La desarticulación
Recientemente se han pronunciado condenas de seis y ocho años de cárcel contra manifestantes independentistas catalanes que quemaron públicamente una bandera española. Sin duda quienes han decidido este veredicto lo han hecho con las leyes vigentes en las manos y han utilizado el más transparente de los posibles filtros de la subjetividad, pero la desmesura de la condena en otras circunstancias menos democráticas habría suscitado una protesta civil, más allá del número reducido de familiares, amigos y conocidos de los condenados. Es objetivamente una barbaridad que a alguien le condenen a ocho años de cárcel por quemar una bandera en tiempos de paz, y si las leyes hacen posible esta condena, las leyes deben cambiarse.Condena grave para los condenados, pero igualmente grave para todos nosotros por la ausencia de reacción social crítica. Ante el Estado, el Gobierno y las diferentes superestructuras hechas a la medida de la correlación de fuerzas o debilidades de la transición, la sociedad civil muestra más su desarticulación crítica que su acuerdo, más su pereza ética que su colaboracionismo. La sociedad civil española está dormida y abandonada a la suerte de su pereza, su descreimiento o su cansancio histórico, sin ninguna conciencia externa que le fomente capacidad de reacción. Tradicionalmente ese papel de conciencia externa lo han cumplido las fuerzas de la izquierda, pero en la España actual las fuerzas de la izquierda aglutinadas por el PSOE se aplican fundamentalmente a ayudar a gobernar al Gobierno, y las fuerzas aglutinadas por el PCE no aciertan a salir del proceso autofágico iniciado en el V Congreso del PSUC.
Tampoco la sociedad ha dicho esta boca es mía ante el tema de los índices de mortalidad y accidentes varios que se ceban en nuestros reclutas. Tanto el ministro de Defensa como el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor aprovecharon los discursos de la Pascua Militar para iniciar la campaña electoral pro OTAN, pero no gastaron ni media oración simple en el recuerdo de tanto recluta muerto en acto de servicio o seriamente averiado en su anatomía por veleidades psicóticas de algún mando inmediato o mediato. Que se sepa que no hay una investigación en marcha sobre las causas de esta situación objetiva, sobre el hecho de que mueran más reclutas en una España en paz que soldados israelíes en la guerra de los seis días. Esa investigación global no parece haberla emprendido el Ministerio de Defensa, pero tampoco ha cristalizado como iniciativa de la sociedad, una sociedad compuesta por padres y madres de reclutas, por reclutas, por ex reclutas, por futuros reclutas. Y no creo que este pecado de omisión se deba al recelo, históricamente educado, con el que los paisanos de este país abordamos los temas militares. Se debe a que, salvo un breve período de expectación ante la transición (1975-1977), la desidia ha heredado el patrimonio del miedo y la prudencia y no parece haber una izquierda lo suficientemente legitimada como para ejercer el papel de conciencia externa de la sociedad española.
Sólo la protesta obrera contra la reconversión industrial ha demostrado una cierta capacidad de articulación frente a la prepotencia y fatalidad de los designios del poder. Y ni siquiera esa protesta ha sido contemplada con objetividad crítica por parte del Gobierno: se ha tratado de hacerla aparecer como una rebelión interesada según los objetivos estratégicos de Comisiones Obreras, por delegación del partido comunista. Cualquier actitud crítica de los medios de comunicación ha sido interpretada como un hecho bastardo condicionado por la voluntad bastarda de poner palos ante las ruedas del carro de la verdad, y un prepotente asociado del poder llegó a decir que "todo lo que queda a la izquierda del PSOE es competencia de la Guardia Civil". Es decir, el poder, y el Gobierno por delegación, es beligerante contra todo aquello que pueda articular una crítica de la sociedad, contra todo aquello que pueda fiscalizar la práctica del despotismo ilustrado.
Y si salimos del proceloso mar de las banderas y señales o del informático territorio de las filosofales reconversiones industriales y nos metemos en el más común de los vecindarios comprobaremos que las pruebas de esa desarticulación son igualmente alarmantes. Las recientes nevadas demostraron que los monopolios que regentan servicios tan fundamentales como agua, gas y electricidad no estaban a la altura, no ya de un desafío anormal de la naturaleza, sino de los mínimos comprometidos en su contrato explícito o implícito con la sociedad. Especialmente las compañías eléctricas demostraron su desfachatez y su impotencia, y en algunas localidades, concretamente en Barcelona, las asociaciones de vecinos consiguieron algunas medidas de re-
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sistencia y una manifestación en la calle. Semanas después las compañías eléctricas obtienen un aumento de tarifas sin que el rostro de la esfinge, el rostro de la sociedad civil española mueva un músculo.
No es el momento de poner en el asador nuclear la carne que merece el tema de la OTAN, pero el lavado de cerebro sistemático que desde la Pascua Militar está recibiendo por tierra, mar y aire el pueblo español promete la posibilidad del referéndum y de una victoria de las tesis del Gobierno. Nuestra desganada, desarticulada sociedad puede caer en todos los pantanos del mal menor con las cuatro patas de la irresponsabilidad histórica. Y frente a esa desgana y esa desarticulación no es posible esperar a que los sectores más críticos del PSOE salgan de su tentación de comparsas o a que el gerardismo consiga imponer un mínimo de coherencia y sensatez a un proceso de descomposición tribal y personalista que está más allá de Marx y Freud. Está en la parcela científica de Lorenz y sus estudios sobre el comportamiento animal.
Más acá de lo que pueda hacer o esté intentando hacer la izquierda tradicional como conciencia externa de esta sociedad acrítica, agravios, objetivos, necesidades deben generar movimientos sociales de viejo y nuevo cuño que recreen aquella malla concienciadora que se tejió en la última década del franquismo, aquella malla crítica que la izquierda tradicional desarticuló en plena transición por miedo a su capacidad de autonomismo histórico y por los celos de algunos topos de la política, que pretendieron quitar a los movimientos sociales, a los intelectuales, a la Universidad todo protagonismo movilizador de la sociedad. La articulación de la sociedad civil no implica la ingobernabilidad ni la aconstitucionalidad, sino la posibilidad constante de fiscalizar y presionar el proceso de cambio entre elecciones generales y elecciones generales. Con una sociedad civil articulada para el cambio el PSOE habría tenido más en cuenta el sentido histórico de sus 10 millones de votos que el hostigamiento de los poderes fácticos ancestrales.
Minimizada la oposición de izquierda por sus públicos vicios y acallables virtudes, reducida la derecha o el centroderecha a una subasta de cruzadas de burócratas y funcionarios alternativos ofrecidos a la gran banca y la patronal como aliados más naturales y fehacientes, desarticulada y bien desarticulada la conciencia crítica de la sociedad, si el PSOE no se convierte en el PRI es porque Dios y Willy Brandt no quieren.
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