Comestibles
Toda la ciencia y la filosofía de Occidente junto con la gama más completa de la sabiduría oriental pueden ser condensadas en un ordenador del tamaño de una avellana. A su vez, algunos cirujanos de Pasadena ya están capacitados para insertar esta pequeña nuez, a modo de bulbo adicional, en el cerebro de cualquier contribuyente anónimo. Al parecer, la operación es muy sencilla. Se le abre la cacerola a un simple mortal y con la pinza se busca en el interior de la sesera el nervio que gobierna la placa viscosa de la memoria. Se empalma ese filamento con la aguja microscópica del aparato, y a continuación el usuario, en este caso un tendero de comestibles, queda convertido en una mezcla de Lao Tse, Aristóteles, Cicerón, Gregorio Magno, Galileo, Newton, Montesquieu, Carlos Marx, Einstein y Jean Paul Sartre. Por fuera no es nada. El tipo lleva la avellana electrónica disimulada bajo el flequillo o detrás de la oreja. Pero por dentro es un ser que lo sabe todo. Al tendero de comestibles le bulle en la cabeza el conocimiento univeral y puede ser paseado como atracción o número bomba por todas las universidades del mundo. Eso está muy bien hasta que llega la hora de comer. Durante la jornada, el tendero superdotado tiene sensaciones bellísimas, profundas percepciones de raíz matemática, inspiraciones inmaculadas de grandeza. No obstante, este señor necesita llenar el estómago tres veces al día y, dejando de lado la sabiduría, acude al pesebre de forma regular lo mismo que el resto de los animales. Su escalofriante inteligencia requiere ser nutrida con humildes lonchas de mortadela, con una ración de garbanzos y con las patatas de rigor. ¿Qué hay debajo de tanta ciencia, filosofía, arte, teología acumuladas por este hombre? Un pequeño sueño de comida, tal vez sólo el vapor de una sopa de fideos. De modo que el tendero de comestibles, aunque lleve plantada en el cráneo esa avellana con toda la cultura concentrada, hará muy bien en no abandonar el mostrador. Desde el principio de los tiempos todos los sabios han luchado por conseguir lo que él ya tiene en las manos. Un kilo de judías.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.