La fortaleza
Dicen que Norteamérica es la nación más poderosa de la Tierra. Yo no lo creo. Hoy la muerte está muy repartida. El terror nos ha equiparado y el fin del mundo se presenta como la apoteosis macabra de un musical. Ante esta amenaza difusa y risueña sólo son fuertes los desesperados que luchan por un plato de frijoles. A partir de los diez millones de dólares todos los ricos pueden hacer lo mismo. Con diez megatones en cada bolsillo, cualquier líder alucinado alcanza un lujo de destrucción semejante. Eso no tiene ningún mérito. Pero la bomba atómica se ha convertido en un dogina que se alimenta de la fe, y en una religión, los recios de verdad son siempre los herejes. Por mi parte, yo me guardaría más de un hambriento con cuchillo que de un coronel con cañón. Eso mismo le sucede a Norteamérica. Este gran país teme más a la ínfima Nicaragua que a la Unión Soviética, puesto que la fortaleza no consiste en matar, sino en estar dispuesto a morir. Al pie del patíbulo el verdugo siempre duda. En cambio, los mártires en el circo de Roma tocaban la lira bajo la garra de los leones. ¿Quién es más fuerte, Norteamérica o Cuba? ¿Quién ganó la guerra de Vietnam, los helicópteros escupiendo napalm o unos enanitos que envenenaban la punta de los juncos en la selva?Ríase de ese combate de las galaxias, de los vuelos de misil puerta a puerta, de las grandes catástrofes genericas. Mientras ese acto de fe se realiza no olvide usted de llevar navaja, ya que el peligro está en el corazón de los impotentes iluminados. ¿Por qué va a ser Norteamérica la nación más poderosa del mundo sí lo tiene todo? Allí la pasta de dientes sabe a chocolate, los recién nacidos parecen polluelos de algodón, las amas de casa pueden comprar una jirafa contra reembolso y los intelectuales chapotean en bañeras rebosantes de ginebra. ¿Quién les ha dado derecho a morir? Ellos ignoran la certeza. En cambio, pequeñas naciones hambrientas, garduños acorralados en la ciudad, pueblos miserables con el orgullo herido, vengadores solitarios y terroristas febriles se reparten por el mundo formando el país más poderoso.
Les basta la desesperación y una pistola roñosa para imponer su gloria.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.