Europa y el futuro de Alemania
LOS SIETE países más ricos de Occidente, reunidos en Bonn, dieron a conocer ayer una declaración en la que, pese a la vaguedad y esfuerzo retórico que conviene a un cónclave de estas características, se plantean las cuestiones fundamentales de una futura convivencia en Europa, a uno y otro lado de la gran divisoria ideológica del Viejo Continente, así como también se hace una mención directa al problema alemán, que es como decir el del ordenamiento político europeo, desde que a mediados del siglo pasado culminó una primera larga marcha de los pueblos germánicos para dotarse de unidad política.La declaración hace, en primer lugar, una especie de estado de la cuestión al subrayar los valores comunes democráticos a que se remiten los países reunidos en la capital de la República Federal de Alemania, añadiendo que la columna económica del mantenimiento de ese estilo y sistema de vida: es la cooperación entre las tres alas de esa ¡mago mundi común: Europa, EE UU y Japón. En segundo lugar, se refiere a la "deplorable" división de Europa, en la que unos pueblos que combatieron conjuntamente al nazismo se encuentran ahora separados por el foso de "unos sistemas políticos fundamentalmente diferentes", con la tácita ironía incorporada de que las dos potencias contra las que esos aliados lucharon -una parte de la antigua Alemania y Japón- se hallan integradas ahora en ese mismo espacio de libertades democráticas. En tercer lugar, pero con carácter especialmente significativo, se alude a un futuro "estado de paz en Europa, en el que el pueblo alemán recuperará su unidad me diante la libre autodeterminación". Y, finalmente, se hacen votos para el mantenimiento de los arsenales militares a su nivel más bajo posible, concluyendo con un espaldarazo a la posición de EE UU en la negociación sobre reducción de armamentos nucleares en Ginebra.
Del documento parece que hay que resaltar más una música que una letra. Aunque la posición de los países que lo suscriben está presentada desde una óptica de confrontación ideológica con la otra Europa, el tono es el de una casi amable expectativa que no ha de ser totalmente a ena a la reciente elevación de Mijail Gorbachov al liderazgo soviético. La apelación a la pasada camaradería de las armas, por más que recurso de estilo, no deja de ser una cierta llamada al diálogo. Con todo, lo más notable de la declaración parece que ha de ser la referencia a Alemania, aunque ésta se produzca en términos de un irreprochable y muchos pensarán que utópico futuro.
En este contexto en el que buscar un común denominador para siete firmantes es siempre un pequeño concierto de buenas intenciones sin demasiado contenido, hay que interpretar, sin embargo, la mención al caso alemán como una victoria del presidente norteamericano, Ronald Reagan, quien debe visitar el domingo el cementerio de Bitburg, en la RFA, en el que hay un puñado de tumbas de miembros de las SS hitlerianas. A esa luz, a la de una futura reconciliación que incluya no sólo el presente sino también los peores recuerdos por ambas partes, hay que interpretar la alusión a un porvenir en el que la llave estratégica del continente se constituya en un Estado unificado. Si recordamos las susceptibilidades que el tema de la reunificación de Alemania ha suscitado siempre, y no sólo al otro lado del Elba, valoraremos más el triunfo de lo que parece probable posición norteamericana.
En los años cincuenta un político francés de sensibilidades políticas de izquierda moderada quiso reducir a sarcasmo el tremendo problema alemán, diciendo que "quería tanto a Alemania que prefería que hubiera dos". Los que avalan la declaración de ayer en Bonn saben de sobra que aquella boutade no es hoy una reliquia del pasado y que no solamente la Europa antes aliada y ahora adversaria se opone a la idea de una unificación del gran espacio germánico. Una cosa es predicar y otra dar trigo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.