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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La 'Oda' de Olavide sobre Machado, una obra maestra

El estreno de la Oda de Olavide, el poema Dante y las Goyescas (Los majos enamorados), de Enrique Granados, dio importantísimo sentido a la última actuación de Jesús López Cobos con la Orquesta y Coro Nacionales. Cada una de las obras merecería, por distintas razones, un comentario extenso y, como dicen los magreadores del idioma, en profundidad. Anticipemos que, en líneas generales, las versiones de López Cobos y la respuesta de sus colaboradores fue de buen nivel. De excelentísima la intervención de nuestra soprano Pilar Lorengar, que canta el papel de Rosario en la ópera de Periquet-Granados como si hubiera sido escrito para su voz, su talento y su experiencia.Si consideramos ciertos aspectos del carácter y el sentimiento de Granados, no resulta imposible, ni siquiera difícil, enlazar al autor de la música poemática sobre Dante -desenganchada del nacionalismo popularista- y al de las melancólicas evocaciones e introspecciones en el goyismo casticista. En el fondo está una conciencia romántica, una "tristeza enorme oculta tras la leve melancolía de tantas expresiones coloristas", como precisa el bruckneriano Sergio Martinotti recogiendo ideas del primer biógrafo y amigo de Granados, Guillermo de Boladeres. Pesimismo dolorido que a lo largo de Goyescas se acentúa para ir desde la fiesta coral de El pelele y las danzas en El baile de candil hasta la interiorización de esa maja dolorosa que es Rosario, más importante en su psicología que la misma plasmación literaria del libretista.

Orquesta y Coro Nacionales

Director: Jesús López Cobos. Solistas: P. Lorengar, A. Echeverría, Mabel Perelstein y Sánchez Jericó. Obras de Granados y Olavide. Teatro Real. Madrid, 13 y 14 de abril.

Victoria sobre la mediocridad

En el caso de Goyescas, a decir verdad, no hay más poesía honda que la de la música, victoriosa al fin sobre la mediocridad de los textos. Todo ello lo entendió a las mil maravillas Pilar Lorengar, ese mito para los berlineses y esa permanente ausencia para los españoles. La reciente triunfadora en el concurso Fundación Guerrero, la mezzo Mabel Perelstein, lució -en Goyescas como en Dante, en Francesca igual que en Pepa- la belleza de su voz, la musicalidad de su estilo y la luminosidad de su inteligencia. Fueron Paquiro, el toreador, y Fernando, el joven oficial, Alfonso Echeverría (protagonista valioso en la Oda de Gonzalo Olavide) y Santiago Sánchez Jericó. La densidad de la orquesta y coro fue movida muy ágilmente por López Cobos.Hace exactamente un mes que la crítica ginebrina se volcaba con Gonzalo Olavide después de un concierto monográfico celebrado en el Palacio Wilson, y dirigido por Jacques Guyonnet, en el que se interpretaron Elan (1981), Cántico (1978) y el quinto Himno de la desesperanza (1984).

La Oda, sobre texto de La muerte (Soledades), con su carga juanramoniana y verlaineana, ha sugerido a Gonzalo Olavide un enfoque nuevo de Antonio Machado o, al menos, un modo de ver e interpretar muy distinto al habitual y más topificado. Y a partir de este un tanto misterioso e irónico, conciso y dramático puñado de versos, el compositor ha creado una obra maestra. No quito un punto: la nueva creación de Olavide significa uno de los puntos más altos de la composición española de nuestros días.

El dominio del músico madrileño, ese cómo quiere con precisión exponer una idea y en qué absoluta medida dice aquello que desea, resulta admirable. La actitud de Olavide, superadora de cuanto debió analizar y asimilar desde la tradición hasta Darmstad, desde Falla hasta Boulez, desemboca en una creación original, fuertemente comunicativa, dramática, lírica y plástica, en cuyo fondo -como en el poema machadiano- habita una cierta dosis de ironía precisamente ante uno de los temas constantes del poeta: la muerte. "Ese tema", decía Mairena, "con el que se ha hecho enorme gasto de retórica cuando el tema mismo es, a mi juicio, esencialmente antirretórico". Olavide hace suya la actitud del poeta y concibe una música no paralela, sino nacida de supuestos análogos, lo que es cosa bien diferente. Hasta el color orquestal -esto es, la combinatoria tímbrica-dosificada con pincel detallista, calculada en sus mezclas y sus rasgos- sirve al pensamiento, lo evidencia, lo dota de una nueva existencia persuasiva. El juego contradictorio de los términos está constantemente presente en los pentagramas de Olavide, aludido o eludido, en el relieve vivo de los matices y en la subterránea marcha fúnebre. Ha sido el músico en su Oda la sublimación de lo grotesco a la española, con la pesada carga dramática que conlleva, y ha plantado en medio de la gran orquesta la voz poética que canta melódicamente, pero sin el menor adarme de convencionalismo, o recita, más para explicar cuanto en la orquesta sucede que para erigirse en protagonista altisonante.

El éxito de la Oda ante un público nada proclive a lo nuevo fue redondo, total, definitivo. La contemporaneidad de Olavide, a pesar o por lo mismo de su exigencia, no se dirige a especialistas.

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