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Tribuna:LA MARGINACIÓN DE LAS DRAMATURGAS
Tribuna
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Teatro para ellas

En estos momentos hay cuatro parejas de actrices ocupando algunos de los más importantes teatros comerciales de Madrid (Alcázar, Comedia, Fígaro, Reina Victoria). Durante esta temporada y la anterior, el fenómeno de diálogos y monólogos de mujeres ha sido persistente, desde las salas periféricas (Cadarso, Olimpia) a los teatros comerciales (Espronceda): tan persistente que hay que preguntarse si es algo más que un azar. La respuesta no está en que haya más actrices que actores (y si así fuera, también podría preguntarse a la sociedad por qué entrega más mujeres que hombres al teatro), sino en lo que parece ser una tendencia.Hay, claramente, un teatro de mujeres. Y afecta más al teatro privado que al público, aunque encontremos en éste el ejemplo más espectacular: el Español, con un reparto amplio y exclusivamente femenino. En este caso, la condición clásica de la obra (La casa de Bernarda Alba, de Lorca) parece en principio que se excluye de la tendencia y tiene otros motivos, aunque se puede uno preguntar si al elegir esta obra y no otra los responsables de esa programación estarían transidos, más o menos conscientemente, de esa necesidad de ofrecer teatro de mujer.

La primera respuesta que puede intentarse es la de que los problemas de la mujer tienen hoy una parte muy importante de la sociedad española. Se discuten, se debaten. Independientemente de la validez de lo que se expone o se propone en cada una de estas obras, tan distintas, y del punto de vista de cada uno, el hecho es que no es sólo un teatro de actrices Io que se presenta, sino un teatro de mujeres. Hasta en la que parece la más frívola y la más alejada de tesis de estas obras, la del Fígaro (Florinda Chico y Rafaela Rodríguez en Mi tía y sus cosas), aparece el conflicto de dos mujeres que viven solas y pobres y que cuando alcanzan la riqueza viene un hombre a quitársela. La prisión de dos mujeres perdidas por los hombres es el tema de Mantis religiosa, en el Alcázar (Tonia Albaladejo y María Mateo); la soledad y el vacío femenino, el del Reina Victoria (Buenas noches, madre, por Mari Carrillo y Concha Velasco), y la frustración, el de las dos hermanas de Hay que deshacer la casa (Comedia; Amparo Rivelles y Lola Cardona): cada una ha elegido un camino en la vida, y tanto la que se ha casado y es madre de familia como la que optó por la libertad se encuentran con la nada.

Algunas de estas obras han sido o están siendo grandes éxitos de público (incluyendo La casa de Bernarda Alba); parece responderse así a la idea sostenida por los antiguos empresarios (cuyo espíritu permanece) de que el público de teatro está dominado por las mujeres, y sobre todo por las señoras, aludiendo a la presencia burguesa en la taquilla. No son sólo ellas las que van o han ido siempre, sino las que han arrastrado y arrastran a sus maridos. No es, por tanto, despreciable la idea de que la necesaria busca de taquilla se añada a este espíritu de los tiempos. Las señoras, las damas de la burguesía, pueden no estar hoy de acuerdo con las tesis feministas, pero son parte del problema femenino y tienen conciencia de ello. Sin necesidad de calificar como feminista ninguna de las obras citadas, el fastidio de ser mujer en una sociedad como la actual aparece en todas.

No deja de ser importante que en todo este teatro los autores, productores o directores sean todos hombres (con una sola excepción, la de Marsha Norman, autora americana de Buenas noches, madre). Las mujeres son las responsables de él en tanto que actrices, como condición imprescindible; no siempre lo es, aunque tienda ahora a disminuir, la actuación de hombres en papeles de mujer, que hace unos años estuvo de moda, representando otro tránsito de esta sociedad que cambia tan rápidamente. Parte de estos creadores no son hombres que se hayan distinguido nunca por el machismo, pero algunas feministas sacan conclusiones del hecho de que haya este predominio de hombres para juzgar, exponer y hasta apuntar soluciones a sus problemas, y aluden una vez más a la existencia de estructuras sexistas en el teatro que no permiten su manifestación personal.

Pero no es la política de cada una de estas obras la que se trata de manifestar aquí, ni su acierto o desacierto al tratar de este problema, tan vario, y presentarlo con la casuística y el lenguaje que convenga a su autor. Lo que parece interesante es advertir esta tendencia y la forma en que el teatro, en estos casos, procura adherirse a una cuestión que afecta a nuestra sociedad. Un teatro de actriz representando problemas de mujeres, lógicamente de una manera distinta -por el protagonismo, por la presencia única o casi de las mujeres en el escenario- de cómo es este mismo problema en teatro de reparto habitual. Es un hecho que se está produciendo.

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