De Indochina a Ocaña
De 1.000 refugiados del sureste asiático que llegaron en 1979, sólo la mitad sigue en España .
El equipo de tenis de mesa de la Sociedad Deportiva Ocaña, que hasta el pasado año disputaba la Liga de Segunda División, llamaba la atención allá donde fuera por alinear en sus filas a un oriental de muñeca portentosa y rápidos reflejos. Se llama Tranh Te Anh y es uno de los aproximadamente 1.000 vietnamitas y laosianos que hace cinco años acogió el Gobierno español tras las convulsiones bélicas y políticas de su tierra de origen. De aquel millar de refugiados quedan hoy día unos 500 en nuestro país. La integración en una cultura extraña a la suya ha sido difícil, pero ahora, cuando se cumplen 10 años de la caída de Saigón, los vietnamitas y laosianos acogidos entre nosotros están prácticamente convencidos de lo irreversible de la situación política en sus lejanas tierras y de que, por tanto, España es ya su país.
En medio millón se calcula el número de vietnamitas que abandonaron precipitadamente su tierra tras los cambios políticos que siguieron a la guerra. Unos fueron a parar, a través de Camboya o en pequeñas embarcaciones que cruzaban el golfo de Siam, a los campos de refugiados de Tailandia. Otros, cruzaron el mar de la China hacia Macao, Hong Kong o las costas de Malaisia y Filipinas."Salí de mi tierra con mi padre y mis hermanos en un pequeño barco a vela", cuenta en su dificultoso castellano Loi Than Duc. "Encontramos un barco más grande, a motor, y le pagamos dinero para que nos llevara. Estuvimos casi un mes en el mar. Íbamos 89 personas. Una noche hubo un tifón y encallamos en una pequeña isla. Quemamos ropas y muchas otras cosas para que nos vieran; por la mañana llegó una patrullera de la policía de Hong Kong y nos remolcó hasta Macao. Allí nos metieron en un campo de refugiados, en el que estuvimos más de un año".
Loi tiene ahora en el barrio madrileño de Carabanchel un pequeño despacho de pan, que cogió en traspaso, junto a otro compatriota suyo, gracias a una ayuda de la Comisión Española de Ayuda a Refugiados (CEAR). Entre aquel campo de refugiados y este pequefío negocio familiar queda un viaje en avión de Hong Kong a Málaga, una estancia en una residencia de Tiempo Libre en La Línea (Cádiz), unos someros estudios de castellano, la asistencia a una escuela del Instituto Nacional de Empleo y esporádicos trabajos en la construcción y como camarero en restaurantes chinos.
El Gobierno español, que en 1978 había firmado y ratificado el Estatuto de Refugiados de Ginebra de 1951, acogió en julio de 1979 a un millar de vietnamitas y laosianos, que comenzaron a llegar en octubre de ese mismo año.
Durante dos años, la acogida a estas familias corrió a cargo de un comité en el que estaban representados los ministerios de Exteriores, Interior y Trabajo, así como la Cruz Roja, Cáritas, la oficina en España del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Obra de Protección de Menores.
El primer peregrinaje
Instalados en un primer momento en residencias de Tiempo Libre, del Ministerio de Trabajo, el desconocimiento del idioma y las dificultades de adaptación se vieron agravados por la falta de tacto de las autoridades a la hora de amoldarse a su peculiar idiosincrasia. Así, se mezcló en las mismas residencias a vietnamitas del Norte con vietnamitas del Sur, circunstancia que produjo enfrentamientos frecuentes entre ambos sectores que culminaron en la muerte de un survietnamita.
Aquel suceso decidió al Gobierno a distribuir el contingente de refugiados indochinos, a través de los gobiernos civiles, en distintas provincias, procurando que no coincidieran en una misma provincia familias de distinta nacionalidad de origen. Sin embargo, a los pocos meses, la gran mayoría de ellos estaba de nuevo reagrupada en Madrid.
"Así estaba la situación cuando, a finales de 1981, nos hicimos nosotros cargo de este contingente de refugiados", manifiesta Amparo Colmenero, directora del servicio de extranjeros de la Cruz Roja. "Nos pareció impropio que estuvieran indefinidamente en hostales de Madrid recibiendo nuestra ayuda económica y por ello decidimos redistribuirlos de nuevo por toda España, procurándoles empleos a los que no les fuera difícil anioldarse".
La Cruz Roja ha venido ayudando a estas familias con el pago del alquiler de la vivienda y una dotación de 10.000 pesetas mensuales por persona para manutención, siempre que no tuvieran ingresos estables. A estas cantidades se añadían las que asignaba Protección de Menores, en la actualidad unas 350 pesetas por menor.
Los laosianos de Alcalá
"Los amigos nuestros que están en La Roda, en Alicante y en Ávila tienen más dinero cada mes que nosotros sin trabajar", se quejaKaeota Sriphona. "Como mi marido trabaja, nos han quitado la ayuda de la Cruz Roja y la de menores". Kongxay, su marido, está contratado en una granja porcína de Alcalá de Henares (Madrid), en la que trabaja ocho horas diarias, de lunes a viernes, y cuatro horas más los sábados y domingos. Gana 42.000 pesetas mensuales y la casa donde vive la familia.
Kongxay y Kaeota son laosianos. Tienen cinco hijos: Nan, Nu, Ole, Thomas y Johnny. Nan, la mayor, tiene 11 años y habla un castellano correctísimo, que se hace extraño en sus rasgos orientales. Cuando sus padres tienen dificultad para expresarse recurren a ella como traductora.
Los tres mayores van al colegio a Torrelaguna, población que queda en línea recta a unos 40 kilómetros de la granja. Sin embargo, no hay autobús directo y los niños toman, los lunes por la mañana, un taxi hasta Alcalá, un autobús hasta Madrid y otro autobús hasta Torrelaguna. En total, unos 90 kilómetros en varias horas de viaje. Los viernes por la tarde el recorrido se hace a la inversa.
Afortunadamente para los Sriphona, reciben 15.000 pesetas de la Cruz Roja y 5.000 de las monjas del colegio de Torrelaguna para hacer frente a estos continuos viajes, pero el cansancio que los niños acumulan y el desarraigo familiar no se arreglan con dinero. "Dice el Ayuntamiento de Alcalá que no hay colegio interno para mis hijos, que tengo que pagar, pero ¿cómo puedo pagar con las 42.000 pesetas que gana mi marido?", se lamenta Kaeota.
Thomas, el cuarto de los hijos, llegó a España con 20 días de edad. Había nacido en un campo de refugiados de Tailandia. El quinto hijo nació en La Paz, en Madrid, hace cinco meses. "Le pusimos Johnny porque da más recuerdos, porque era el nombre de mi padre", cuenta Kaeota.
La familia vivió antes en Vivar del Cid (Burgos). "Hacía mucho frío. Nosotros no habíamos visto nunca nieve y allí nevaba muy alto". Kongxay trabajaba en una granja en la capital de la provincia, de la que Vivar dista 10 kilómetros. "Compré moto para ir al trabajo y persona malo quitar moto y yo andando", cuenta en un castellano apenas inteligible. "Pero había también gente buena", interviene su mujer. "Don Salvador, el cura de Vivar, nos ayudó mucho; nos pagaba a veces la luz de la casa. Ya murió don Salvador".
En el salón de la casa de los Sriphona en Alcalá, muy espacioso, hay una estufa encendida, unos muebles muy simples, una televisión que ven continuamente los críos y varios cuadros en las paredes: un recordatorio del nacimiento de Johnny, una fotografía del abuelo del que tomó el nombre, una estampa religiosa y una fotografía del Papa. "Nosotros somos budistas, pero quiero bautizar a mis hijos, es buena la religión".
El mandadero de Ocaña II
Tranh Te Anh, vietnamita, tiene unos 45 años y no quiere hablar de política. Trabaja como mandadero en el penal de Ocaña, en Toledo, en un cómodo horario de ocho de la mañana a tres de la tarde. La tarde la emplea en estudiar español, tocar el acordeón y jugar al tenis de mesa, deporte en el que ha representado al pueblo manchego por toda España.
Su mujer tiene 37 años. La familia salió de Vietnam por ser el marido de ascendencia china, lo que les hacía sospechosos ante los vencedores de la guerra. Con el matrimonio venía la abuela paterna y tres hijos: Tu Phong, que ha cumplido 17 años; Gia Phu, que tiene 13, y Tu Mai, de ocho. "En España hemos tenido otros dos hijos: uno, andaluz, José Ramón, y una muchacha de Castilla-La Mancha, Isabel", dice la madre, llena de orgullo.
A Ocaña llegaron en pleno invierno y los primeros meses fueron muy duros. "Los vecinos se portaron muy bien con nosotros. José Ramón, el muchacho, tenía 25 días y la gente nos regaló comida y ropa". Pero la comida eran garbanzos, lentejas, alubias, legumbres extrañas a sus hábitos alimenticios, por lo que tenían que rehusarlas. Aún hoy, en el hogar de estos vietnamitas se hacen dos menús distintos: uno para los padres, en el que predominan las verduras y el arroz, y otro para los hijos, que se han acostumbrado en el colegio a las dietas españolas.
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