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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Papa y la política

LAS ELECCIONES locales italianas del próximo 12 de mayo desafían la estabilidad política del país. La Democracia Cristiana tan sólo retiene en el poder la presiden cia, poco significativa, del Senado. El jefe de Gobierno, Craxi, es socialista; la presidenta del Congreso es comunista, y el jefe del Estado, Pertini, es socialista también. La fórmula del pentapartido se hace cada día más difícil. En las pasadas elecciones europeas, los comunistas obtuvieron más diputados que la Democracia Cristiana (DC), a pesar del levísimo aumento de electores en favor de esta última. Ahora se va a saber si aquel triunfo estuvo emotivamente influido por la masiva participación en los funerales del secretario del comunismo italiano, Berlinguer, o si responde, más bien, a una protesta obrera contra la política económica de ajuste de la crisis realizada por Craxi. Pero en cualquier caso parece que se vuelve al enfrentamiento de los dos grandes bloques: cristiano y comunista. Las encuestas dan al PCI un porcentaje del 33%, mientras que la DC apenas supera el 32%. En estos momentos es cuando irrumpe en la escena política Juan Pablo II.Se sabe que en lo que va de año el Papa ha conversado largamente dos veces con De Mita, secretario general de la DC. El miércoles día 10 de abril se acercaba a estrechar, en la plaza de San Pedro, la mano de los neofascistas: Le Pen, Almirante y -un interesante descubrimiento- el español Kirkpatrick, hombre de Fraga para las relaciones internacionales. Sus palabras fueron: "Continuad vuestro combate contra el aborto en conformidad con la doctrina de la Iglesia y contra la decadencia de los valores morales de Europa". El liderazgo espiritual del Papa es así interpretado en clave política por los representantes de la internacional fascista. Al día siguiente, en Loreto, Juan Pablo II exhortaba a 2.000 delegados de todas las diócesis italianas a actuar unitariamente en la acción política. Y unos días después, el secretario de la DC' en un discurso electoralista, prometió reconsiderar en sentido más restrictivo la ley del aborto, ratificada mayoritariamente por los italianos en el referéndum de 1981. Nadie duda en Italia, por lo demás, que el Papa se ha identificado varias veces con el movimiento neointegralista Comunión y Liberación, cuyo grupo político de los populares intenta resucitar de nuevo, la alianza de todo el mundo católico en contra del comunismo.

La Iglesia italiana está dividida ante esta situación, aun entre sus cardenales y obispos. Ni siquiera la DC se atreve a proponer la formación de un bloque católico defensivo como en los tiempos de Pío XII. De Mita procede de sectores más abiertos, herederos de Aldo Moro. La confusión reina en las filas católicas. Los políticos de la DC se enfrentan con el dilema de elegir entre la coherencia con la doctrina expuesta por el Papa y su propia autonomía, que defendió Dom Sturzo -fundador del partido- según la cual la "inspiración cristiana del partido" debe entenderse de modo que "los datos de la conciencia moral y religiosa" deben ser interpretados con la "mediación" de otros saberes en la opción política (congreso de Nápoles de 1962). Éste sigue siendo el movimiento mayoritario de los católicos italianos, que se ve ahora enjuiciado negativamente por el Papa. Los tanques soviéticos que él ha visto de cerca en su nativa Polonia son ahora identificados con los partidos laicos que rechazan el confesionalismo político y promueven la distinción entre la tolerancia política y el dogmatismo religioso. Los sectores integristas utilizan así las palabras del Papa para legitimar la intolerancia social y política, de tan triste memoria en países como España e Italia. La irrupción del Pontífice en el escenario electoral y político italiano rompe en cualquier caso los modos y las formas que los papas romanos habían cultivado durante siglos. La Democracia Cristiana no parece más un partido de mediación entre el poder de la Iglesia y el de la sociedad. Juan Pablo II se muestra a sí mismo como un verdadero líder y utiliza la organización de la Iglesia en servicio de ese liderazgo. Los estragos que en el cuerpo electoral italiano puede generar una actitud así están todavía por verse.

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