Pérdida de sustancia
La coartada obtuvo el accésit al Premio Lope de Vega de 1974, fue publicada en 1975 (Tiempo de Historia, número 8) y había sido escrita a retazos durante bastantes años. Hay en ella un aroma del teatro posible y del imposible en esas épocas.Está situada en el momento de la conjura de los Pazzi (tema de otras obras y libros) contra los Médici, en 1478, pero no es exactamente un drama histórico, sino una situación de la que arranca una reflexión intelectual teatralizada. Leída entonces, releída ahora, tiene una gran riqueza: problemas de pureza, de conciencia, de duda entre pensamiento y acción, una fría mirada sobre la Iglesia renacentista y el sentido del poder; teatralmente, una dificilísima técnica de juego con el tiempo y con la realidad, un hurto de la personalidad, una presencia del miedo. El diálogo es sencillo pero restallante.
La coartada
De Fernando Fernán-Gómez. Intérpretes: Juan Ribó, Jaime Muela, César Sánchez, María José Sarsa, Carlos Alberto Abad, Sandra Sutherland, Miguel Ángel Rellán, Saturnino García, Alberto Bové, Jorge Bosso, Sergio de Frutos, Santi Pons, Ángel Pardo, Enima Cohen, Javier Loyola, Gerardo Giacinti, Tito Valverde, Rebeca Tebar. Ambientación musical: Carmelo Bernaola. Escenografía: C. Alexanco, dirigido por Francisco Nieva. Vestuario: Juan Antonio Cidrán. Dirección: Luis Iturri. Estreno, Centro Cultural de la Villa de Madrid, 26 de abril de 1985.
Representada hoy no da esas medidas. Se pierde gran parte de las ideas y la técnica se disuelve. Hay responsabilidad en la dirección, en los intérpretes y en la escenografía; pero también la hay en el autor, que quizá poco esperanzado por lo posible o confiando en los recursos de estreno en un teatro nacional, se dejó a sí mismo demasiada libertad intelectual y no sujetó debidamente las escenas para arrancarles todo su significado. Hay una larga parte inicial en la que el espectador se desorienta con los tiempos y con la historia hasta el punto peligroso de que llega a desprenderse de la acción. La clave de la que pende toda la obra posterior está valientemente planteada en el monólogo inicial: demasiado pronto para que el espectador entre en situación y fallida en la dicción del actor Juan Ribó (en la noche del estreno; no tiene por qué ser así en las demás representaciones), y esto perjudica las escenas siguientes.
Falta funcionalidad
Las dificultades se acumulan sobre el director, Luis Iturri, y trata de resolverlas marchando por un camino distinto al de la obra: se escapa de ella. Se va hacia la intriga (que no hay, o no debe haber), hacia la insistencia histórica, que es secundaria; compone cuadros o figuras con los personajes, congela escenas o busca el efecto de cámara lenta con una estética que no es la del texto frío y rápido; se le escapa la continuidad en las escenas, resueltas con oscuros. Que tienen que ser excesivamente largos por el juego escenográfico. Este es muy bello: un artilugio que eleva las estampas de lugar -grabados de Piranesi- o las abate, pero que requiere demasiado tiempo y corta las escenas; las ráfagas de música de Bernaola tratan de cubrir ese vacío. Hay una falta de funcionalidad.La interpretación es, generalmente, baja. Pasa mucho con los repartos muy largos en los que todos los textos son significativos: lo peor contagia a lo mejor y la media desciende. Los actores están amanerados por el trascendentalismo de la dirección, por la acumulación de misterios distintos al que se oficia por la palabra, por el decorativismo. Hay muchos y muy buenos esfuerzos: no se aúnan.
El público reaccionó con gran respeto, arrecio sus ovaciones ante la presencia de Juan Ribó y de Miguel Ángel Rellán y, desde luego, ante el autor, cuya categoría intelectual está claramente contenida en el texto.
Babelia
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