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PERFIL

Nelson Mandela, la conciencia de una nación

"He combatido la dominación blanca, he combatido la dominación negra. He soñado siempre con una sociedad libre y democrática. Espero vivir lo suficiente como para ver este ideal transformarse en realidad. Pero, si hace falta, estoy dispuesto a morir por él". Con estas palabras, pronunciadas el 20 de abril de 1964, el dirigente negro surafricano Nelson Mandela ponía fin a cuatro horas de autodefensa ante el tribunal que iba a condenarlo a cadena perpetua. Mandela cumplirá el próximo mes de julio 67 años en la prisión de Pollsinoor, cerca de Ciudad del Cabo, después de rechazar esta semana, una vez más, la libertad que le ofrecía el régimen surafrica no a cambio de abdicar de sus principios políticos y aceptar el confinamiento en una reserva negra.

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ÁNGEL SANTA CRUZ, Seguir el itinerario de Mandela desde el pacifismo convencido hasta su decisión por la lucha armada es recorrer el camino que uno de los regímenes políticos más petrificados del mundo ha diseñado para su imposible supervivencia. En su memorable defensa ante el tribunal blanco que lo condenó en Rivonia, junto a Johanesburgo, Mandela, 45 años entonces, no negó haber preparado los sabotajes de los que le acusaba la policía como dirigente del brazo armado del proscrito partido Congreso Nacional Africano (ANC).En esta especie de La historia me absolverá en que se ha convertido para el nacionalismo africano la requisitoria de Mandela ante sus jueces se afirmaba textualmente: "No he preparado los sabotajes (más de 200 contra edificios deshabitados e instalaciones eléctricas) porque me guste la violencia, sino después de una reflexión profunda y una evaluación seria... Nos están vedadas todas las vías para expresar nuestra oposición en la legalidad, se nos ha conducido a la alternativa de aceptar la dominación perpetua o desafiar a las autoridades de este país... África del Sur pertenece a todos sus habitantes, y no solamente a una fracción de ellos. No queremos una guerra racial, y hemos hecho todo lo posible por evitarla. Pero hace falta afrontar la realidad. ¿Qué ha aportado al pueblo surafricano medio siglo de lucha no violenta?: leyes más y más represivas, derechos cada vez más exiguos...". Detalló entonces las cuatro etapas de la estrategia de su organización (sabotaje, guerrilla, terrorismo y revolución) y añadió: "Hemos optado por la primera, decididos a explotar todas sus posibilidades antes de pasar a la fase siguiente".

La sentencia para Mandela y otros siete dirigentes del ANC, incluido el comunista blanco Denis Goldberg y el abogado de todos, también blanco y comunista, Abram Fisher, fue cadena perpetua por actividades subversivas, y se conoció el 12 de junio de 1964. Mandela dijo entonces: "Qué justicia es ésta en la que el culpable juzga a la víctima?". El proceso había durado nueve meses y se convirtió en un mojón de la historia surafricana contemporánea, como el asesinato de Steve Biko, en 1977, Soweto o Sharpeville.

Ese 12 de junio era decapitado el Congreso Nacional Africano, en el que Mandela militaba desde 1944, y comenzaba para el líder negro una nueva fase de su combate, esta vez tras las rejas de la prisión de Robben Island, un islote batido por el Atlántico junto a Ciudad del Cabo y antigua leprosería. Allí Mandela fue -y hasta hace tres años, en que se le trasladó a Pollsinoor por haber adquirido, a juicio de las autoridades, una influencia excesiva sobre los 400 reclusos políticos internados con él- el prisionero 464/1964.

Winnie, su esposa

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Su vida afectiva consiste, año tras año, en dos visitas de su familia al mes, de 45 minutos cada una. Su esposa Winnie vive con sus dos hijas en libertad vigilada en Brandford, Estado libre de Orange. A ella también le llega el estigma. No puede recibir visitas de más de una persona, asistir a reuniones públicas o hacer declaraciones.

Cuando se abre el. proceso de Rivonia, Mandela, que fue el primer abogado negro de África del Sur, tenía 45 años y permanecía en prisión desde agosto del año anterior. El líder del ANC, el hombre más buscado por la policía surafricana, fue capturado en un rutinario control de carreteras en la región de Natal, cuando disfrazado de chófer conducía el automóvil del actor liberal blanco Cecil Williams. La policía que los interceptó tenía en el bolsillo las huellas digitales de Mandela.

La acusación contra los dirigentes negros condenados a cadena perpetua se apoyó en un abultado fajo de documentos hallados por la policía en Lilliesleaf Farm, cuartel general del ANC, cerca de Johanesburgo. En los papeles se detallaban. las actividades de la organización La Lanza de la Nación, brazo armado del Congreso Nacional Africano y responsable de una serie de atentados y sabotajes sin víctimas humanas.

En estos 21 años de cárcel Nelson Rolihlala Mandela -doctor honoris causa de universidades africanas, americanas y europeas, lleno de premios y distinciones internacionales- se ha convertido en la conciencia colectiva de 22 millones de personas. Cada día que permanece en la cárcel socava un poco más los tambaleantes cimientos del régimen racista de Suráfrica. El Gobierno de Pretoria, que ha hecho del apartheid su razón de existir, no puede poner en libertad sin condiciones a un dirigente negro dispuesto a utilizar para derribarlo su mítico poder de convocatoria, pero necesita un pretexto suficientemente bueno para sacar a Mandela de la cárcel. Es un pulso entre la conciencia y la mala conciencia, forzado por el acelerado deterioro interno e internacional de la República Surafricana en 1984.

Desmond Tutu

Por añadidura, los negros surafricanos han encontrado un líder de envergadura y notoriedad internacionales en la persona del obispo anglicano Desmond Tutu, reciente Premio Nobel de la Paz. Su visita en diciembre a la Casa Blanca no es ajena a la cautela con que Washington comienza a teñir sus siempre privilegiadas relaciones con Pretoria.

La concesión del Nobel a Tutu es lo peor que le ha sucedido al régimen surafricano desde de las matanzas de Soweto, 575 muertos, en junio de: 1976. 23 millones de postergados en una sociedad dominada por siete millones de blancos tienen ahora una voz que puede explicar en los foros internacionales y con un lenguaje nada sospechoso de extremismo lo que Nelson Mandela, este casi anciano forjador en vida de su propia leyenda, predicó durante años hasta sellar su conversión con este amargo epitafio: "He pasado treinta años de mi vida golpeando con modestia y humildad una puerta cerrada. ¿Cuál ha sido el resultado de mi obstinación? Hace treinta años yo tenía todavía algunos derechos; hoy no tengo ninguna libertad. La no violencia carecía de sentido".

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