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Sexo y poder

Al ver a Margaret Thatcher firmando la devolución de Hong Kong en la televisión, algunos nos quedamos sorprendidos de la fuerte feminidad que transmitía desde Pekín. Tenía un cierto aura sexual, que se debía en parte al precioso peinado, a la sonrisa de unos dientes sanos, a un discreto maquillaje, a su figura recientemente adelgazada y a un atractivo nada agresivo. Pero tal aura no puede deberse exclusivamente a los productos de un dietista o al arte de un especialista en belleza. Se tiene una fuerte sexualidad o no se tiene. En 1979, cuando recibí el Premio de la Prensa al Crítico del Año de las hermosas manos de Thatcher noté el latido de esta sexualidad. Me recordó que no puede alcanzarse el verdadero poder político sin ella.Se lo mencioné en cierta ocasión a un grupo de jóvenes con vaqueros, pero ellos no podían verlo. Los dirigentes políticos son, por fuerza, personas mayores, y los viejos no tienen ningún atractivo sexual. Para los jóvenes es un artículo de fe que el atractivo sexual acaba en torno a los 20 años. Naturalmente, con la biología azotando machaconamente su interior, los jóvenes son ciegos a aspectos del sexo más sutiles, más míticos. La potencia sexual sobrevive a la menopausia. El sexo perdura hasta después de la muerte. Mi hijo está preocupado porque las dos únicas mujeres a las que puede amar son Marilyn Monroe y Judy Garland. Logré que leyera el comienzo de De rerum natura, de Lucrecio (he aquí un poeta bien muerto con atractivo sexual), que requiebra a Venus, y reconoce que está en todas partes, incluso en el baile de los átomos. Así, pues, Venus tiene por fuerza que estar en el mundo de la política.

Todo el mundo reconoce que el sexo del tipo más bajo ha estado siempre en el transfondo de la política. Agripina, que se casó con su tío, el emperador Claudio, y sedujo a su propio hijo, Nerón, intentó desbaratar el Imperio romano por medio del sexo, y cuando no lo consiguió por estos medios, por la viuda negra que sigue al sexo, el frío asesinato. Todos hemos oído hablar de Lucrecia Borgia. La hermosa espía que intenta tramar la caída de repúblicas y monarquías es un personaje común de las novelas baratas. Pero mi objetivo aquí es una explotación del atractivo sexual menos obvia y agresiva, menos melodramática, aunque probablemente no menos eficaz. Y no estoy pensando únicamente en el atractivo de la mujer para el hombre.

De hecho, en la historia del Reino Unido no hay muchos casos de poder femenino en la esfera de la política. María, reina de Escocia, era, según afirmación general, una mujer de un intenso magnetismo sexual, aunque no lo tenía totalmente controlado. Se enamoraba con demasiada facilidad de hombres que no le convenían y permitió que John Knox la denunciara como "nuestra señora Jezabel". Finalmente, su encantadora cabeza fue separada de su cuerpo, y bastante torpemente. Su prima, Isabel I, tenía un fino magnetismo galés (las mujeres galesas son las que más magnetismo poseen de todas las mujeres británicas), y sabía usarlo. Los escritos chismosos de su época interpretan su tan cacareada virginidad como una mentira política o como una deformidad física ("la reina tenía una membrana", dijo Ben Jonson, "que le hacía incapaz de hombre"). Pero algunos lo aceptan como algo cierto, un trofeo que nadie ganó, un ingenio de promesas de matrimonios dinásticos que hicieron que Inglaterra estuviera tranquila en una época particularmente mala. No ha habido nadie como aquella Isabel.

Las reinas que la sucedieron eran matronas amorcilladas más famosas por su mal humor que por su atractivo. Con Victoria, su profesión de viuda hizo pronto olvidar la imagen de cuello de cisne y hombros blancos que hicieron que el joven Charles Dickens se declarara "locamente enamorado de la reina". Pero es que los monarcas constitucionales tienen que amortiguar su sexualidad. Durante el reinado de Victoria, los símbolos sexuales políticos eran obligadamente hombres. Había bastante sexo en Disraeli, o por lo menos gran parte de los accesorios externos del sexo: los elegantes caracolillos, los trajes cursilones, una elocuencia seductora. En la vida privada de Palmerston se dieron bastantes aventuras silenciosas con mujeres. Gladstone dedicada parte de su tiempo libre a reformar prostitutas, algo que, en beneficio de su imagen, fue interpretado erróneamente. La sexualidad no es siempre algo exclusivo de nuestros dirigentes políticos, aunque a un eunuco le resulte tan difícil llegar a ser primer ministro como Papa.

En el siglo XX, David Lloyd George fue quizá el principal ejemplo de primer ministro con atractivo sexual. Sabemos algo del escándalo erótico de su vida privada, pero lo que aquí nos atañe es la expresión pública de su sexualidad. Es una cualidad difícil de describir y, en el caso de un hombre, tiene poco que ver con su belleza física. Lloyd George explotaba los atributos del bardo celta, sus largos mechones de cabello y la elocuencia, lo que los galeses llaman hwyl. Los poetas son seres de gran atractivo sexual, excepto T. S. Eliot, y las mujeres, que se sienten tradicionalmente atraídas por los poetas, adivinan que el poder de la palabra tiene bastante que ver con la llamada de las glándulas. O, dicho de otra manera, el impulso creativo del artista que trabaja con sonidos (no con imágenes visuales) está íntimamente ligado al erotismo. Se sabe que una voz tenor es una señal de potencia sexual (como, por alguna razón, no lo es un ba-

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Sexo y poder

Viene de la página 11 rítono o un bajo) y que resulta atrayente tanto en un oratorio como con la música ligera de una ópera italiana. Lloyd George tenía tal tipo de voz. En mi opinión, no fue un buen estadista (como tampoco Enrique VIII, nuestro monarca sexual más atractivo, fue un buen rey), pero no tengo la menor duda de su capacidad para transmitir una potente imagen sexual.Del resto de hombres primeros ministros de nuestro siglo son pocos los que han tenido la misma capacidad de seducción que Lloyd George. Winston Churchill, considerado el más grande, que emitía sus gruñidos radiofónicos durante la guerra con los dientes fuera, estaba rodeado de¡ aura sexual de su familia, pero carecía de un aura propia. Su hija, Sara, tenía encanto y alcanzó la fama. Su madre, norteamericana, irradiaba encanto por los cuatro costados. Pero la imagen de Churchill no resulta fuerte sexualmente. El estadista, con fama de gran bebedor y empedernido fumador de puros, constituye una figura que encaja mejor en un club de caballeros que en las habitaciones de una dama. Un puro es un sustituto fálico, la bebida provoca la impotencia. De entre los diferentes tipos de dirigentes nacionales sólo hay uno que sea peor que un amante de los lujos: el atleta. Gracias a Dios, no hemos tenido nunca, por ahora, un atleta primer ministro. El atletismo es la negación del sexo.

Las imágenes públicas de nuestros dirigentes posteriores a Churchill han carecido, desgraciadamente, de sexualidad. Attlee no tenía absolutamente ninguna; Wilson, bastante poca (su pipa, al igual que sucedía con Baldwin, contribuía a negar tal cualidad). Macmillan, que tuvo que hacer frente al alentador escándalo Profumo, tenía algo del aura del caballero eduardiano que en su juventud pudo haber corrido tras las coristas de los cabarés. Su aspecto de haber llevado en el pasado una vida de libertinaje contribuía a resaltar su atractivo; no le faltaba encanto. Pero para ver como se entremezcla lo erótico y lo político habría que volver la vista a Estados Unidos para poder encontrar un ejemplo probablemente único y verdaderamente sobresaliente.

Kennedy, tal como ahora sabemos, era un mujeriego, aunque eso por sí sólo no hace resaltar una imagen sexual. Parte de su encanto le venía de su esposa, cuyo posterior matrimonio con Aristóteles Onassis demostró la existencia de una santa trinidad: sexo, dinero, poder político. A Kennedy se le asoció también con el símbolo sexualmás fuerte de los años sesenta, Marilyn Monroe. La imagen cinematográfica de Marilyn cantando Feliz cumpleaños, señor presidente, que tiene casi la fuerza, de la pornografía blanda, lo resume todo. Unjefe del Ejecutivo norteamericano había entrado en el gran mundo de los mitos sexuales. A pesar de que Ronald Reagan Degó a la política desde Hollywood, no trajo consigo nada del atractivo erótico de la pantalla. Podemos verle en televisión en películas de la serie B, y podemos así comprobar por qué no fue una figura importante en el cine, por quésólo ha sido importante en la presidencia. No posee suficiente atractivo sexual. Kennedy tenía mucho. Todavía acabaremos leyendo una novela que explique su asesinato como la venganza de un marido engañado.

No he intentado definir el atractivo sexual, y en realidad no estoy muy seguro de que pueda definirse. Cuando hablamos del carisma de los dirigentes estamos empleando una palabra griega que significa don. Dios o los dioses lo conceden (o posiblemente el diablo, como en el caso de Hitler), y tiene el misterio adecuado. A veces se interpreta el carisma como gracia, aunque sigue manteniéndose en el terreno de lo inexplicable. Si sentimos, que el carisma despide un fuerte aroma sexual es porque hay algo tan básico operando en nuestro interior que es mejor que el cerebro consciente no lo altere. A su nivel más simple, el carisma tiene cierto atractivo nervioso o glandular, aunque normalmente no resulta tan crudo como para hacernos revolver en nuestros lechos con sueños de posesiones físicas. A pesar de que haya muerto hace mucho, podemos experimentar esta sensación con la imagen dejada por Marilyn Monroe, aunque creo que serán muy pocos los que experimenten estas mismas sensaciones con Margaret Thatcher. La sexualidad política no tiene nada que ver con los sueños eróticos.

La única fotografía antigua de Margaret Thatcher que tengo es una instantánea de la época de posguerra en la que se la ve haciendo cola para pedirle un autógrafo a la actriz Patricia Dainton durante una fiesta al aire libre en Danford. Por aquella época era la señorita Margaret Roberts, una chica bastante guapa, aunque, como puede observarse, carente de encanto. El encanto le vino con el poder, y la necesidad de conservar el poder ha aumentado su encanto. Tiene que ver más con la energía que con la elegancia, aunque la elegancia contribuye a resaltarlo. Sus colaboradores cansados se ven estimulados a trabajar por la visión de limpia pulcritud que parece que hubiera surgido directamente de un salón de belleza. Pero lo que cuenta es el impulso, y el impulso, si no se pervierte convirtiéndose en la energía del atleta, tiene siempre un fuerte componente sexual. Es la Venus del poeta Lucrecio quien lo impulsa.

A Venus, como todos sabemos muy bien, no le preocupa la moralidad. El atractivo de Margaret Thatcher no es un resplandor sagrado que emane de sus buenas obras. Por ser un personaje político, hay que temerla y respetarla más que amarla. (De igual forma, Venus tampoco tiene mucho que ver con el amor.) Si los inocentes esperaban que la primera mujer que ha llegado a primera ministra en el Reino Unido iba a mostrar la blandura y humanidad maternal asociada con su sexo se dieron cuenta muy pronto de su error. La guerra de las Malvinas y su intransigencia con los sindicatos les recordaron que las mujeres pueden ser más duras que los hombres e incluso más implacables. Hemos heredado de todos la idea victoriana de que las mujeres son los recipientes pasivos y los hombres los agentes agresivos, pero siempre se ha podido ver la verdad en imágenes, a las que los victorianos dieron su espalda. Palas Atenea con su casco, Boadicea, Juana de Arco. El masoquista que todos los hombres llevan dentro reacciona positivamente ante una mujer agresiva, y reconoce que su encanto reside en su aspecto aterciopelado y en su realidad de hierro. Jamás alcanzará el poder político una mujer que sea un espantajo. El arma del atractivo sexual, como constantemente nos recuerda la reina Isabel I, es demasiado poderosa como para no utilizarla; pero la vaina debe ser de fina hechura y más admirada que la espada que contiene.

Henry Kissinger ha hablado mucho de la sexualidad del poder. Pero cometió el error de creer que la sexualidad provenía del poder. Es imposible imaginar otro hombre menos dotado de carisma sexual. Se merecía los dibujos satíricos que mostraban su fofa desnudez. Thatcher no caerá nunca en la trampa de mostrar sus propios puntos débiles. Muy pocos queremos saber cómo es ella en su intimidad; lo que cuenta es el mantenimiento sin algarabías de la imagen pública. Tal imagen es la que podemos ahora contemplar en su mejor momento, a pesar de todos los errores que su Gobierno parece estar cometiendo. Su energía parece increíble y su capacidad para mantener el encanto femenino en situaciones de tensión es asombrosa. Nos hace recordar qué es la política, que consiste no necesariarnente en beneficiar al país del cual es primera ministra, sino en dar a los ciudadanos una imagen mítica de autoridad que no es ni la de la madre, ni la de la matrona de hospital, ni la de la maestra, sino la de Venus erguida en la proa del barco. Es una Venus bastante madura, pero más esbelta que la de Milo, y, como dice la canción, con brazos. Podemos sentir temor ante estas armas, pero no podemos evitar que nos seduzcan.

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