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Música, trabajo y mística

"La música es fundamentalmente trabajo, un trabajo constante, cotidiano". Cuando la apolillada estética del carisma vuelve a cundir en cierto comercio del arte, conforta recordar esta afirmación, sencilla, pero firme, de Amando Blanquer.Ese entendimiento de la música como trabajo conlleva el aprecio de los instrumentos, un aprecio no sólo afectivo -el natural regusto de los timbres", debussyano y mediterráneo-, sino estructural. "Básicamente", ha dicho Blanquer, "mi música viene inspirada por el instrumento que la articula. La idea nace palabra y la palabra tiene timbre".

Franciscano y guru, ornitólogo y místico, las paradojas hacen de Olivier Messiaen el pedagogo perfecto, que libera cuando enseña. De su pedagogía dan fe los Cuatro preludios para piano, de Amando Blanquer, que Mario Monreal estrenó en el Ateneo de Madrid el 8 de abril de 1976.

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Blanquer alude al poeta Joan Valls como estimulador de esta producción: pero las razones musicales sobreabundan las razones poéticas. Los preludios son cuatro y llevan, como los de Debussy, anotaciones poéticas en la lengua de la tierra, metáforas de la música.

L'etern clarobscur -El eterno claroscuro- apela a los ritmos que Messiaen llama "no retrogradables", es decir, aquellos cuya retrogradación es idéntica a ellos mismos, por su simetría en el tiempo. Son ritmos interiormente recurrentes que Messiaen ha aprehendido en la devota escucha de sus amigos los pájaros de los cinco continentes, como franciscano cosmopolita. Son cláusulas al modo de la ars antigua que, por introvertidas, detienen el tiempo. Blanquer halla maravillas en ese dominio y no teme bordar ritmos de adición -los tradicionales son ritmos de división-, con la consiguiente complejidad de escritura.

Una complejidad que hace más secreta e intensa la belleza de estas piezas inscritas en la mejor literatura del piano moderno.

El estilo / percusión del piano de Prokofiev se insinúa en Impression estival -el segundo preludio-, menos descriptivo de lo que el título sugiere, si bien episódico, con brutalidades y ternuras alter nadas, pero estalla en lo último, aquell mon de joguina verdadera toccata que hace del recuerdo infantil un manifiesto de enfant terrible. Pero la cumbre de esta obra esencial bien puede ser el tercero de los preludios, Averany de la nit un título, como observa Monreal, amoroso y místico. Éste a modo de coral certifica a Blanquer como buen heredero de una tradición cuyos nombres -algunos- son firmes jalones del firmamento musical a través de siglos de cultura occidental: Bach-Franck-Messiaen. Averany de la nit es obra, a no dudarlo, de un músico.

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