Años españoles de Juan Carlos Onetti
"España me produce júbilo y pesimismo" - "Mi mundo es el mundo de lo que yo escribi, la gente que nunca existió, y que está ahora dentro del libro"
El novelista Juan Carlos Onetti, que el 1 de julio tendrá 76 años, deberá renovar su primer pasaporte español el próximo mes de mayo; desde hace una década, que se cumplió en marzo, vive en España como un escritor secreto y brillante que aquí recibió, en 1980, el Premio Cervantes por una literatura que parece el espejo de su personalidad y que hoy crece en todos los idiomas. Él sigue siendo el mismo personaje huidizo, fumador empedernido, con los ojos más allá de su cara, y con una compañía inseparable, la de Dolly, su esposa, que subraya opiniones o desecha bromas con las que Onetti trata de escapar del silencio de la fama de ser el creador involuntario de un mundo que parece su propio universo personal.
La mesa en la que la perra Biche ("Perra Biche, perra Biche, tú no me: quieres, tú quieres galletita") busca del amo los alimentos perdidos y ofrece la ternura de un rabo agitado y blanco le sirve a Onetti de apoyo al cenicero, al vaso de buen vino viejo y es el escenario de la conversación en la que el autor de Juntacadáveres evoca sin ganas sus 10 años españoles y su lustro de ciudadano legal, administrativo, de un país al que vino un día de marzo de 1975 y ante el que hoy se enfrenta como un ciudadano más, con su pasa porte a punto de caducar, con el aire de que eso también le pasa de lado y con la convicción de que los países son un estado mental un cafetín, la barra (la pandilla) de los amigos, la broma con la que combatir la luz.Onetti habita en la vida con la conciencia de que éste no es su mundo, así que lo reduce todo a lo más próximo, y se rodea de fotos entrañables, de viejos actores que animaron su vida, y de un cuadro de su cara que José Luis Verdes le puso un día en la pared donde mejor sol le daba. Hoy, este mediodía, el sol ha abandonado el cuadro, y Onetti se queja ante Biche, su amiga: "Qué vida triste, perra, un día sin sol".
Hacerle hablar de España, su país de ahora, es tan complicado como obligarle a hablar de cualquier otro territorio natural, geográfico, amurallado o libre. "El país, los países, me dan absolutamente igual; las ciudades son los cafés, el mundo que uno se fabrica".
Él sale poco de su casa; antes salía más, para confundirse con la gente, como le hubiera gustado que ocurriera cuando pasé el largo trago de la recepción del Premio Cervantes; y en la soledad habitada de su casa, donde por última vez, hace un año, confió a Francisco Umbral sus opiniones de escritor y dejó que hablaran con él para un periódico, se encierra en lo que él considera que es su mundo fundamental, "el mundo literario".
En la cresta de la ola
"Mi mundo", dice Onetti, "es el mundo de lo que yo escribí, la gente que nunca existió y que existe ahora dentro del libro". Les da forma, les concede apellidos y los toca con ternura. Larsen, la criatura que anima de desazón y sabiduría ennegrecida varios de sus libros, no es el personaje que pintan algunos críticos, y él lo cuida como un espejo lejano. Ahora ha descubierto que Larsen, el ajedrecista, está por Buenos Aires y lo busca, a través del escritor y crítico de ajedrez Héctor Kuperman, para confiarle esos volúmenes en los que su homónimo deambula como un ser abrumado por el absurdo. "Le mandaré dos libros de regalo, aunque a lo mejor no le gustan mucho porque mi Larsen puede parecer un proxeneta en decadencia".
Podría parecer que Onetti camina por encima del bien y del mal de la vida, en la punta de la cresta de la ola, encerrado con los juguetes fértiles de la imaginación, pero está atento a los, errores, avatares y decadencias de la humanidad que le cree lejano; y así un día descubre que en este periódico se confunde la identidad del insecto que convive con el Samsa kafkiano, y escribe una carta dando un tirón de orejas, otra vez bromea con la decadencia lujuriosa de los escritores de artículos, y desde la torre acristalada de su piso ve este país con júbilo y con pesimismo, con distancia.
La literatura y el arte en general no están ausentes de esa mirada crítica que lanza desde sus ojos de montevideano permartente huido. Una vez dijo, usando a Chejov, que, "a excepción de dos o tres viejos, toda la literatura actual se me figura que no es literatura". Y Onetti mantiene para la actualidad, con su propia voz, la afirmación del maestro ruso: "En este siglo, del cincuenta en adelante, la decadencia de todas las formas del arte es visible en comparación con lo que hubo desde finales del siglo XIX hasta aquellas una comida. La única voz discordante fue la de una señora académica, que replicó: 'Lo que pasa es que ya no saben leer".
Onetti abre la palma de la mano, mira al cielo y deja como inevitable lo que dicen los humanos. De vuelta a la realidad de este país, al que llegó en marzo de 1975, el autor de El astillero dice que su impresión de los 10 años que lleva en este país puede resu
Años españoles de Juan Carlos Onetti
mirse, como en un lead periodístico, de los que hizo tantos para la agencia Reuter, con esta frase: "Es una mezcla de júbilo y de pesimismo". Pero como "yo he sido toda mi vida pesimista, mi pesimismo consiste en ser realista. Y me gustaría una España que fuera completamente democrática, en la que se respire bien y en la que todo siga bien mañana, sin pasos atrás".A Onetti le gustaría que desapareciera de este país Doña Perfecta, tal como la describe Galdós, "pero no el libro, sino el personaje, lo que significa, porque en muchos sitios doña Perfecta sigue viva: está en el cura, en el militar, en el terrateniente".
El largo silencio
El autor de Juntacadáveres, hombre de Montevideo que ha renunciado a todos los territorios para habitar en su propia imaginación, ha seguido la evolución española a través de la lectura de EL PAÍS, dice. Y sobre la transición que ha percibido se resiste a desgranar tópicos: "Ya es una cosa tan manida y tan dicha: ha sido admirable. Me parece indiscutible que hubo un paso muy grande dado por el Rey, porque fue el Rey quien dijo a Arias Navarro que se fuera y le indicó a Adolfo Suárez lo que tenía que hacer, y Suárez lo hizo. España le debe mucho al duque de Suárez, que hoy no es nadie políticamente, pero eso de conseguir que las Cortes franquistas se fueran a su casa me parece admirable". Con respecto a la actualidad, Onetti piensa que "la totalidad de un cambio no se puede hacer en una legislatura; se necesita más tiempo, porque la reacción está enquistada en el cuerpo judicial, en el cuerpo médico... Algo se ha avanzado. Los ciudadanos se sintieron ciudadanos y exigieron cambio y votaron a los socialistas. Vamos a ver qué pasa con el referéndum próximo, si se hace o no".
Onetti terminó en España su último libro, Dejemos hablar al viento, comenzó una obra que debía tener 100 capítulos, que dejó en 42 y que luego extravió adrede ("me decepcionó, yo qué sé dónde la tengo"), y parece, según le dijo a Umbral, que la obra que prepara ahora se llama Cuando entonces. Siguiendo el consejo de Hemingway, no quiere adelantar nada del libro que prepara: "Tengo miedo de matarlo, y quizá sea el último libro. Vamos a dejarlo vivir, que tenga esperanza". No le preocupa el largo silencio literario (Dejemos hablar al viento se publicó en 1979), porque sabe que el personaje Onetti "nació con ganas o con gusto de escribir. He pasado largos períodos de mi vida sin escribir. Yo no sé si puedo decir que hubo en mi vida, como decía Borges, ni vida ni muerte. En mi vida hubo más amores que libros. Desde el punto de vista literario he perdido mucho tiempo amando".
La nostalgia
Onetti vino a España en 1975 con el apoyo del entonces directivo del Instituto de Cooperación Iberoamericana, Juan Ignacio Tena, "un hombre amplio, liberal, un hombre que me salvó la vida". Desde entonces no ha tenido lugar para la nostalgia uruguaya, aunque su país de origen y sus compatriotas y su situación en España son motivo de su preocupación cívica. Ilustra con una anécdota ese término sudaca que parece desprender una cierta actitud frente al latinoamericano: "Yo acá discuto con muchos exiliados sobre su situación, y no creo que mientan, pero conozco una a chica uruguaya de 15 años, que se crió aquí porque vino a Barcelona cuando era infanta, a la que en las clases del colegio le ponían un letrerito que decía sudaca, pero ésta era una chica tan hermosa que no se merece eso; y ahora está acá, en Madrid, ha reanudado sus estudios y resulta que se encuentra en su mesa que le ponen papelitos en los que la llaman catalana. Ahora, yo me puedo presentar como una excepción, porque aquí he encontrado amistad, cariño, ganas de ayudarme... Yo sé que a otros exiliados les ha ido muy mal".
De modo que no hay nostalgia. Sobre la situación del nuevo Uruguay, el escepticismo armado de Onetti desarma cualquier valoración optimista: "Lo que me ha llegado de Uruguay... es que habría una esperanza en la nueva generación, pero no existe: los nombres que me llegan son los mismos nombres con los que yo he nacido".
Con el enésimo cigarrillo de la mañana, Onetti extiende, para terminar de explicarse, la respuesta que dio al diario francés Libération sobre una pregunta famosa: "¿Por qué escribe usted?". "La respuesta sincera a vuestra pregunta", dijo Onetti, "es tan simple como inútil: no sé por qué escribo. Puedo asegurar que mis libros no tienen destino previsto y están libres de todo compromiso. Ni siquiera con hipotéticos lectores".
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