Europa, Estados Unidos y el dólar
Existen dos análisis opuestos de la situación económica mundial y ambas concepciones se han enfrentado claramente en la reunión de la capital de la República Federal de Alemania. Los norteamericanos piensan, y afirman, que el mundo occidental les debe la incipiente recuperación económica de la cual se ha empezado a disfrutar. Declaran que sin la locomotora estadounidense el crecimiento económico hubiera sido nulo no sólo en los países industrializados, sino también en el resto del mundo. Prestigiosos analistas del otro lado del Atlántico han escrito que la reciente deceleración económica en Estados Unidos -el producto nacional bruto creció tan sólo un 1,3% en términos anuales en el primer trimestre de este año, cuando en 1984 había aumentado un 6,9%- es causada principalmente por su déficit comercial. El secretario de Estado, George Shultz, declaraba al respecto hace tan sólo unos días que el tremendo aumento de las importaciones casi ha anulado los efectos positivos de la política fiscal y monetaria, cuyos beneficios han sido perdidos por la economía de EE UU y ganados por sus partners comerciales.Los datos que fundamentan el análisis del ministro son los siguientes: el año pasado, el incremento de las exportaciones de Canadá a Estados Unidos representó un 50% del aumento de su producto nacional bruto; para Japón, la cifra fue de un 10%, y, según George Schultz, la mitad del crecimiento económico europeo en 1984 es fruto directo de las exportaciones que realizaron los países del Viejo Continente a Estados Unidos. El secretario de Estado dijo que, en su opinión, su país absorbe casi el 60% de los productos manufacturados exportados por el mundo industrializado. Por ello mismo, tanto el presidente Reagan como sus más próximos colaboradores han empleado hasta la saciedad estos datos en sus negociaciones políticas con sus aliados en Bonn. De hecho, los norteamericanos tienen la impresión de que son los únicos que verdaderamente tiran de las aletargadas economías del resto de los países industrializados.
En esa argumentación se basó el secretario del Tesoro, James Baker, cuando pidió a los países europeos que tomaran medidas de reactivación económica con motivo de la reunión de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que tuvo lugar los pasados días 11 y 12 de abril en París. Por otro lado, el secretario de Comercio, Malcolm Baldrige, era más explícito -y, según algunos, hasta arrogante- cuando afirmaba, en una reciente conferencia internacional sobre tecnología y desempleo en Venecia, que los europeos sólo podrían solucionar el problema del paro aplicando las recetas económicas norteamericanas, las bien conocidas reaganomics.
Déficit presupuestario
Sin embargo, los líderes europeos más favorables a las tesis norteamericanas no están dispuestos a seguirlas ciegamente. Así, el ministro de Hacienda británico, Mikel Lawson, contestó al discurso de Baker afirmando que tomar medidas de reactivación económica de forma conjunta a nivel europeo provocaría inevitablemente nuevos brotes inflacionistas. Pero la respuesta más tajante fue la de Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea, cuando replicó que "Europa no necesita recibir lecciones sobre economía de libre mercado, y menos de un país que está financiando su desarrollo con enormes gastos militares y gigantescos déficit presupuestarios".
Los resultados de la conferencia de Bonn dejaron, pues, claras las diferencias de conceptos entre ambos bandos. La reacción de los mercados de divisas ha sido meridianamente clara: un voto a favor del dólar. En efecto, la divisa norteamericana, que había sufrido importantes recortes (de más de un 12% en algunos casos), volvía a recuperar gran parte del terreno cedido después de la reunión de los siete grandes. Frente a la peseta, el dólar pasó de 166 a casi 182 en pocos días. El sentimiento prodólar es, pues, poderosísimo, y es sencillamente debido al hecho de que la mayoría de los que detentan y gestionan importantes sumas de dinero siguen convencidos de que Estados Unidos es el único país que ofrece solidez y garantías de crecimiento.
Sin embargo, los que tienen una fe ciega en el dólar pueden sufrir a medio plazo las consecuencias de una excesiva fidelidad. En efecto, la situación económica en Estados Unidos no es tan boyante, y como afirman sus dirigentes, el país no puede seguir sufriendo indefinidamente la competencia despiadada de productos importados más baratos. Sectores importantes de la economía norteamericana están amenazados si prosigue la escalada alcista de su moneda. El frenazo al crecimiento económico estadounidense durante el primer trimestre de este año tiene como causa principal el desequilibrio de la balanza comercial por, la fortaleza dólar.
Si la divisa norteamericana se hubiera mantenido en los niveles medios del año pasado se calcula que el crecimiento del producto nacional bruto hubiera sido durante el primer trimestre de 1985 del 4% anual en vez del 1,3% anual. De hecho, la demanda interna se incrementó en un 4,4% en términos anuales durante los tres primeros meses del año, demostrando que la estabilidad de la economía se ve mermada a nivel de resultados globales por la competencia de los productos importados.
Sin embargo, los mercados de divisas han hecho caso omiso de las limitaciones y dificultades con las que se enfrenta la poderosa maquinaria económica norteamericana. Los europeos siguen insistiendo en que el déficit presupuestario estadounidense, que sobrepasará los 200.000 millones de dólares este año, es el responsable directo de los altos tipos de interés del dólar. Estados Unidos, para financiarse, necesita atraer capitales de todo el mundo, y para ello se ve obligado a remunerarles de forma atractiva. Los países del Viejo Continente insisten en que su aliado debe tomar medidas para sanear sus finanzas públicas. De la misma forma que los norteamericanos aseguran que financian el desarrollo europeo, los europeos argumentan que Estados Unidos alimenta su déficit atrayendo dinero de todo el mundo.
Lo interesante es que del otro lado del Atlántico no faltan defensores de estas tesis, como el influyente presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker. Paul Volcker repite machaconamente que es urgente tomar medidas drásticas. De hecho, existe ya en un comité del Senado una moción que propone una reducción gradual del déficit público, que desembocaría en un saneamiento aceptable en 1989. También la comunidad financiera en Estados Unidos está presionando para que se tomen medidas en ese sentido. La Bolsa de Nueva York ha dado ya algún aviso de cuán negativa sería su reacción si la Administración Reagan no actuase decididamente para atajar el déficit, y es de sobra conocida la sensibilidad del actual presidente a los deseos de Wall Street.
Tipos de interés
Bastaría, pues, que el Gobierno apoyara el proyecto y las cámaras ratificaran algún tipo de medida concreta para que la Reserva Federal, consciente de su responsabilidad, aplicase una política monetaria más acomodaticía que permitiese un descenso de los tipos de interés. Tan sólo mediante la baja del coste del dinero las autoridades norteamericanas podrán sentar las bases de un crecimiento más equilibrado y duradero, cumpliendo con su reivindicado papel de líder del mundo occidental. Si se cumplen estas premisas, el dólar debería ir cediendo posiciones, pues en realidad a nadie conviene que prosiga su escalada alcista.
Estados Unidos y sus aliados están condenados a entenderse, pues sus economías y sistemas de vida funcionan gracias a una delicada ósmosis. Estados Unidos deberá aplicar en su propia casa su muy cacareada filosofía de no intervención, equilibrando sus finanzas públicas para aliviar la presión que ejerce sobre el mercado del dinero la voraz demanda estatal. Los europeos, por su parte, tendrán que tomar medidas para motivar a sus pueblos y dinamizar sus adormiladas economías. Sin embargo, antes de que la inevitable sensatez económica impere y surta benéficos resultados tendremos que convivir con altibajos y tensiones en los mercados de cambio. Teniendo en cuenta los condicionantes expuestos, cualquier entidad que invierta en divisas debería diversificar equilibradamente entre dólares y marcos.
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