La laboriosa recuperación de una aventura cultural olvidada
Uno de los capítulos más ricos y peor conocidos de nuestro patrimonio histórico es el de las obras públicas. Pesa sobre ellas el insensato prejuicio que impele inconscientemente a disminuir el valor artístico de una fábrica en proporción a su mayor grado de funcionalidad. Malversación del sentido de la teoría decimonónica del arte por el arte, y también, por qué no, reacción instintiva popular ante el asolamiento del paisaje tradicional llevado a cabo por la revolución industrial, este prejuicio se ha cebado peligrosamente con los testimonios históricos conservados de las obras públicas y, en general, con la mayoría de los productos de la ingeniería, que son abandonados a su suerte o directamente destruidos en cuanto pierden su utilidad práctica inmediata
Desde la época antigua hasta nuestro siglo, la construcción de obras públicas ha dejado tras de sí, no obstante, un rastro glorioso de fábricas e ingenios, cuya importancia cultural, ya sea histórica artística o científica, es perfectamente comparable a la que todo el mundo acuerda conceder a los monumentos arquitectónicos o a las artes plásticas.Hay que repasar lo que se engloba genéricamente bajo este apartado: redes viarias, puentes, acueductos, presas, puertos, estaciones de ferrocarril, mercados, depósitos, etcétera, para percatarse de la trascendencia histórica de su valor testimonial. A veces, la antigüedad o la dimensión espectacular de la obra resultan tan clamorosamente evidentes que alcanzan sin esfuerzo el reconocimiento social, como ha ocurrido, por ejemplo, en nuestro país con el puente de Alcántara o el acueducto de Segovia.
En realidad, ha existido una cierta tutela secular -o, en todo caso, no una tutela comparativamente inferior- con las construcciones o ingenios que, para entendernos, constituyen el objeto específico de interés de arqueólogos y antropólogos; mas ¿quién se ha interesado por una presa hidráulica, una calzada, un canal o incluso un puente, aun cuando sean obras maestras en su género, hayan contribuido a hacer viable la supervivencia de una región entera y tengan siglos de existencia?
Pérdidas
El problema se agrava todavía más cuando la fábrica correspondiente ha sido realizada tras la revolución industrial y con los nuevos materiales que ésta aportó. Recientes escándalos internacionales, como el de la demolición de Les Halles, pusieron de manifiesto hasta dónde se podía llegar con esta destrucción indiscriminada.Se trate de obras de antes o después de la revolución industrial, ha sido un hecho, y lo sigue siendo en una gran parte, la falta de respeto social y, por tanto, la ausencia de conocimiento y control preservativo de casi todo lo referente a este asunto crucial en la historia cultural de cualquier país. Resulta muy significativo al respecto que tal materia estuviera prácticamente fuera de los programas de nuestras universidades hasta hace muy poco, así como que tampoco fuera objeto de catalogación patrimonial.
La consecuencia más grave de todo ello en el momento actual, en el que al menos parece tomarse conciencia del indudable carácter que poseen como bienes culturales las obras públicas, es la casi nula información existente.
No voy a hacer aquí un repaso elocuente acerca de la escasísima bibliografía que se ha publicado hasta ahora en nuestro país sobre la cuestión, en la que sigue siendo un manual básico de consulta La historia de las obras públicas en España, que publicó en 1899 el ingeniero vasco Pablo Alzola y Minondo, pero sí subrayar el terrible peligro que implica tal desinformación. Hacer el catálogo completo y sistemático de nuestras obras públicas es, por consiguiente, una de las tareas más apremiantes y necesarias que se deben asumir institucionalmente, como política cultural y científica, en nuestro país.
Los resultados obtenidos por quienes, de forma pionera, han iniciado este trabajo benemérito nos comprometen más en esta exigencia cultural de una investigación, que muchas veces ayuda a comprender mucho más profundamente o modifica sustancialmente puntos de vista historiográficos sobre nuestro pasado. Estoy pensando en concreto, por ejemplo, en la extraordinaria colección de libros; promovida por el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, uno de cuyos más recientes títulos, la monumental investigación del historiador Santos Madrazo -El sistema de transportes en España, 1750-1850-, arroja más luz sobre nuestra época contemporánea que cientos de manuales convencionales.Con este mismo objetivo ha destacado recientemente la espléndida labor que está llevando a cabo el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, cuya acción sectorial está siendo, desde mi punto de vista, lo mejor y más convincente en materia de política cultural del presente Gobierno. No hablo ya de sus exposiciones, programas de restauración o dignificación artística de obras públicas actuales, sino precisamente de su apoyo a la investigación y a la publicación de todo lo relacionado con la historia de las obras públicas en España y en Latinoamérica.
Asumiendo el propio ministerio en solitario el sufragio de los gastos o colaborando con otras instituciones públicas o privadas, los frutos cantan.
No puedo hacer aquí tampoco el recuento pormenorizado de las iniciativas emprendidas al respecto, pero no puedo dejar de llamar la atención sobre algunos de los resultados recientes más espectaculares, como la publicación de Ingeniería en la época romántica. Las obras públicas en España alrededor de 1860, aportación iconográfica fundamental, precedida por una presentación del ingeniero, además de escritor, Juan Benet; El Canal Imperial de Aragón, que contiene el facsímil de la descripción, texto y láminas, que publicara el conde de Sástago en 1796, complementado además de un par de amplios trabajos introductorios de José Antonio Fernández Ordóñez, y Fernando Sáenz Ridruejo.
América y Filipinas
Puertos y fortificaciones en América y Filipinas, monumental catálogo, bajo la dirección de José Mañas Martínez, de la exposición inaugurada ayer por el Rey Juan Carlos I en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, la primera de un ciclo de cuatro previstas, que tratarán sistemáticamente de la huella que dejó la ingeniería española a través de los siglos en el continente americano -además de los puertos y fortificaciones, el urbanismo, las obras hidráulicas y las comunicaciones-, con todo lo cual se logrará proporcionar un contenido cultural real a la celebración del V Centenario del Descubrimiento, pues conviene que los españoles y el mundo entero se informen que nuestro país aportó algo más que arrojo heroico y religión en la colonización americana.Finalmente se puede mencionar el Catálogo de noventa presas y azudes españoles anteriores a 1900, excelente trabajo de investigación realizado por un equipo interdisciplinar bajo la dirección del ya antes mencionado José Antonio Fernández Ordóñez, una de las personalidades que más han hecho en nuestro país por reivindicar el estudio de las obras públicas españolas.
En lo que se refiere a este Catálogo, cuya recentísima aparición me ha decidido a realizar este comentario general sobre el estado de un problema, en torno al que es imprescindible sensibilizar a la opinión pública y a las autoridades, sólo advertiré que no se trata de una catalogación exhaustiva de todas las presas y azudes españoles -algunos de cuyos ejemplares merecieron una fama internacional, como la presa de Tibi, que fue récord mundial de altura durante siglos-, sino de un primer repaso de lo más esencial, llevado a cabo, eso sí, con acertado criterio selectivo y absoluto rigor metodológico.
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