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Rosendo Canto

La actitud castrista ante Estados Unidos fue el 'camino de Damasco' de este diplomático que había sido embajador de Batista

JAVIER VALENZUELA Diplomático de carrera, Rosendo Canto fue embajador de Cuba en Costa Rica y Taiwan bajo la dictadura de Fulgencio Batista. Residente en España desde 1959, año del triunfo de la revolución castrista, de la que primero abominó y a la que ahora admira, Canto no se considera un exiliado. Ha vuelto en 24 ocasiones a su país natal, y podría quedarse allí si quisiera. Sus gestiones personales cerca de Castro han logrado la liberación de 159 presos políticos y el reencuentro de unas 1.000 familias separadas tras la revolución. Ha sido propuesto en diversas ocasiones para el Premio Nobel de la Paz por universidades de España, Estados Unidos y México por "sus trabajos en favor de la reconciliación de los cubanos".

El 6 de mayo de 1966, Rosendo Canto se "concilió", según propias palabras, con la revolución castrista. Ese día el diplomático pisó por primera vez el suelo de La Habana desde la caída de Fulgencio Batista. Una de sus primeras visiones de su ciudad natal fue el monumento erigido en el paseo del Malecón al Maine, el crucero norteamericano cuyo voladura en 1898 en el puerto de la capital cubana provocó la guerra que culminó con la expulsión de los españoles de Cuba. Canto observó que en el monumento ya no figuraba el águila del escudo de Estados Unidos, "y lo que eso representa de una política voraz, arrogante y despectiva en relación a Hispanoamérica", y eso le convirtió en simpatizante de una revolución, de la que cuando se produjo, en 1956, pensó que era "un gran disparate".De rostro como avinagrado, con una nariz larga y curva y labios finos, prietos y amoratados, Rosendo Canto tiene el físico y el estilo de un hidalgo español de los de vieja estampa. Nacido en Cuba hace 59 años, hijo de gallego y cubana, casado con una madrileña, abuelo de cuatro pequeños españoles, el diplomático cree que Cuba es la más hispana de las tierras de América. "Como los españoles, los cubanos somos soberbios, orgullosos, dignos y generosos". Por eso lo que más admira del castrismo es su actitud ante Estados Unidos. Él lo dice así: "Las más importantes realizaciones de la revolución han sido la erradicación del analfabetismo, la sanidad pública y, sobre todo, el rescate de nuestra dignidad nacional".

Pero Canto no es marxista, sino católico. Y siempre que vuelve a Cuba va a sus misas dominicales. "Todas las iglesias están abiertas; lo que pasa es que se ven pocos jóvenes, porque han pasado dos generaciones educadas en el ateísmov marxista". En cuanto a la notable limitación de las libertades públicas y privadas en el país caribeño, Canto afirma que el sistema cubano es "jurídica y técnicamente muy severo", pero añade que "Castro nunca ha dicho que sea demócrata en el sentido occidental; él cree que el camino al comunismo es la dictadura del proletariado, representado por el partido".

Canto vive en un piso de la calle de Goya. Al final de un largo pasillo está la sala donde atiende a sus invitados con puros cohibas y copas de ron Havana Club, envejecido durante siete años en barricas de roble.

El cuarto tiene un aire rancio, con muebles viejos y polvorientos, que hacen juego con su desaliñada indumentaria, mocasines negros, calcetines rojos, anchos pantalones azules a rayas blancas y cazadora de cuero negro. Fotos del ex embajador con Fidel, Franco y Chiang Kaichek y un póster de Juan Pablo Il decoran la estancia y permiten reconstruir su singular biografía.

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