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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

'Pro lingua et libertate'

Para quien sirve al Parlamento español, a nuestras Cortes, con el noble y, sin duda, desmedido título de letrado, toda reflexión sobre la lengua, urdidumbre del discurso político y de las leyes, es merecedora de interés.En esa circunstancia, y sin caer en la pedantería de los juicios de autoridad, me voy a permitir apostillar la oportuna defensa de la enseñanza del latín asumida por don Xesús Alonso Montero, profesor de Literatura y académico gallego, en dos recientes artículos publicados en ese periódico: Pro lingua latina (et non solum...), EL PAÍS, 24 y 25 de enero.

El hombre contemporáneo, víctima de la angustia del futuro y de la ignorancia del pasado, incluso el más próximo, ha perdido la conciencia del tiempo. El deterioro del lenguaje refleja ese estado.

En España, la apelación constitucional a la convivencia de las lenguas españolas (artículo 32) ha abierto un proceso de normalización lingüística en el que el sustrato latino cobra una indiscutible relevancia (incluso en la recuperación y arraigo del euskera).

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También cabe referirse a una normalización más ambiciosa, la de los países latinos, necesitados con urgencia de una recuperación de su identidad romana. Identidad quizá no arquetípica (en un mundo interdependiente no debe renunciarse a un cierto mestizaje), sino fruto de un estilo en el más genuino sentido pascaliano del término.

En ambas perspectivas, no cabe hablar, y en esto disiento del profesor Alonso Montero, de "condición neutra" del latín frente a las lenguas vivas. Su beligerancia es evidente, e incluso mayor por afectar al fondo y no a la superficie de nuestra cultura.

La defensa del latín, salvada su mayor proximidad, nos, lleva de la mano al griego. Uno y otro son los dos grandes ríos que confluyen y vivifican el Mediterráneo de nuestra cultura clásica.

Hoy día, sin necesidad de hacer profesión de fe o afiliación política concreta, cualquier ciudadano consciente de su contexto social y cultural está legitimado para apelar a la opinión pública a que reconsidere el valor de la lengua como instrumento esencial para el ejercicio de sus derechos y libertades.

Esta actitud de lucidez presupone el estudio, ya en el bachillerato, de las lenguas clásicas, no tanto para conocer "relaciones y filiaciones verbales", como puro ejercicio erudito de reflexión idiomática, sino porque, erudición aparte, sólo conociendo la raíz o el cimiento de una lengua se puede alcanzar su sentido y dignificar su uso.

Por último, comparto con el señor Alonso Montero la referencia que hace a la modernidad, término éste del que tanto se abusa en el lenguaje político, con ignorancia u ocultación consciente de su sentido histórico originario, en el que corren parejos el progreso y la gramática.

La aceptación de los signos y actitudes del mundo moderno no debe privar a los ciudadanos de un Estado democrático "de actitudes que nos permitan ser dueños de los modernos instrumentos, y no sus fascinados esclavos".-

Letrado de las Cortes Generales.

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