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Información 'laica' sobre la Iglesia

La experiencia de cada día demuestra que en España la Información sobre la Iglesia no es leída ni escrita con la serenidad crítica deseable. La información religiosa sirve para todo: para la apologética aduladora, para la manipulación política y aun para el hostigamiento a la misma Iglesia. Hemos pasado en 20 años de la inflación de la noticia religiosa, en los tiempos del Concilio, a la selección cuidada de una de sus caras. Aquello de que el mensaje es el mismo medio tiene aquí aplicación muy particular. Las advertencias del Vaticano sobre la teología de la liberación, el silencio impuesto a Leonardo Boff o simplemente una nota del episcopado son sometidos a lecturas diversas y aun opuestas. El hecho no es solamente grave por la incapacidad para la crítica que caracteriza al español medio. Buena parte de las tensiones, posicionalismos y actitudes intolerantes que emergen en el discurso político y aun en la vida social hunden sus raíces en la información religiosa.Este nido de las discordias tiene su explicación histórica y sociológica. Pero basta contemplarlo dentro del marco mismo de la información para reconducirlo a planteamientos más justos e inteligentes. Mi intento no es fácil, porque no puedo evitar los procesos de intenciones, frecuentes en un campo del que se ha adueñado el prejuicio y el reduccionismo simplista.

Hay que partir de la crisis general de la información. La tecnología y los mismos costes de los medios han convertido a la información en una función de mercado o en una actividad de la sociedad entendida como mercado. Aunque parezca paradójico, la autonomía crítica de la información ha descendido en proporción inversa a la masificación de la misma y al pluralismo social. Los lectores influyen tanto en la Prensa como los mismos profesionales, por no hablar de la radio y la televisión, que dependen aún más de la audiencia. La crisis de la información religiosa no puede entenderse fuera de esta crisis general de la información.

La ciudad secular es, por su misma naturaleza, plural. En ella coexisten mundos de vida distintos. Y una de las condiciones del hombre actual es la de tener que pasar a lo largo del día por esos mundos separados, sin poder identificarse globalmente con ninguno y sin poder ceder a la solicitud de enclaustramiento que algunos de ellos exigirían. Cualquier medio de comunicación, cualquier empresa periodística, es naturalmente secular o siente, como ley de crecimiento, la tendencia a la secularidad. La llamada Prensa católica está amenazada y se hace cada día más inviable, como la Prensa de partido.

Aunque en la práctica no se den químicamente puros, existen dos tipos de información sobre lo religioso: el que podríamos llamar estrictamente información religiosa y la información laica sobre lo religioso. Quizá sea más exacto hablar de tendencias, pero los rasgos son tan distintos que llegan a obedecer a criteriologías casi contrarias, aunque no contradictorias. Yo, al menos, descubro una cierta complementariedad enriquecedora entre ambas, siempre que una y otra no se dejen arrastrar por la inercia originaria. Tanto la una como la otra tienden, por razones opuestas, a deformar la realidad.

Para distinguirlas mejor me fijo especialmente en sus rasgos más antitéticos. La información religiosa se hace desde la Iglesia y desempeña una función pública dentro de la Iglesia. Pío XII, en el año 1950, afirmaba que el cuerpo social de la Iglesia no gozaría de buena salud si faltara dentro de él una especie de opinión pública sobre todo aquello que es opinable dentro de ella. La mejor información sobre la fe es su expresión misma, la de los acontecimientos, ritos y palabras que le dan corporeidad histórica. Aunque esta información religiosa va dirigida a los creyentes y utiliza su propio lenguaje, pretende también darse a conocer fuera de sus propias fronteras y dar transparencia e identidad a la comunidad católica como la cruz del campanario mezclada entre los rascacielos de la ciudad secular. Tiende inercialmente a ocultar lo desedificante. Se empobrece en los silencios que observa sobre cuestiones o actuaciones discutidas o mal comprendidas realizadas por responsables de la Iglesia. Se degrada incluso cuando convierte la apologética en adulación.

La información laica sobre lo religioso tiende, en cambio, a reflejar el juicio de la ciudad secular sobre la Iglesia. No sólo presume de autonomía crítica. Sus juicios de valor se concentran en la imagen externa y, por tanto, en las relaciones de poder, influencia política o cultural y en el equilibrio de fuerzas actuantes en el seno de la sociedad laica o plural. Se comprende que concentre ahora excesivamente su atención sobre el Papa, sobre la Curia Romana, sobre los obispos o sobre personajes que producen noticias fácilmente traducibles a los intereses de la ciudad de los hombres: la defensa de las libertades, de la paz internacional, la causa de los oprimidos, el derecho de expresión, etcétera. Por el hecho de elegir para su informa-

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Información 'laica' sobre- la Iglesia

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ción o pensamiento editorial esta cara de la realidad religiosa, más próxima a la sensibilidad de sus lectores, el periódico laico no pretende ningún tipo de hostilidad. Demuestra que su clave de interpretación es distinta: puede y debe ser respetuosa con los hechos, pero contemplados con ojos profanos. Si es honesta, refleja una imagen utilísima a la misma Iglesia. Su riesgo inercial es el de simplificar una realidad tan compleja y misteriosa como es la de cualquier religión. La frontera entre la imagen laica y la laicista es ciertamente endeble. Pero nadie púede negar que un medio laico, en el sentido más propio del adjetivo, está hoy perfectamente legitimado y constituye, por otra parte, un canal de penetración en el cuerpo social al que la Iglesia no puede renunciar si es cierto que desea dialogar con las culturas emergentes. Aun los mismos medios de comunicación confesionales se sienten fuertemente atraídos por ese lenguaje y tratamiento laico del acontecimiento religioso. No pueden renunciar a la noticia de más venta en el mercado. Quizá sea ésta una de las claves de la crisis profunda que padecen actualmente los medios confesionales.

Defiendo la legitimidad y utilidad de la Prensa laica. No comparto su distanciamiento reduccionista. Desde la laicidad es posible hacer ver la complejidad de cualquier asunto religioso. No debe confundirse su actitud crítica, aunque sea permanente, con el anticlericalismo de épocas pasadas. Se pide con razón a la Iglesia española que admita positivamente el pluralismo y no se crispe fácilmente ante el juicio desfavorable que la ciudad secular vierte sobre ella. Se trata, en definitiva, del ejercicio práctico de la tolerancia y la libertad, del cual los católicos tenemos que dar ejemplo. Para acortar las distancias, el único camino es el de la transparencia. No parece razonable protestar reiteradamente por la deformación simplificadora de la Prensa laica y guardar al mismo tiempo silencio sobre las manipulaciones que hacen de lo religioso órganos de expresión aparentemente favorables a la Iglesia.

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