Una mirada a las dos ferias valencianas
La feria de Valencia lo ha sido siempre la de Julio, pero algunas cosas están cambiando estos últimos tiempos para que se llegue a pensar que esta de las Fallas puede relevarla en importancia. Y, al menos para mí, sería muy sensible que el trueque sucediera. No sólo por fidelidad a mis recuerdos, ya que en mi experiencia son abrumadoramente más numerosas e importantes las grandes tardes vividas en torno a San Jaime, sino porque ella es una larga tradición que atesora la mejor solera. Esta plaza, la que con más propiedad puede merecer en España la denominación romana de coliseo, fue acabada en 1860; y este feliz suceso trajo la inmediata aparición de una feria juliana, que ha sido siempre considerada como una de las primerísimas del país. Por aquellos años, en los festivos días de San José, el público pagaba entrada en ella para admirar no los terribles toros y la gallarda majeza de los toreros, sino plantado en su centro uno de los modestos monumentos falleros de la época. Más tarde se celebraría una corrida el día 19, y tuvo que llegar el entusiasmo causado por la aparición de un muchacho nacido en la ciudad, el excelente Granero (una especie de rey don Sebastián, cuya vuelta han esperado desde entonces todos los aficionados valencianos), para que se doblara el número de corridas. Y es debido a la formidable atracción turística que las Fallas alcanzan en la posguerra que el número de ellas siguiera aumentando progresivamente. Mas en todo ese tiempo la feria de Julio vivió también sin merma su robusta salud.
Son razones fundadas en cambios sociológicos, y la transformación habida en las costumbres, lo que ha hecho que últimamente la Feria de Julio, en la que los toros eran el componente más importante de diversión, haya sufrido una visible decadencia. Y la Fiesta, empujada también por una gestión desafortunada en la plaza, se ha resentido gravemente. Es seguro que este año la feria taurina de julio quedará por debajo de las 11 tardes de toros de la de marzo. Y éste es el reto ante el que nos encontrarnos: salvar la feria de San Jaime, más difícil que esta otra en cuanto a la obtención de un favorable rendimiento económico.
Hay que vigorizar las dos ferias. La primera tiene también alicientes muy propios; no son pocas las veces que los toreros han mostrado en ésta, por vez primera a los aficionados, primicias de suertes no vistas en ellos, o los aspectos nuevos con los que han intentado, y no siempre para bien, renovar el estilo. Una feria tan temprana tiene esa emoción que, quienes también amamos el teatro, encontramos en algunos ensayos generales. Los ojos miran todo con ilusionada curiosidad, y los comentarios, si se da pie para ello, suelen ser especialmente apasionados.
Mucho más esplendente que la misma primavera, que nos ha llegado esta vez con el ceño algo fruncido, se nos muestra la plaza: limpia y tenuemente rosa, como un delicado rubor. En ella, tras el caído sonido del clarín, ha quedado abierta a todas las emociones la larga temporada española.
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