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Reportaje:SALUD

El empaquetado del ejecutivo alemán

La revisión del cuerpo, como si fuera un automóvil, por 17.000 pesetas diarias

Son las cuatro de la madrugada. Siete mil clientes de 100 hoteles terapéuticos de Oberstaufen (Alpes bávaros) todavía duermen apaciblemente. Les queda poco. Unos lo saben y otros no. Pero vinieron hasta aquí con fe ciega en la cura milagrosa y dispuestos a aceptar lo que les impongan. Incluso a pagar casi medio millón de pesetas por las tres semanas de tratamiento. Aparcaron sus automóviles de alto ejecutivo y metieron las llaves en una caja fuerte para no tocarlas y alejar la tentación de fuga cobarde. Lo que quieren es que les quiten de encima unos kilos de más, les regeneren un organismo castigado por la vida moderna -tensiones, colesterol, nicotina- y les devuelvan a la jungla impasibles como momias metidas en una camisa de fuerza.Ya son las 4.05. La cosa va a empezar. Oímos unos pasos por el pasillo. La manivela de la puerta cede. Por los altavoces suena música del Tirol. Encienden la luz. Una poderosa enfermera avanza hacia la cama con unas cuerdas blancas. Otra arrastra unas bolsas y unas extrañas sábanas. Y, de pronto, te dicen que te ha tocado a ti. Que te levantes. Te quedas en cueros vivos. No te asustes. Es para tu bien. Lo mismo empieza a sucederles a los 7.000 clientes de las 7.000 camas de los 100 hoteles de este pueblo bávaro. Son un millón de clientes al año. Y nadie se ha muerto cuando lo han empaquetado como te van a empaquetar a ti.

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EL TRATAMIENTO

Atado y bien atado

Una enfermera ha puesto las bolsas de agua hirviendo sobre tu cama, mientras tú te cubres lo que hay que cubrir con ambas manos. La otra enfermera coloca las cuerdas por debajo y extiende una sábana fría y húmeda (prácticamente congelada) por encima de las bolsas ardiendo. Y te dicen, las dos, que ahora te tumbes, que te van a atar.

Así que no queda otro remedio. Como si fueras a zambullirte de espaldas en la piscina milagrosa de Lourdes, con el agua bajo cero y el infierno aún más abajo, entregas tu pobre carne al temible experimento. ¡Que sea lo que Dios quiera!

Dios quiere que unos griten más que otros y que la música del Tirol ahogue las voces desgarradas de espanto y los lamentos del castigo. La enfermera de la derecha le da vueltas a la sábana fría y repite, en su idioma alemán, que el packung (empaquetado) le está quedando muy bien. Echa otras bolsas de agua hirviendo encima, ropas de mucho abrigo, y ata con las cuerdas blancas hasta que apenas puedes respirar. Entonces es cuando la mujer sonríe, te pone un interruptor de pera entre los dos dedos que emergen del revoltijo y dice que si te sientes mal y no aguantas la momificación durante las dos próximas horas, hagas sonar el timbre.

Se van las enfermeras, y empieza la tiritona. Todo el pueblo tiembla como sacudido por el baile de San Vito, aunque frenadas sus sacudidas por la camisa de fuerza. Todos tienen como tú la perita en la mano. La posibilidad de pedir auxilio. Y aún no se ha hecho ni siquiera de día. El frío pasará al cabo de media hora glacial. Y empezará el calor de asfixia. Y dices: ahora seguro que me pica la nariz como a cualquier ejecutivo alemán, o suizo, o belga -todos tenemos una nariz que nos puede picar-, y la nariz te pica y no hay forma humana de rascarse. Lloras amargamente, pero eso es bueno para la cura. Y luego piensas: ahora me temblará el párpado izquierdo, siempre puede suceder esto; a medio Mercado Común le tiembla el párpado, y va y te empieza a temblar esa ridícula cortinilla del ojo y no te puedes tocar el ojo. Y gritas: "¡Fráulein! ¡Enfermera.' ¡Socorro!".

Esto es inevitable. Es el efecto de la fiebre. Porque la virtud de la terapia es la calentura vertiginosa. El delirio: el techo se ha va ciado de luz. Todo rueda. No de bes dormirte. Dicen que dormirse es malo. Para que la cura sea eficaz es bueno no dormirse, pasarlo con plena consciencia. Su das por todas partes. No hay poro que no transpire. La nicotina empapa la gran sábana-sudario.

Y al cabo de dos horas te desatan. Vas al baño como si volvieras de la tortura y aún repites, igual que los 7.000, dankeschön, gracias, muchas gracias.

Palo al estómago

Pero, poco a poco, el cuerpo se recupera. Hay que ver cómo se recupera un cuerpo, sobre todo si es un cuerpo alemán. Y empiezan a asomar cuerpos alemanes por los pasillos de los hoteles, con un vaso de té humeante, y todos se saludan satisfechos. El día aún está por delante, para llenarlo con la dieta estricta de 400 calorías -la llamada dieta seca que inventó Johann Schroth hace 160 años.

Hay días secos y días húmedos a lo largo del tratamiento. Los secos son días de palo al estómago. Porque empiezan con la momificación al amanecer y dejan al sujeto sin una gota que perder. La deshidratación equivale a la de una esponja sobre la que pasa una apisonadora. Pero esta misma esponja se infla de líquido durante los días húmedos. En estos días, que son alternos, se puede beber medio litro de vino blanco además del té y la sopa boba del restaurante. Pero la humidificación perfecta del organismo se produce cada jueves por la noche.

La noche del jueves todo el pueblo de Oberstaufen agarra la mona. El tratamiento permite beberse un mínimo de un litro por cabeza, sean como sean estas cabezas.

Y para que nadie se escape de la obligación, los hoteles organi

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zan una velada a base de concurso de vino. Hay que votar las cualidades de cinco variedades de vinos blancos. Y cada paciente, seco y chupado, bebe un par de vasos de cada vino. Y cuando ya lleva 10 vasos, el mundo es como un barril lleno de felicidad Los hoteles sirven pedazos de pan para hacer pasar el trago.

Y en pocos lugares del mundo desarrollado se devoran los mendrugos con tanto deleite. Una señora, Waltraild Bersch, dice, besando la miga: "Te quitan las toxinas, pierdes seis kilos, pero vuelves a casa alcohólica". Y un señor suizo añade: "¡Y menos mal que vuelves!".

Pero el tratamiento todavía tiene una ventaja que muchos no conocen, aunque sospechan. La explica el doctor que introdujo las técnicas en Alemania en 1949, Herman Brosig, muy joven y apuesto a sus 80 años: "A las mujeres, el calentón les produce segregación mayor de hormonas. Las menopáusicas vuelven a la vida sexual activa. Y todas sienten más deseos que antes". Pero a los hombres los deja hechos una pena durante los días de la cura: "Al tener los testículos muy calientes", añade el doctor Brosig, "al no tener los órganos sexuales dentro, como los tiene la mujer, los testículos necesitan temperatura más baja que el cuerpo, y ese calentón los deja desganados".

La espera del deseo

En los hoteles de Oberstaufen hay, pues, una caza desigual fuera de las horas del empaquetado. Mientras las mujeres sienten deseos de hacer el amor, los hombres sólo esperan sentir ese deseo cuando el tratamiento acabe. Entonces, dicen, el vigor se acrecienta y la momia se transforma en falo viviente.

Baños en la piscina climatizada del lujoso hotel Burtscher, cuyo propietario es teniente de alcalde del pueblo y antes fue -gran paradoja- cocinero de trasatlántico, masajes, paseos por los montes habitados por ciervos y largas conversaciones sobre lo que se comerá al salir son los pasatiempos preferidos por los clientes. "Yo vengo por tercera vez", dice la señora Giebe, de 38 años y 86 kilos, "estoy casada y tengo dos hijos; mi marido tiene un laboratorio dental en Nuremberg; suelo perder seis kilos al cabo de las tres semanas". Pero si aquí mata horas en la suite por la que paga 290 marcos al día (17.000 pesetas) mirando recetas de cocina extendidas sobre una mesa, cuando regresa a casa los sueños se convierten en realidad: "Me da por comer demasiados pasteles, es lo que me pierde, y duermo durante el empaquetado, y así no sudo como sudan otros".

Otra clienta, Hannelore Schmalbach, de 41 años y buen volumen, cree que el sistema éste es el más rápido para perder peso: "El hambre desaparece al segundo día, y el vinito te mantiene con un poco de calor y vitalidad". A la señora Schmalbach le atrae la idea de montar algo similar en Marbella, donde ha actuado como decoradora de Casa Jazmina, propiedad del rey de Arabia Saudí. Añade: "La cura se puede hacer con vino de Jerez o con blancos catalanes".

Maria von Gaal, de 35 años y 98 kilos, pierde 10 kilos cada vez que se somete al tratamiento. Es enfermera de un hospital de Hamburgo. Como a casi todos, el seguro privado o la Seguridad Social le paga parte de la estancia. Y dice: "Además del empaquetado, que me sienta fenómeno, tomo jalea real y la piel se me pone tersa".

Por aquí pasan políticos, diplomáticos, hombres de empresa y hasta el ministro del Interior. Y se les puede ver en los comedores, donde no se come, mirando las patas de alguna silla apetitosa, con ojos de decir: "¡Ay, qué a gusto me la jalaría con un poquito de salsa!

A estas horas de comer, tan cruciales, el dueño del Burtscher suele ocultar a su perro porque es un perro longaniza. Y va de mesa en mesa, recordando a los clientes que el jueves habrá vino, mucho vino para todos..

Hay que apagar la televisión cuando salen anuncios de pollos asados, de dulces y de macarrones, que es casi todo el tiempo. Los rostros de los pacientes cobran, entonces, un aire de peligrosa ansiedad y los estómagos producen ruidos amenazadores. Alguien grita: "¡Un poco de queso! ¡Quiero queso!". Y los amigos saben cómo ayudar: "Vamos, vamos, tranquilícese, que sólo le faltan 17 días y otros tantos empaquetados".

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