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Entrevista:LAS NUEVAS ESPAÑOLAS

Inesita

Inesita, que a lo mejor ni siquiera se llama Inesita, tiene el pelo partido en dos (la doble crencha que don Julio Casares le reprochaba a Valle: siempre los hombres de ficha reprochando cosas a los hombres de metáfora). Inesita, que a lo mejor ni siquiera se llama Inesita, tiene la frente clara y oscura, graciosa de pecas primeras (las últimas pecas vuelven con la vejez, me lo dijo Edgar Neville). Inesita, que a lo mejor ni siquiera se llama Inesita, y mucho menos Inés, tiene las cejas finas, los ojos oscuros, profundos y maliciados, la nariz de gato, la boca muy dibujada, aunque ella se la muerde para posar y escapar, y es "guapa y sucia como una moneda", que dijo el poeta. Inesita, la niña, entre la nieve, aquel día del nevadón, si ustedes se acuerdan. La pequeña mendiga entre la nieve. Gigi Corbetta y yo buscamos a la niña entre la nieve de enero. Gigi le quiere hacer fotos. ¿Gigi le quiere hacer fotos? Ni la niña aparece ni sabemos ya lo que queremos. Me lo dijo un día, Gigi, lleno de la tristeza de los gigantes, con su cuerpo enorme y su máquina diminuta:-Tendríamos que retratar a la pequeña mendiga entre la nieve.

Los fotógrafos son así, ven el mundo en blanco y negro, a través de una nikon, y uno, que se creía un esteta, se siente moralista como el insufrible Paseal (sólo válido como réplica al aún más insufrible Agustín), cuando trabaja con un fotógrafo. Comprende uno, por otra parte, que el planteamiento, así formulado, queda como asquerosamente dickensiano, pero no es esto / no es esto, que dijo el filósofo. Y hemos salido, en la mañana de sol débil, llena de un color sin color, más tarde, por el barrio de bares encendidos como de la noche anterior, por este barrio de mercados que arden de whisky entre los trópicos de la fruta, mercados que son como un frigorífico abierto, siempre con un mendigo sentado a la puerta del frigorífico, hemos salido, digo/decía, un gigante y un miope, a la busca de una pequeña mendiga, de unos seis o siete años, con el rostro bello y malvado, de un gitanismo cimarrón, con una muesca que se le monta sobre la nariz, de mejilla a mejilla, como un bello tatuaje. ¿Qué buscamos, Gigi, por entre tanta nieve? Una niña, la niña, la pequeña mendiga. Ah, sí, la niña.

-Yo creo que la traen de Fuencarral o por ahí. Luego la recogen, a media tarde, y se reparten lo que la niña ha recaudado.

Hay un momento en que la nieve comienza a convertirse en silencio. Siempre hay un momento en que todas las cosas comienzan a convertirse en otras. Es el momento poético de las cosas. Uno tiene escrito, o quizá no, quizá sólo pensado, que metáfota no es equivalencia entre dos cosas; el momento metafórico es, exactamente, ese momento en que una cosa quiere ser otra y comienza a serlo. Ese es el instante delicado que pisamos, el gigante italiano y yo, cuando pisamos la nieve -el día del nevadón-, camino de la niña pobre, o en dirección inversa de la niña: nunca se sabe cómo reparte la nieve sus niños y sus muertos.

-Inesita.

-Qué.

-Dime con quién vives.

-Dame mil pesetas.

-Cien.

-Pues bueno.

(No conviene espantar a la niña con demasiado dinero. Gigi tiene que hacerle una foto/sorpresa, pero genial, porque estas subrazas de la raza socialdemócrata huyen de las fotos como los indígenas de las islas Trobiand, según Margaret Mead.) Este barrio está empedrado de muertos, mendigos, sargentos negros, yanquis, que murieron trenzados en múltiples lazos, como diría don Luis de Góngora, de amor, claro. Y la niña mendiga sin aparecer. Hay una francesa joven, por la zona, que sube la niña a su casa y le da sopa y le pregunta cosas. Inesita se llama Inesita como podía llamarse de otra forma o no llamarse nada. La pobreza no da derecho a nombre. Los señoritos tienen nombres muy completos, compactos y sonoros.

-Claro, Paco, tú podrías escribir algo muy hermoso sobre la pequeña mendiga retratada en la nieve.

Ya está el esteta de Milán con sus esteticismos. Cuando lo que uno necesita es un correctivo ético. Me suena, por una parte, a El pequeño escribíente florentino, de Edinundo d'Arnicis, lectura colegial, pero lectura al fin, apasionante y fluente, contra los odiosos quebrados. Y por otra parte me suena a un Dickens de restaurante de medio precio, como era Dickens (sólo un gran imperio naval puede lanzar al mundo un escritor tan mediocre). Como ni el gigante milanés ni yo tenemos detrás un gran imperio naval, ni cosa que lo valga, nos hemos echado a las calles por dar con la niña mendiga. Pasan las horas blancas de la nieve, no hay niña ni quizá nunca la ha habido.

-Niña.

-Qué.

-Toma una gamba a la plancha.

(Esto era en verano.)

-No me gustan.

Lo que quieren es dinero, porque sus explotadores, la mafia de la infancia estafada, lo que quiere es dinero. Exige a los niños sacar dinero. Luego, todo esto lo usa la derecha/derecha para decir que con la democracia ha aumentado la mendicidad. La derecha/derecha tiene poca y mala memoria. Dickens es el resultado de un Imperio y de una revolución industrial, y también tiene que comerse el pollo contra un retablo chato y sucio de niños que dejan su nariz en el cristal del restaurante, con su respiración azul y cálida. Por los veranos, ya digo, Inesita viene de bolsero de plexiglás y sandalias muy elegantes. Los camareros la echan de los sitios, pero ella ya conoce el alma monocorde y transigente de los camareros. Sigue pidiendo por las mesas. La traen en una furgoneta, sí, muy de mañana, y al atardecer se la llevan. Por qué buscamos la niña, para qué, qué coños de niña buscamos. No puede ser sólo por un reportaje periodístico. La nieve es una amnesia. Existe esa niña mendiga, no nos la hemos inventado. Pero la ha visto el gigante milanés, solamente, a través del objetivo de su máquina. Yo, que no tengo máquina, jurana que también la he, visto y he hablado con ella, y puedo describir (ya lo he hecho) la cicatriz, como un tatuaje armonioso, que le adoma y malicia la cara. La nieve no se mide por horas. (Uno hace un periodismo intemporal, un autoperiodismo, perdonen ustedes sí el clima no, coincide con el clima: acaban de ofrecerme el carnet de Prensa generosamente, liberalmente, junto con Cela, tras 25 incesantes años de autoperiodismo: el yo como noticia, que siempre ha funcionado y me lo han pagado muy bien: pero para eso hace falta que el yo, efectivamente, sea noticia.) No sé cuánto tiempo llevamos buscando a la niña mendiga por este barrio grande y complicado. No sé si hay niña mendiga ni sé, ya, lo que buscamos.

-Inés, Inesita, ¿dónde está tu bolso de plexiglás, de verano?

-Lo tiene padre.

-Eres muy guapa para andar pidiendo.

-Cosas de madre.

-¿Y esa señorita francesa que te sube a su casa y te da de desayunar?

-Me da leche con bollos.

-¿Te gusta la leche con bollos?

-Ahora no quiero. Deme usted cien pesetas. No es más que una monedita.

-Mucho pides tú.

-Tío asqueroso.

Hay miles de Inesitas por Madrid. Portuguesas, gitanas, españolas. La mafia de la mendicidad las explota y controla. Pruebe usted a hacerle fotos a una de estas niñas y en seguida aparecerá el padre, u otro adulto, dispuesto a partirle a usted la cámara. La derecha/derecha aprovecha este viejo síntoma de todas las sociedades modernas para hablar del paro. La derecha/derecha es que es así.

Por fin encontramos a Inesita. Está a la puerta de uno de esos hipermercados que son como frigoríficos abiertos, y una señora de visonazo la riñe por pedir, por ser pobre, por no ir a la escuela, por andar suelta. Casi parece un chiste de los dibujantes de la derecha o de la izquierda. Inesita pide porque es su deber. Quién sabe lo que hará dentro de ocho o diez años, cuando descubra que es una criatura fascinante. Será el momento en que empezarán a pedirle a ella.

-Inesita.

-Qué.

-¿Qué te decía esa señora?

-Que no hay que pedir limosna. Y ha dicho una palabra muy rara, que no he entendido.

-Mendicidad.

-Eso, me parece que ha dicho eso. Y que esto pasa por lo que pasa. Que con otro señor no pasaría.

-¿Con Fraga?

-No sé.

-Gracias, Inesita.

-¿No me da usted nada?

-Toma quinientas pesetas. Y no te doy mil porque me parece que no sabes contar hasta mil y te ibas a perder.

-Pero ellos sí que saben.

"Ellos" son los transportistas/ explotadores de Inesita. Sería demasiado fácil mirar por el objetivo de la máquina y que la niña estuviese ahí, mínima, como tallada en una pupila. Estoy seguro de que puede ocurrir y por eso no le pido a Gigi Corbetta la máquina, para probar. Hay que seguir buscando.

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