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Sobre política científica

Sin haber perdido actualidad desde la tan comentada "política de la ciencia española" y aun desde antes, la preocupación por el rendimiento científico de nuestro país parece haberse hecho más viva en los últimos meses: está en el Gobierno y en las Cortes, aparece en la Prensa, ha llegado a la televisión. Y con el desmedido propósito de formular un anteproyecto de ley, empeño que ya tiene sus gestores y para el que yo no me siento especialmente idóneo, sólo con la módica intención de contribuir a la mayor eficacia de lo que en tal sentido se haga, recogeré aquí ideas y proyectos expuestos por mí a lo largo de los muchos años en que el tema de nuestra ciencia viene desazonándome. Y para no perderme en digresiones ordenaré muy sinópticamente lo que sobre él quiero hoy decir.I. Principios básicos para la validez efectiva de cualquier política científica que aspire a moverse dentro de nuestra particular realidad histórica y social:

1. Ayudar al desarrollo de lo que hay. Desde el último tercio del siglo pasado, la, esforzada actividad espontánea de unos cuantos españoles ha hecho que España tenga voz propia en varios capítulos de la actividad intelectual y científica: la histología, la filología románica, el arabismo, varias ramas de las ciencias naturales; más tarde, la filosofía, la bioquímica, la física, la filología clásica, la historiografía, la psicología. Procurar que siga existiendo -y que prospere, si fuese posible- todo lo que espontáneamente se ha producido constituye, en mi opinión, el primero de los deberes de una política científica verdaderamente fiel a nuestra realidad. No lo entendía así el mandarín del CSIC que una vez dijo a Fernando de Castro, cuando éste le pidió ayuda para el decadente Instituto Cajal: "Qué quiere, Castro. En la vida, todo se acaba".

2. Promover, entre lo que puede haber, algo de lo que debe haber. Nuestra tradición científica es, además de modesta, parcelaria. Nuestros recursos materiales y humanos son escasos; ha de pasar bastante tiempo para que, suponiendo que no desfallezca la voluntad reformadora de nuestra clase dirigente, sean comparables con las de los países de la Europa occidental la cifra porcentual de los españoles consagrados a la ciencia y la cuantía de los fondos empleados en cultivarla. Debe ser aplaudido sin reservas, a este respecto, el propósito gubernamental de concentrar en dos o tres campos preferenciales la empresa de actualizar nuestra ciencia y nuestra técnica. Sólo por bien medidos saltos es posible el progreso, frente a lo que sobre el proceder de la naturaleza afirmó Leibniz.

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3. Tener muy en cuenta que la palabra ciencia se refiere tanto a las exactas y de la naturaleza como a las llamadas humanas. No olvidemos, por favor, que la investigación científica se hace, sí, en los laboratorios, mas también en las bibliotecas, en los archivos, en el seno de la realidad social y en los gabinetes donde el cerebro medita en soledad. Y tampoco que, contra lo que tantas veces parece pensarse, la cultura no es sólo literatura y arte. Menguada quedaría la nuestra si en ella no viésemos a Cajal, Me Pasa a la página 16 Viene de la página 15 néndez Pidal y Blas Cabrera, además de ver a Cervantes, Velázquez, Goya y Falla.

4. Suscitar en nuestra sociedad el interés por la ciencia. Pese a ciertos alentadores hechos, como el buen éxito de la revista Investigación y Ciencia y otras semejantes, la vigencia social del saber científico sigue siendo deficiente entre nosotros. Compárese el espacio que nuestros diarios dedican a la literatura y las artes plásticas con el que consagran a la ciencia. Es importante que los españoles cultos sepan lo que, pongo por caso, son y significan Jaroslaw Seifert y Marguerite Yourcenar, pero no menos importante es que tengan alguna idea acerca de lo que Watson y Crick, los esposos Leakey e Bya Prigogine han aportado a nuestra visión del mundo cósmico.

5. Configurar una sociedad en la cual puedan lograr trabajo y vida digna los jóvenes con vocación científica bien probada. El número de los becarios que hoy se inician seriamente en la investigación científica va siendo considerable. La cantidad de tesis doctorales científicamente valiosas que hoy se leen en nuestras universidades es, bastante mayor de lo que suele pensarse. Pues bien: ¿cuántos de esos becarios pueden seguir una carrera científica? ¿Cuál es, por otra parte, la ulterior producción intelectual de la mayor parte de esos competentes doctores? Mientras estas dos interrogaciones no tengan respuesta satisfactoria, al carro de nuestra cultura seguirá faltándole, como decía Cajal, la rueda de la ciencia.

II. Al lado de esta incompleta serie de principios básicos, tal vez no sea inoportuno consignar, un poco a salto de mata, alguna de las ideas o ideícas que para mejorar el nivel de nuestra ciencia más de una vez he propuesto en vano.

1. Intercambio universitario con Latinoamérica. Pronto hará 40 años que descubrí una experiencia propia como docente de invierno en Argentina, Chile y Perú, un consabido Mediterráneo astronómico: que nuestra vacación veraniega coincide con el curso invernal del Cono Suramericano, y viceversa. ¿Por qué, pues, no organizar un intercambio universitario regular de modo que en nuestro invierno vengan a España algunos de los profesores latinoamericanos capaces de enseñamos algo, y en nuestro verano vayan a Latinoamérica algunos de los profesores españoles aptos para hacer allí otro tanto? Sería tan fácil. Lo propuse entonces en los ministerios de Asuntos Exteriores y de Educación Nacional, y pareció bien la idea. Así seguimos.

2. Utilización de los años sabáticos de profesores eminentes. En varios países, y singularmente en Estados Unidos, el año sabático es una acreditada institución que el profesor sabatino utiliza como quiere: para escribir un libro, para viajar o para peinar y repeinar el ray-grass de su jardín. Si en España se llevase un registro de los profesores que cada año se sabatizan en Norteamérica, y si algunos de ellos, los más idóneos para el remedio de un menester nuestro, fuesen invitados a traernos la ciencia que hacen o el saber que poseen, ¿cuál no sería en poco tiempo y sin grave dispendio económico nuestro intelectual provecho?

3. Creación de un nuevo centro de alta cultura. La irradiación social de la alta cultura debe ser uno de los fines de la Universidad y constituye la actividad básica de los ateneos. Pero nuestras universidades y nuestros ateneos, ¿hacen, a tal respecto lo suficiente? Evidentemente no, y bien claramente lo demuestra el tan merecido éxito social que con su magnifica labor ha logrado en Madrid -desde hace algún tiempo, también fuera de Madrid- la Fundación Juan March. Para hacer lo que en París no hacía la Sorbona y para que la sociedad francesa viviese intelectualemente al día fue creado hace más de cuatro siglos el Collège de France. Muchas veces he pensado y he dicho que una institución semejante a ésta, pero adecuada a nuestra realidad social, sería altamente beneficiosa para nuestra cultura. ¿Qué no ganaría ésta si cada año se ofreciese a los españoles un amplio y variado abanico de cursos -largos o breves, para público amplio o para grupos restringidos-, a cargo de docentes indígenas y de ultrapuertos especialmente cualificados en sus respectivas materias? Con no mucho dinero, la cosecha intelectual sería espléndida.

4. Establecimiento de una relación funcional entre la Universidad y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Una y otro son las dos máximas centrales de nuestra actual producción científica. Puesto que aquí, y a diferencia de lo que ocurría en la Alemania de la Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft, son todavía pocos los hombres de ciencia, ¿no parece oportuno que venciendo mutuos recelos colaboren entre sí los que trabajan en ambas instituciones? Si el lector tiene humor y tiempo para ello, vea la articulada propuesta que con ese fin hago en el reciente libro Política científica y futuro del CSIC.

Más ideas e ideícas he sugerido yo, a lo largo de varios decenios, para remediar algunas de las deficiencias de nuestra cultura científica. Nunca fueron atendidas. Por si es cierto que el pobre porfiado saca mendrugo -en este caso, un mendrugo que sólo en tanto que español menesteroso sería para mí-, me he decidido a reiterar aquí unas cuantas.

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