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Ecosistema

Manuel Vicent

Si Lenin viviera hoy en Europa probablemente se dedicaría a anillar aves, a restaurar capillas románicas, a plantar pinos, a defender a las focas. Lenin sería vegetariano, mendigo antinuclear, pacifista encadenado. Amaría los mosquistos y se postraría en oración ante una tierna lechuga. Parece una frivolidad, pero a esta altura de los tiempos, en el balneario de Europa los verdaderos revolucionarios son esos inocentes floridos que se entregan a la naturaleza con el corazón.Uno comienza respetando la vida de las lagartijas, cediendo el paso a una hormiga, podando un delicado rosal o comunicándose con su perro y ya no sabe dónde puede detenerse. La simple ternura tiene una lógica muy drástica. Después del amor a los insectos llega el derecho de los chanquetes, luego viene la devoción a las flores silvestres, el gusto por la sopa de acelgas, la cortesía con los gatos, la admiración del crepúsculo y finalmente se acaba en la hipóstasis mística con el paisaje.

En ese momento, sólo por estética, hay que derribar algunas fábricas, dinamitar autopistas, desmantelar cuarteles y desmochar rascacielos para que los profetas puedan obtener una buena visión del horizonte.

En la mayor parte del mundo la revolución social está en manos de los desesperados y mientras el comunismo sea una ideología que asuma o se apropie de la miseria de los pobres, nunca cesará de ofrecerse como un paraíso. A la larga tiene la partida ganada. En muchos lugares del planeta, la salvación aún pasa por la violencia nítida, por el evangelio de la dinamita o por la antigua agitación de masas. En cambio, lo más corrosivo en el balneario de Europa es el ecosistema, y si Lenin volviera a Zurich, tal vez en un alarde imaginativo comenzaría a soñar la revolución a partir de los mosquitos.

No se trata de una broma. Esos dulces ecologistas que ahora están floreciendo en las calzadas industriales de Occidente, poseen la fuerza interior de los mártires. Parecen inofensivos, pero no es así. En su cabeza se revuelve una idea extremadamente peligrosa: convertir el mundo en un jardín. ¿Se imaginan ustedes cuánta cizaña habría que cortar?

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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