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Los nuevos dogmas

En esta etapa de transición y de cambio, una de las cosas que se echan de menos es la desaparición de los dogmas, de los tabúes y de cualquier tipo de represión. ¿Pero es esto verdad? ¿Se logran superar completamente los antiguos dogmas, los viejos tabúes y las pasadas represiones? Mucho me temo que el cambio dé paso a un simple relevo. Y me explico.La filósofa malagueña María Zambrano, que consumió 40 años en el exilio, dice a este propósito cosas muy sabrosas. "Se quiere heredar", afirma, "lo que se adora, liberándose a la par de ello". El ateísmo, según la ilustre escritora, en la historia de la razón, en esa historia que el hombre sigue por su cuenta, quiere revivir el mismo proceso, y cada vez que el pensamiento destituye a los dioses o al Dios único será con la recóndita esperanza de alimentarse, de heredarlos y de ganar en poderío.

En la situación actual -continúa María Zambrano-, el hombre, nacido en la atmósfera y en la tradición del cristianismo, no sale fuera en busca de la verdad; queda en sí mismo. Pero en la ausencia de Dios, vuelve a vivir en la caverna temporal. Hay aquí, como en el areópago de Atenas que visitó san Pablo, un dios desconocido. Este dios desconocido es el futuro. Pues es Dios o hace oficio de Dios aquello a que se sacrifica. Y no hay sacrificio que el hombre de hoy deje de ofrecer al futuro. El proyecto histórico, el régimen social y político que se realizará en el futuro y sólo en el futuro. Y aun en la valoración de las edades, el futuro, dios desconocido, se comporta como una deidad que exige implacablemente que le sea entregado el fruto que va a madurar.

Saber sacrificar y saber sacrificarse es la suprema sabiduría del hombre, a quien no basta, por lo visto, la misericordia concedida por el Dios revelado, pues él se forja un dios que no perdona, al que presta diversas máscaras; en los días que corren: el futuro y el Estado. Y entonces el pensamiento ha de recomenzar su acción liberadora contra los dioses insaciables. Y es difícil una filosofía que nos libre de la tiranía del futuro a la par que nos lo haga asequible; es difícil, pero indispensable.

Indispensable, sí, porque de otra manera nos veríamos frente a nuevos dogmas, esta vez disfrazados de vestimentas más o menos libertarias. En la lógica formal se nos decía que lo que se opone a una proposición afirmativa no es su contraria, sino su contradictoria. Es decir: frente a la afirmación "el hombre es bueno", la contradictoria dice sencillamente que "el hombre no es bueno", mientras que la contraria llega a afirmar que "el hombre es malo". Las afirmaciones contrarias no pueden introducirse de contrabando cuando las positivas han caído en descrédito. Basta con añadirles la negación.

Pues bien, el hecho de que a los dogmas, tabúes y represiones que hemos sufrido haya que ponerles un no de liberación no nos autoriza a crear afirmaciones contrarias que, en lugar de lo depuesto, entronicen nuevos dogmas, nuevos tabúes y nuevas represiones. Hemos llegado a un momento en que el hombre común tiene pudor en demostrar su opinión social y política porque no se aviene con la que predomina en la sociedad y, sobre todo, en los organismos del Estado. Surge una nueva represión, en virtud de la cual un cierto tipo de erotismo se impone como indispensable para presentar una imagen de hombre o mujer plenamente liberados.

Con esto hemos llegado a una nueva Inquisición, más o menos amagada. Es cierto que tantos años de confesionalismo han impedido que se forje un espacio, auténticamente laico, donde arraigue una moral verdaderamente consensuada por la mayoría de la sociedad. Y esto ha producido un vacío que ha llevado al pasotismo, del que adolecen no sólo los adolescentes (valga la redundancia), sino los propios adultos.

En una palabra, al dogmatismo no ha de sucederle contrariamente un antidogmatismo (o nuevo dogmatismo), sino contradictoriamente un no-dogmatismo.

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