroe. Estreno en Madrid, cine Bellas Artes.
Deslumbrante actuación
Hay en Eva muchas más cosas, pero ante todo el filme es un deslumbrante ejercicio interpretativo. La composición del personaje Margo Channing -inspirado en la diva de Broadway Tallulah Bankhead- por Bette Davis es un alarde de sinceridad, inteligencia y elegancia. Bette Davis asumió en este complejo personaje sus temores íntimos, hasta el punto de que Mankiewiez, arrastrado por la identificación de la actriz con lo que estaba haciendo, modificó la ecuación inicial de su personaje.El juego de máscaras depredadoras, oficiado por un cínico y genial George Sanders, entre Bette Davis y Anne Baxter se convirtió así en una búsqueda de la primera dentro de su propia situación existencial. La referencia a Tallulah Bankhead pasó a segundo plano: era Bette Davis quien ahondaba desesperada y despiadadamente en sí misma. Y en la lucha de dos fieras enjauladas entre las fronteras del teatro y de la vida se abrió paso un inesperado acorde lírico: la investigación de una mujer endiabladamente lúcida dentro del umbral de su envejecimiento.
Ahí precisamente se vértebra el apasionante relato de Eva, que de indagación de un estrecho mundo profesional se convirtió en un bailo en el inabarcable universo de una mujer -de toda mujer, gracias a la universalidad del trabajo de Bette Davis- que vislumbra desde su cima el final de ésta. Es el gran acorde de la caída, uno de los asuntos permanentes de la imaginación creadora en todo tiempo.
Tres décadas y media, en lugar de meter polilla en el filme, no han hecho otra cosa que añadirle frescura e inteligencia. Eva es precisamente eso, pura inteligencia aplicada a la pantalla. Suave de formas pero durísimo de fondo, el debate entre la media docena de personajes del filme, todos admirablemente intuidos y construidos, es un asunto eterno, porque Mankiewicz, individuo apasionado por los individuos, alcanza a penetrar en cada uno con tan singular perfección, maestría y limpieza que su Eva es un monumento de sabiduría -comparable al de las grandes sondas de Strindberg en los infiernos privados- en el conocimiento dé las personas, en el entramado de mecanismos psíquicos, sociales, biológicos y éticos que les hace actuar de una manera y no de otra.
Todos los actores realizan actuaciones eminentes, por lo que, al descollar sobre ellos, puede medirse la tremenda pasión interpretativa de Bette Davis, que, por supuesto, no ganó un oscar por éste su incomparable alarde. Los oscar se fueron para Mankiewicz, que repitió el doblete de mejor director y mejor guionista, que ya había alcanzado, aunque con menos alcances, que en Eva, un año antes con su Carta a tres esposas.
Babelia
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