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LA LIDIA

Los menudos

JOAQUIN VIDAL Los novillos lidiados ayer en Las Ventas eran menudos, en dos acepciones. Una, por pequeñines; otra, porque el público les piropeaba de esta guisa: "¡Menudo es el novillo!". Menudos eran, sí. Salvo alguno que se aplomó, como el quinto -el único, por cierto, que tenía trapío y cuajo-, todos embestían pastueños, al primer cite si se les citaba bien, arando la arena con sus hociquillos de juguete.

Lo preocupante es que a estos novillitos excepcionales ninguno de los novilleros fue capaz de cortarles ni una oreja. De pegarles pases sí fueron capaces. Toda la novillada -dos horas y media de reloj, que ya son- estuvieron pegando pases. Esos pases consistían en derechazos y naturales, por supuesto. Y mientras tanto la gente bostezaba, o se le ocurría gritar aquello de "iMenudo es el novillo!".

Plaza de Las Ventas

1 de mayo.Novillos de Carmen Espinal, terciados, encastados y pastueños. El Porteño. Estocada (vuelta protestada). Dos pinchazos, estocada -aviso- y descabello (silencio). Juan Rivera. Estocada atravesada que asoma y otra desprendida (silencio) y. Estocada delantera y descabello (silencio). Emilio Silvera. Tres pinchazos, dos descabellos -aviso- y cinco descabellos (aplausos y saludos). Corta atravesada y dos descabellos (vuelta por su cuenta).

El debutante rompió la monotonía porque mejoraba la calidad de los pases. El debutante, que es de Huelva, parece tener el toreo bien aprendido y seguramente lo siente en el alma, pues exhibía una técnica ortodoxa y un gusto para interpretarla que complació a la afición de Las Ventas, tan ceñuda de natural.

Compareció para los derechazos cuando había concluido una plúmbea faena de Juan Rivera, que no entendió al menudo segundo novillo de la tarde, Juan Rivera le ahogaba la embestida. Ese citar sobre los ojos de la fierecilla, atufándola con el olor a humano que tan mal le sabe a la especie bovina, suele ser negativo artificio para ejercitar el toreo, con más razón cuando esa fierecilla tiene las fuerzas agotadas.

Juan Rivera, sin embargo, no se quitaba de allí encima, venga meter la muleta en el morro al inocente cornudillo, venga de chasquear zapatillazos, venga de dar voces. Y el inocente cornudillo le mugía que no le tirara perdigones. Una vez que se distanció Rivera por casualidad, se produjo una embestida pronta y pastueña; pero el diestro volvió a meter muleta con impertinente atosigamiento. Qué pesadez. Lo mismo hizo en el quinto, que estaba hecho un marmolillo.

De manera que cuando salió Silvera y daba la distancia, y dejaba respirar al menudo, y lo embarcaba con temple, y aderezaba con su poquito de sal onubense el gusto del muletazo, aquello le supo a la afición a gloria bendita. En el sexto repitió

Silvera el toreo bueno. Llamó la atención, sin embargo, que apenas empleara la mano izquierda sobre todo porque en una tanda de naturales que le instrumentó al tercero pudo apreciarse que también conoce este arte. Mató pésimamente, y"por tal desaliño su peón de confianza, Romerito -el que hasta la última temporada lo fue de Curro Romero-, le echaba la bronca por el callejón, y Emilio Silvera aguantaba cabizbajo la rociada.

Defecto grave de Silvera, y de sus compañeros, fue hacer interminables las faenas. El Porteño, que tiene oficio, afeó sus trasteos precisamente por esta incontinencia. Seguramente era para que se lo agradeciese el público, pero el público no agradecía nada; por el contrario, como al aumentar los pases aumentaba la evidencia de la bondad de las embestidas, volvía a decir aquello de "¡Menudo es el novillo!". Para el cuarto, cuya boyantía parecía inagotable, con mayor empeño; y cuando El Porteño, después de cien pases, repetía media docena de molinetes y empalmaba con ilusionada reiteración la suerte natural con la cambiada, lo de "¡Menudo es el novillo!" ya era clamor.

Caía el crepúsculo por la explanada de Las Ventas y la gente se iba al metro desvelando el secreto de los novillos: "Menudos eran ¿verdad usted?". Y cada aficionado se sentía un Cossío parlante.

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