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Reportaje:UNA CIUDAD DE PELÍCULA

Rodar en Madrid

Amelia Castilla

Tres directores madrileños que han pasado por la vieja Escuela Oficial de Cine o la actual facultad de Ciencias de la Imagen -Fernando Trueba, Emilio Martínez Lázaro y Julio Sánchez Valdés- confiesan que ruedan en la capital porque tiene la virtud de la necesidad: en Madrid es más barato. "Salir fuera", afirma Trueba, "multiplica los gastos sólo en dietas".No les gusta que les cuelguen el sambenito madrileño, aunque siempre han defendido la ciudad, "hasta que se puso de moda", dice Trueba. "El atractivo de esta urbe, ya inmensa babel, es su mestizaje, que se da de patadas con la conciencia nacionalista".

"Lo bonito de Madrid", afirma Martínez Lázaro, "es el desarraigo y la mezcla de culturas. Delincuentes, peluqueros, travestidos, abogados, murcianos y vascos se entienden, se respetan y se divierten juntos. Si quitas a la clase administrativa, el resto de las personas forma un conjunto tan variopinto que es imposible de clasificar". Para Martínez Lázaro, el fracaso de la autonomía madrileña "es una muestra del desarrollo de la sociedad madrileña, que se ha negado a cerrar las fronteras".

Los tres coinciden en que el Ayuntamiento pone ahora menos obstáculos para rodar en la calle, "pero la corporación debería aprender de su homólogo neoyorkino. Allí todo son facilidades con tal de conseguir publicidad para la ciudad", asegura Trueba.

Rodar en las calles madrileñas se convierte a menudo en una pesadilla, aunque sea también un reto para los realizadores. "A veces", afirma Sánchez Valdés, "somos nosotros los que tenemos que desviar el tráfico de una calle para poder culminar la filmación".

La masiva concentración de curiosos en torno al improvisado plató obliga asimismo a filmar con cámaras ocultas y sin figuración. "Es imposible", añade Sánchez Valdés, "conseguir que el público, en una escena en plena calle, no mire al objetivo. Para esas secuencias escondemos la cámara. Sólo los actores saben que se está rodando".

Aunque sólo sea porque es más barato, la ciudad ha terminado por aparecer como un intérprete más en películas de todos los géneros. Madrid ha servido de escenario a directores tan dispares como Luis G. Berlanga, en Patrimonio nacional; a Marco Ferreri, en El pisito; a Carlos Saura, en Deprisa, deprisa, a Frederic Rossiff, en Morir en Madrid, a Pedro Almodóvar, en Qué he hecho yo para merecer esto, y a Joseph L. Mankievicz, en La condesa descalza, entre otros.

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