La posmodernidad cumple 50 años en España
"La humanidad no representa una evolución hacia algo mejor, o más fuerte, o más alto, al modo como hoy se cree eso. El progreso es meramente una idea moderna, es decir, una idea falsa". Estas lapidarias palabras, que aparecen en El Anticristo, de Nietzsche, tienen hoy, un siglo después de haber sido escritas, más vigencia que nunca. Y al igual que para Nietzsche toda idea moderna era sinónimo de lo falso, parecería que en las filas del arte más joven reinara un similar escepticismo respecto a los férreos parámetros impuestos por la estética moderna. Y a pesar de la admiración que profesan estos jóvenes hacia muchos de los artistas de la alta modernidad, los nuevos creadores se adhieren hoy al manifiesto tácito de que "hay que ser absolutamente ecléctico".Entiendo por posmodernidad al período histórico de la cultura occidental que se inicia a partir de la II Guerra Mundial, y cuya definición teórica se viene realizando en los últimos 20 años; me atengo, por tanto, a un concepto de época, y no a un concepto exclusivamente de estética. Para dar fechas más precisas, se podría decir que entre el final de la guerra civil española (1939) y la explosión atómica de Hiroshima (1945) se incoa la génesis de la época posmoderna; esto en el ámbito internacional. En España ya veremos cómo los indicios de una actitud posmoderna aparecen ya al principio de los años treinta.
Del punto de vista semántico, la palabra posmodernidad apunta a uno de los rasgos más relevantes de la estética a que alude: a una conciencia artística esquizofrénica, escindida y paradójica. Esta conciencia es la de encontrarse en una época diferente, posterior a otra (de ahí el prefijo pos), pero a la vez certeza también de una dependencia para con esa época pretérita que es hoy ya la época moderna. Eva surgida de un Adán dormido, el arte posmoderno no puede sino ser carne de la misma carne de donde nació, de la modernidad, pero a la vez intenta negarla y ser diferente y, en potencia, poseer el poder de generar una nueva era artística. (A propósito he escogido un símbolo femenino como emblema de la posmodernidad, pues a nadie se le escapa el papel activo y fundamental que juega la mujer en el arte posmoderno.)
Hasta el mayo de 1968 la actitud posmoderna era de desilusión frente a la modernidad y a la idea de progreso en general, pero esto con la esperanza -especialmente entre la izquierda progresista- de que un cambio radical era posible aún en el panorama de la cultura occidental toda. Después de este mayo y de una primavera no menos frustrante en Praga, de la amarga evolución del proyecto cubano y del asesinato de Allende en Chile, lo que fue una ilusión se transformó en la angustiosa constatación de una cruda realidad: la de que, si bien las generaciones jóvenes habían nacido bajo el eco de una cruel guerra civil en España y a la sombra del monstruoso champiñón atómico americano, ahora se trataba ya de la gran amenaza de un desastre nuclear aún más terrible. De la desilusión para con el presente pasamos, en los sesenta, a una visión apocalíptica del porvenir. Desencanto del pasado, desilusión del presente y miedo del futuro es el ambiente emocional que predomina en la actidud posmoderna.
Retorno a la modernidad
En cuanto a las connotaciones ideológicas del vocablo posmodernidad, abundan las interpretaciones, y a menudo éstas se niegan entre sí y son contradictorias. Algunos pensadores opinan que la actitud posmoderna es una simple secuela de lo que le es inherente a la modernidad; o sea, su capacidad crítica, autocrítica, para ser más precisos. Esto es lo que piensan Octavio Paz y Jean François Lyotard. Para otros, la condición posmoderna está asociada a un período paralelo en la historia que se conoce por época posindustrial, y, por tanto, sería ésta una era de desencanto y desconfianza, frente a los presupuestos racionalistas de progreso inculcados por el siglo XVIII y por la revolución industrial inglesa. Posmodernidad significaría, en el campo de la estética como en el de la política, un retorno a una época anterior a la modernidad o simultánea a aquélla, y se asociaría entonces con cierto tradicionalismo, en unos casos, y con una clara tendencia antimoderna, en otros. El alemán Jürgen Habermas es el más claro partidario de dicha interpretación. Frederic Jameson piensa que la estética posmoderna se fundamenta en una mala interpretación de las estéticas y de las ideologías vigentes y en una falta de optimismo de origen reaccionario y conservador, que se debe corregir a tiempo. Por último, Carlos Bousoño, bajo la nomenclatura de época poscontemporánea, participa en gran parte de todo lo anteriormente dicho en su definición de la nueva era y piensa que el conjunto de los indicios de la posmodernidad indican un crecimiento considerable en el grado de afirmación del individualismo (es decir, fe en sí mismo) del ser humano en la cultura de Occidente.Para permanecer en el campo de lo ideológico, se puede decir que la actitud posmoderna significa una desconfianza en los paradigmas que parecían regir las creencias de la época moderna. A saber: se niega hoy una posibilidad igualista para la raza humana, contra lo cual se erige el derecho a las diferencias como elemento fundamental para la convivencia; se desconfía del probable éxito de la lucha de clases como un modo de superar la desigualdad; se ve como pura utopía la redención de la raza por la denuncia a partir de la obra de arte o por el compromiso de los creadores; frente a los discursos universalistas emergen las minorías con su voz levantada, predominando así éstas en el panorama cultural. Las respuestas del psicoanálisis, de Freud, tanto a lo racional consciente como a lo irracional subconsciente, que fueron seminales para la génesis de la estética moderna, se ven rebatidas hoy por una desconfianza en el psicoanálisis y un retorno a cierta religiosidad y espiritualismo que parecían desarraigados desde el siglo XVIII. Han fracasado la certeza científica y los paraísos industriales, y la felicidad que nos prometían se ha convertido en la pesadilla del mundo industrial, una de cuyas respuestas actuales es el ecologismo erigido a partido político en Alemania.
Lo ocurrido en, el ámbito de la estética podría resumirse diciendo que el postulado de Ortega y Gasset formulado en 1925, en La deshumanización del arte, de que el arte nuevo tenía a la masa en contra suya y "la tendrá siempre", se ha demostrado falso. Lo moderno es hoy por hoy tan popular como lo tradicional. El arte de vanguardia ocupa ya su lugar en museos, universidades, academias y círculos mercantiles. El superrealismo y lo absurdo es hoy día parte de la retórica publicitaria. Octavio Paz tenía razón cuando dijo que "vivimos el fin de la idea de arte moderno". Esta básica institucionalización de la producción artística de la alta modernidad ha sido la que ha fomentado también una búsqueda de otra estética de alternativa a la. que nos proponía la vanguardia. Para esto, los creadores han ido a las raíces de la modernidad, la han asimilado, la han vuelto a usar, pero con un nuevo sentido y enriquecida de unos contenidos más humanos. En pocas palabras, han sacado el arte de su ensimismamiento.
Este rescate del arte de una actitud meramente narcisista se ha materializado de la forma siguiente: frente a la supuesta dificultad y hermetismo que caracterizaron las obras de la modernidad, se puede detectar desde los años treinta un esfuerzo por hacer que el arte sea algo más accesible. Esta inmediatez de la obra se realizó a partir de una rehumanización del arte en general. Rehumanización que se lograba principalmente a través de la vuelta a lo referencial figurativo, al foto-realismo o al foto-idealismo. Historicismo, anecdotismo, narratividad, alusiones a discursos o estilos ya asimilados y reconocibles, resentimentalización del arte y sensismo, frente al esencial intelectualismo que caracteriza la modernidad (inclusive en su actitud lúdica la modernidad era intelectual; hoy el arte es lúdico sin más). Lo que había sido teóricamente una desintegración de la forma, el estilo y la individualidad (aunque esto lo fue más en teoría, que en realidad) en la alta modernidad, y cuya última consecuencia ha sido el ya olvidado arte minimalista, se ha transformado ahora en un retorno a la forma, al academicismo, a la figuración y a la individualización por el estilo. La vuelta al realismo y a lo figurativo en la pintura (en sus dos expresiones de foto-realismo y fotoidealismo), la reactualización del estilo herreriano por la arquitectura civil franquista, la reaparición de la ornamentación, el color, y la reacción de la arquitectura norteamericana contra el funcionalismo de las cajas de cristal y acero que contaminan el paisaje urbano de las ciudades modernas, son fenómenos que responden a los mismos condicionamientos de una actitud retrospectiva y nostálgica respecto a una época anterior a la modernidad.
Se podría decir que, tanto en el campo de la ideología como en el de la estética, desde los años cuarenta se resquebraja la confianza en sí misma que poseía la cultura occidental. Y frente al entusiasmo que caracterizó la alta modernidad, nos encontramos en una época cuya energía se funda en una visión de orden negativo: en una visión apocalíptica y conservadora. Esto, con matices diferentes, lo han sabido ver antes que nadie en el ámbito hispánico Carlos Bousoño y Octavio Paz.
El franquismo, posmoderno
En resumen, estamos viviendo, desde los años cuarenta, lo que podríamos identificar como un agotamiento de los valores y de la autoridad instaurados por la época moderna, y, por tanto, se viene intentando, con mayor o menor fortuna, desde hace aproximadamente 50 años, legitimar otra alternativa para la cultura y para el pensamiento occidental en general.Frente al término posguerra, que ha sido el que se ha venido utilizando hasta ahora para denominar lo ocurrido en la cultura española desde 1939, yo creo que el de posmodernidad es más adecua do, y sería, por tanto, el que se debería usar al referirnos a la producción artística de los últimos 50 años. Prefiero el término posmodernidad, porque con la palabra posguerra no aludimos sino a un episodio específico de la historia de España, y con la palabra posmodernidad nos referimos a un período histórico y estético a la vez, integrando de este modo lo ocurrido en la cultura española desde 1939 en una corriente más universal de la estética occidental.
Así, la producción artística que vio la luz bajo el Gobierno de Franco, y aun después de su muerte, en sus tres vertientes -la oficial, la disidente y la neovanguardista-, se puede considerar como producto de una sola corriente de la estética: la de la posmodernidad.
En sus inicios, la estética posmoderna se manifestó de un modo muy heterogéneo y entrelazado, y sus tres direcciones principales fueron las de un arte antimoderno, rehumanizador y comprometido. En los años cincuenta alcanza este arte una maduración general más homogénea, donde ya las divisiones temáticas o partidistas no importan, y el rigor y la calidad del producto artístico parecen prevalecer. Luego se da una aparente ruptura (especialmente en la poesía, con la aparición de los poetas novísimos) que hoy sabemos no fue tal, pues en realidad era una continuación de estéticas anteriores, reciclándolas, retorciéndolas, llevándolas a su extremo, y, sobre todo, favoreciéndose de un aparato de promoción inaudito hasta aquellas fechas. Y por último, desde los años setenta se puede decir que se vive en un momento de eclecticismo total, y esto con plena conciencia de hallarse en una época posmoderna. La labor de dicha concienciación -algunas veces con mucha frivolidad y bastante ignorancia por parte de aquellos que han usado el término posmodernidad- pertenece a todos los elementos vivos de la cultura española en su conjunto (en el campo específico de la pintura es Octavio Zaya, desde Nueva York, el primero que alude a este término en sus publicaciones peninsulares).
Esto viene a decir que la muerte de Franco no marca ningún hito en cuanto a la estética se refiere y que el término de posguerra y el de posfranquismo se deben descartar de las consideraciones en el campo de la estética. Creo que con lo dicho hasta aquí es suficiente como para que se corrija la errónea idea que se tiene entre los jóvenes españoles y sus ventrílocuos mayores de edad de que posmodernidad y arte joven son una sola cosa. Y, por consiguiente, hay que asumir que en realidad el arte joven es el producto de una lenta evolución de la cultura en su totalidad desde aproximadamente el año 1935, año de la publicación de Arte y Estado, de Ernesto Giménez Caballero. Esto por señalar un libro teórico; en la práctica, se podría decir que la primera poesía política de Albertí marca la pauta.
El origen de la estética posmoderna en la Península se halla también en una antimodernidad que está directamente ligada al franquismo, a la estética oficial que su régimen sustentaba y a los prejuicios de la clase media tradicionalista respecto a la modemidad. La estética franquista fue, a su vez, un subproducto de la fascista y nazi, pero participando de una característica que la diferenciaba de la estética propuesta por Italia y Alemania: era más bien nacionalcatolicismo que puro fascismo o nazismo.
Desde los primeros años del siglo XX los artistas modernos se opusieron a la institucionalización del arte (presupuesto que como sabemos, no pudieron sostener por mucho tiempo). La política cultural fascista y nazi, y luego el nacionalcatolicismo del Gobierno de Franco, promulgaban precisamente lo que había rechazado la modernidad, esto es, la unidad, el orden, la jerarquía, la autoridad; por tanto, rechazaba aquella modernidad el totalitarismo de la institución. Totalitarismo que, curiosamente, se daría y se da con igual virulencia e intolerancia en el campo comunista de la cultura occidental como se dio en el neofascista.
Ya en 1925 Ortega y Gasset avizoraba, con su Deshumanización del arte, el riesgo que significaba un arte moderno cada vez más ensimismado, abstracto y desligado de lo esencialmente humano e histórico. Ortega, de una manera inteligente y racional, describía, sin rechazarla, lo que para él era la alta modernidad Pero es ya desde una postura francamente antimoderna de donde partía el texto, desafortunado y apasionado hasta un fanatismo de orden religioso, de Giménez Caballero, Arte y Estado texto que vendría a ser por muchos años el manual de estética de la cultura oficial del franquismo. Hay que entender que en España la mayoría de los artistas que habían estado ligados a los movimientos de vanguardia se encontraban del lado republicano o se habían pasado al bando contrario y habían renegado de su modernidad. Por tanto, quedaba claro para el nacionalcatolicismo triunfante que todo lo moderno no podía sino ser masónico, judaizante, rojo y diabólico.
Este craso error de apreciación estética y la consiguiente antimodernidad que predominó en el arte hasta los años cuarenta se matizará a partir de esos años, y si bien no desaparecerá del todo, viniendo a ser uno de los elementos de la idea de lo posmoderno, un intento de rehumanización del arte es lo que predominará en las décadas siguientes. A su vez, una creciente preocupación por la calidad estética, la técnica y la precisión en la expresión artística en general ha seguido en aumento y es una de las características del arte actual.
Eclecticismo y arqueología
En conjunto, frente a la actitud de exploradores que tenían los escritores de vanguardia y de la modernidad, nos encontramos, desde los inicios de la posmodernidad, con unos artistas que actúan más bien como arqueólogos, que escarban en el remoto e inmediato pasado y que buscan una nueva fuerza entre las grandiosas ruinas de la cultura occidental. En verdad, la estética joven es ecléctica y su energía la extrae precisamente del pasado histórico y artístico en su totalidad.Las conclusiones a que me lleva lo hasta aquí escrito son las siguientes:
1. Que el término posmodernidad debe usarse para abarcar la producción artística española surgida desde aproximadamente 1935.
2. Que la estética posmoderna es una estética ecléctica, abierta y dinámica, y que está regida por un designio de rehumanización del arte en general.
3. Que el joven arte español no es sino el producto de esa estética posmoderna, cuyo origen lo encontramos en los años treinta, y que, por tanto, debe estudiarse aquél no como un arte de ruptura respecto al producido hasta los años sesenta, sino como el resultado de una evolución y consecuencia natural del arte español en particular y de una estética occidental posmoderna en general.
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